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Desafiar al maestro para avanzar

  • Andrés Soria habla de la paradójica relación entre Juan Ramón y Lorca

Recién llegado a Madrid y con una recomendación de Fernando de los Ríos bajo el brazo, Federico García Lorca estableció su primer contacto con Juan Ramón Jiménez. Se trataba del año 1919, y por entonces se fraguaba una revolución artística que, casi un siglo después, sigue ofreciendo fértiles frutos a nuestro tiempo. Poco tardó Juan Ramón en reconocer el valor de la obra del joven granadino, en quien vio el presagio de un gran poeta y el cariz de un inminente discípulo. "Me parece que tiene un gran temperamento y la virtud esencial, a mi juicio, en arte: entusiasmo", diría sobre él en una de las cartas a Fernando de los Ríos. Cuando no epistolar, la relación entre ambos se mantendría a través de diversos encuentros, forjando un vínculo decisivo para la carrera de Federico.

La tercera conferencia del ciclo Juan Ramón Jiménez y Granada se celebró en los jardines del Museo Casa de Los Tiros. Organizada por la Academia de Buenas Letras de Granada, contó como ponente con Andrés Soria Olmedo, catedrático de Literatura Española de la Universidad y miembro de la Academia, quien profundizó en el estimulante vínculo que une a dos de los grandes nombres de la literatura de nuestro tiempo; símbolos, también, de lo más elevado de Huelva y Granada, el occidente y el oriente andaluz.

Además del vínculo personal, la unión literaria entre ambos fue intensa y fecunda. Juan Ramón, maestro de los autores de la generación del 27, fue también una mina literaria para Lorca. Muchos aspectos de la obra del onubense presagian rasgos y sentidos que Lorca ampliaría más adelante, reconducidos. Andrés Soria señala que la obra Diario de un poeta recién casado, de Juan Ramón, anticipa numerosos atributos de lo que finalmente sería Poeta en Nueva York. Tras el "Huelva, lejana y rosa" salido de la pluma de Juan Ramón, apunta el profesor, Federico escribiría "Córdoba. Lejana y sola" en su Canción del Jinete. El paralelismo entre ambos versos evidencia el juego de imitación e innovación que habría llevado a cabo el granadino, espejo de una superación dialéctica sin límites. Sin embargo, los rasgos de la compleja personalidad de Juan Ramón no tardarían en evidenciarse a través de ciertas críticas a la obra de Federico. "Existe un diálogo continuo entre Juan Ramón y Federico -afirma Andrés Soria-, pero este diálogo no siempre fue pacífico. En Juan Ramón existía cierta obsesión retrospectiva, una ansiedad de influencia y totalidad que se asemeja bastante al complejo de Pigmalión: cuando sus poetas empezaron a hablar, él comenzó a incomodarse". En 1927, Salvador Dalí y Luis Buñuel encabezaron su particular rebelión contra Juan Ramón, por entonces "epítome del poeta por excelencia, y por tanto, de lo establecido". Por su parte, Lorca estableció lo que puede considerarse su propio camino de disensión, que poco tiene que ver con los enfrentamientos explícitos que otros artistas emprendieron. Las tensiones entre Juan Ramón y Federico nunca fueron formalmente directas sino que "sin poner en crisis el modelo de poesía de Juan Ramón, Federico se dedicó a administrar un espacio más grande dentro de ese lenguaje". El primer distanciamiento, de hecho, comenzó por parte del propio Juan Ramón, quien censuró abiertamente la inmersión de Federico en el género teatral a través de la obra Diván del tamarit. A partir de entonces se establecería cierta separación, tintada a veces de matices enternecedores, como resultó la parodia de Lorca sobre la voz poética de Juan Ramón en su llamada Antología modelna. A pesar de todo, la admiración entre ambos se mantendría intacta: para Juan Ramón, apunta el profesor, "Federico siempre estuvo en el centro de la literatura auténtica". También asegura que la singularidad de este vínculo radica en que se trató de una relación, en última instancia, partida por la tragedia: el asesinato de Federico en 1936 y el posterior exilio de Juan Ramón. Estos acontecimientos supondrían la trágica suspensión de esta fecunda relación, donde el maestro asumió la desgracia de sobrevivir al discípulo. El texto Un cárdeno granadí recoge el trastorno que para Juan Ramón supuso la muerte de Lorca.

La historia de Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca encarna también el imperecedero drama, acaso el mito, que atañe a todo maestro y discípulo: un complejo haz atravesado por la faceta pública y privada de cada autor, el intercambio de admiraciones, las críticas y disidencias, el peso de los egos y, finalmente, el desafío que todo discípulo necesita para emanciparse de forma definitiva de su maestro. Para Andrés Soria Olmedo, una de las cuestiones más fascinantes de esta relación es "la radicalidad con que estos dos artistas se dedicaron con esmero a lo que hacían, a la escritura, que llevaban tan dentro como su carne y su sangre. Estudiando este vínculo se comprueba que ninguno de los aspectos de la historia de ambos es simplificable".

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