Fahmi Alqhai. intérprete de viola da gamba

"Dentro de 50 años habrá puristas que defiendan lo que está pasando ahora"

  • El músico sevillano y la cantaora Rocío Márquez dieron un recital donde fundieron de manera muy natural flamenco y barroco

  • El espectáculo les valió el Giraldillo a la Innovación en 2016

El intéprete de viola da gamba y la cantaora onubense en pleno concierto.

El intéprete de viola da gamba y la cantaora onubense en pleno concierto. / reportaje fotográfico: álex cámara

Helloween, Iron Maiden, Megadeth, Metallica. A Fahmi Alqhai (Sevilla, 1976) le encantaba el heavy metal cuando era un adolescente. Tanto que aprendió a tocar la guitarra eléctrica de forma autodidacta. Entre sus mayores referentes estaban -y están- Yngwie Malmsteen y Steve Vai, dioses, virtuosos de este instrumento que han llegado a compartir escenario con algunas de las mejores filarmónicas del mundo. "Por ese busqué la clásica como imaginarás", contesta cuando se le habla de Malmsteen. A los 18 años ingresa en el Conservatorio Superior de Sevilla Manuel Castillo para estudiar la viola da gamba con Ventura Rico. "No sabía demasiado sobre el instrumento", reconoce, pero había plazas libres. De hecho, era la primera vez que las ofertaban en toda España. En la actualidad, Alqhai es uno de los más importantes intérpretes de viola da gamba del mundo y uno de los mayores renovadores de la interpretación de la música antigua, gracias a su concepción arriesgada, personal y comunicativa del repertorio histórico. Ayer deleitó al público del Festival acompañado de la desgarradora voz de Rocío Márquez (Huelva, 1985), con quien presentó Diálogos de viejos y nuevos sones, un espectáculo que funde música barroca y flamenco de manera orgánica. El montaje incluso les valió el Giraldillo a la Innovación en la Bienal de Sevilla del año pasado. Mentes abiertas cabalgando entre madrigales, nanas, seguiriyas y peteneras con mucho arte y sin despeinarse, ojo.

-¿Antes que un encuentro entre la música clásica y el flamenco, qué es Diálogo de viejos y nuevos sones?

-Además de ser una búsqueda de las raíces de la música española del siglo XVII y XVIII, esa música de ida y vuelta entre España y América, lo que se propuso fue un encuentro entre Rocío Márquez y yo. Queríamos fundir el material que manejamos cada uno y aunar las distintas tradiciones. Esos serían como los viejos sones y los nuevos sones era un poco dejar la puerta abierta a la creación no quiero decir de un estilo de música nuevo, eso sería muy pretencioso, pero sí trabajar sin barreras a la hora de idear, pensar, crear el espectáculo. Partiendo de esa música histórica hacer algo nuevo, sin presiones ni ataduras.

-¿Cómo se crea algo nuevo sin caer en la pretenciosidad?

-Trabajando y echándole muchas horas a los proyectos. Esto se fue fraguando, componiendo, ensayando, recomponiendo a lo largo de un año. Le dedicamos muchas horas y mucho cariño. Imagínate.

-¿Suma presión al asunto que la Bienal de Flamenco de Sevilla os encargará este espectáculo?

-Claro. Sientes un poco de presión porque lo vas a presentar en un evento muy importante, pero a la vez te aporta una tranquilidad y una seguridad enorme. Trabajamos durante un año y veíamos que el espectáculo iba a tener un largo recorrido.

-Michel Camilo me contaba el otro día que la dificultad a la hora de tocar con Tomatito es que no se pisaran el uno al otro. ¿A qué dificultades a nivel musical os enfrentabais la cantaora y usted?

-Como hemos tenido tanto tiempo para trabajar eso de pisarse se ha solventado ensayando durante horas. Ha habido respeto por ambas partes. Compartimos una idea artístico musical muy parecida. Entendemos este tipo de proyectos de una manera parecida. Se fraguó con bastante facilidad y ha salido una cosa muy intuitiva. No ha habido malos rollos, ni diversidad de opiniones. Aceptábamos lo que traíamos cada uno.

-¿Qué conexión existe entre la voz de Márquez y el timbre de la viola da gamba?

