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Ancho el mar, ancha la fantasía

  • El escritor y crítico de flamenco Jorge Fernández Bustos presenta su segunda novela, titulada 'El ciego de Delos' (Uno Editorial), el domingo en la sala La Expositiva

El autor del libro, en una fotografía reciente.

El autor del libro, en una fotografía reciente. / G. H.

Tres años y pico después de habernos obsequiado con las andanzas y adversidades de Septimio de Ilíberis, ambientadas en el siglo VI de nuestra era y en nuestra península, Jorge Fernández Bustos nos lleva más atrás y más lejos en su segunda novela, El ciego de Delos (Uno Editorial), enclavada en el siglo VI antes de Cristo y en una isla del archipiélago de las Cícladas, en el mar Egeo, en el corazón del mundo y, ahora ya, en el nuestro propio gracias a la prosa -bulliciosa, frondosa, gozosa- del autor.

Si esto sigue así, no deberíamos descartar que en una próxima ocasión Fernández Bustos nos cite en el borde del mundo, en la noche de los tiempos, unas coordenadas de las que sabría sacar un óptimo rendimiento dramático, pongo la mano en el fuego. Ahora, en tanto llega (o no) ese momento, aquí estamos, en mitad del Egeo, tostándonos bajo un sol que a todas partes llega, en mitad de un paisaje excepcional; el paisaje del mito, el del ensueño, el de la historia, el de la leyenda; tan inverosímiles los unos como los otros, tan decisivos todos.

El ciego del título se llama Pettalacos, escultor para más señas, y casi tan viejo como Matusalén; Pettalacos vio centauros con sus propios ojos antes de que se le quedaran inútiles y en varias páginas se cuenta que participó en el sitio de Troya, engrosando el número de los guerreros al mando de Áyax. Este buen hombre se hundió en la ceguera cuando su hijo Eliacim se enroló también él para luchar en una tierra lejana, en una guerra otra, y desde entonces acude puntual a la playa cada vez que las profundidades vomitan el cadáver de algún ahogado, incontables ya entonces. (El Mediterráneo hace mucho tiempo que perdió la cuenta de cuantos han perecido entre sus aguas).

Pettalacos mantiene viva la esperanza del reencuentro, y esta ilusión lo mantiene con vida. Otros habitantes de Delos participan de esta espera esperanzada; entre ellos, Escamandrónimo de Argos, marinero de profesión, y narrador omnisciente donde los haya, que igual te habla de rapsodas de antaño que de autores venturos como Constantino Cavafis, Italo Calvino o Álvaro Cunqueiro. Que si ancho es el mar, más ancha es la fantasía.

Como narrador, al escritor granadino le gusta construir castillos de grandes puertas y abrir éstas de par en par, que vayan y vengan sus personajes, y entren y salgan quienes tengan a bien hacer una visita. En El ciego de Delos escuchamos la historia de Pettalacos y la de su hijo Eliacim, pero también la de Glicea de Corinto, la esposa del último, y la historia de Ninfodoro, el hijo de ambos, y la de Anacreonte, enano de origen tracio que se establece en Delos con una cabra de nombre Camomila, y la del gordo Baquílides, comerciantes de sedas y perfumes provenientes de Oriente, por citar unos pocos.

El autor muestra el mismo entusiasmo con cada uno de ellos. Todos son importantes. Si bien las dos grandes protagonistas del libro son, una vez más, la fantasía y la literatura. Una fantasía testaruda, que no atiende a razones, y se mete y entremete y somete el relato a su voluntad. Y una literatura orgullosa de sí, de su singularidad y su capacidad para hurgarnos muy adentro o sacarnos de este marasmo de días iguales a sí mismos. Tal como ocurriera con Septimio de Ilíberis, el gusto por la lectura de Jorge Fernández Bustos pasa a su escritura y, de ahí, al lector, estrechando con él una íntima alianza.

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