-Siempre se ha dicho que la viola de gamba es un instrumento muy parecido a la voz humana. Se asemeja mucho al canto. Probablemente está mucho más cerca de ese tipo de canto, de voces más de raíz, que de la ópera o el mundo clásico como se conoce hoy en día. Estamos bastantes cerca el uno del otro.

-¿Al principio crían que iba casar este encuentro?

-Uno primero tiene que revisar agenda (ríe) y luego pensar que es capaz de hacerlo. Rocío se maneja en el flamenco y yo he trabajado mucho con él. Además, también nos hemos manejado fuera del mainstream de la música antigua. Lo cogimos con ganas.

-¿Era una apasionado del flamenco antes de grabar Las idas y las vueltas con Arcángel?

-El flamenco para mí ha sido muy importante. A los 19 ya estaba metido en proyectos de este tipo. Lo he mamao desde muy joven. Escuchaba los clásicos del flamenco a los 13 años. Evidentemente no soy un experto en este mundo, pero tampoco es la pretensión. Conozco el flamenco como aficionado que soy. Sí que lo he investigado y he observado que hay muchísimos paralelismos entre la música clásica y el flamenco.

-¿Cómo acaba uno dedicándose a la viola de gamba? Leo que cuando llegó al conservatorio quería tocar la guitarra eléctrica.

-Sí (risas). Yo vengo del heavy metal puro y duro. Me encontré con la viola de gamba de casualidad. Casi ni conocía el instrumento. Entré en el conservatorio y no se daba guitarra eléctrica. Era el único instrumento con plazas libres. Coincidió que era el primer año que se daba viola de gamba en España. Un gran encuentro (ríe).

-Durante el Festival me he encontrado con gente con un mollera dura y cerrada.

-Bueno, mentes cerradas y puristas los encuentras en cualquier tipo de arte y hasta de pensamiento. Es algo muy ligado al ser humano, que es un animal muy miedoso.

-¿Cómo se lucha contra los prejuicios en el mundo de la música?

-No hay que luchar. Cada uno tiene derecho a opinar. Los puristas los defino como los cancerberos de la tradición. No se dan cuentan que las tradiciones cambian. Dentro de 50 años habrá un purista que defenderá lo que está pasando ahora. Seguramente habría puristas en su momento que negaban el arte del jazz, por ejemplo.

-¿Alguna vez se ha sentido muy incomprendido?

-Incomprendido todos los días. Los artistas se ven expuestos a eso, aunque tampoco lloriqueo. Me va bastante bien y mis proyectos tienen trascendencia, una vida media importante. Evidentemente el flagelo de los puristas está ahí, y muchas veces cuando un crítico te da caña. Tú te ríes un poquito.

-Ha sido raro leer en el programa de mano que se va a interpretar un tipo de danza barroca en la que Márquez remata por tanguillos. ¿Por qué la gente no está acostumbrada a este tipo de híbrido, por desconocimiento?

-Hay mucha gente que directamente no lo acepta. Es una cuestión filosófico cultural. Y otra gente que es por desconocimiento. Le asusta escuchar algo nuevo. Al público medio le encanta nuestro espectáculo.

-Desde 2009 es director artístico del Festival de Música Antigua de Sevilla. ¿Cómo intenta acercar este tipo de sonidos al público?

-Intento abrir puertas y ventas para que esto no huela a cerrado. No nos quedemos en la cueva de la música antigua y pasa lo que pasa: que siempre viene el mismo público. Nos abrimos a otras disciplinas artísticas y otros estilos musicales en relación con la música antigua. Hemos tenido conciertos de rock en los que se hacía Carmina Burana en versión rock. Este año habrá un conjunto de jazz que interpretará música antigua, gente de danza contemporánea, artistas plásticos.

-Está al frente de la Accademia del Piacere. ¿El gobierno apoya lo suficiente a nivel económico este tipo de conjuntos?

-La única pega es la burocracia. Hay que hacer mucho papeleo. Yo tengo una oficina. No creo que sea una música mal tratada por los gobiernos. Si lo comparas con Suiza, Francia y Alemania evidentemente estamos a años luz.

-Su padre es sirio y su madre palestina. ¿Qué siente al saber lo mal que están gestionando, tanto Unión Europea como nuestro gobierno, la crisis de los refugiados?

-Es un despropósito tremendo. Es el resultado de la condición humana. Es un tipo de guerras creadas por intereses económicos son tristes. Dentro de 200 años nos llevaremos las manos a la cabeza.

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