Vanessa Montfort. Escritora

"Dickens es el ejemplo de que el destino se puede reescribir"

  • La barcelonesa se inspira en la estancia en América del autor de 'Grandes esperanzas' para su nueva novela, 'La leyenda de la isla sin voz', publicado por la editorial Plaza & Janés

En 1842, cuando tenía 30 años y gozaba ya de una enorme popularidad, Charles Dickens hizo una gira por Estados Unidos en la que las esperanzas que había albergado sobre aquel país se enfrentaron a una realidad inclemente. "Soy un amante de la libertad que se ha decepcionado", comentó el novelista en una de las muchas cartas en las que dejó constancia -también lo hizo en su libro Notas de América- del enorme desencanto que aquella visita le había producido. Vanessa Montfort (Barcelona, 1975) se inspira en este viaje, y en el que el autor de Oliver Twist haría al mismo escenario un cuarto de siglo más tarde, para La leyenda de la isla sin voz (Plaza & Janés), una amenísima ficción en la que la ganadora del Premio Ateneo de Sevilla recrea otros tiempos de crisis en los que el lector puede hallar similitudes con la actualidad. La trama arranca cuando Dickens es invitado por una carta anónima a conocer la isla de Blackwell, donde viven confinados en crueles condiciones los criminales, las prostitutas y los locos, los seres a los que la sociedad ha despreciado. "Todas las islas guardan un secreto o un tesoro. Ésta guarda ambas cosas", le promete la nota.

-Desde el principio del libro deja claro que la novela recoge tanto hechos reales como pasajes inventados. "Lo importante no es si todo lo que aquí narro ocurrió", dice, "sino que podría haber ocurrido".

-Sí, le digo eso al lector para que tenga libertad, para que no se preocupe. Es una fábula histórica, lo que quiere decir que la documentación es exhaustiva, lo que es el contexto histórico de la novela está muy documentado. También el viaje de Charles Dickens es real, de hecho aparece en sus Notas de América. Lo que hago luego es lo que hacen todos los novelistas históricos: extiendo una pátina de ficción, una historia que es donde ponemos un pie en la fantasía. Lo que pretendo es que el lector se dé licencia para soñar.

-¿No sintió en algún momento de la escritura cierto vértigo por el atrevimiento de convertir nada menos que a Dickens en personaje literario?

-Lo que me interesaba de Dickens no era tanto su literatura, que también, porque el libro es como un making of de Cuento de navidad, cuenta cómo se hizo, sino su faceta de liberal convencido que además llevaba a gala. Me atraía su capacidad para reescribir su propio destino y escribir el de otros en un mundo que se caía a pedazos, que combinaba los progresos más brutales con la esclavitud, las guerras y con retrocesos importantes, que es en cierto modo lo que está pasando ahora.

-Dickens acabó muy desilusionado con Estados Unidos, como cuenta en Notas de América. La esclavitud, la falta de control sobre los derechos de las obras literarias fueron asuntos con los que se mostró beligerante.

-Dickens es un personaje interesante para analizar de lo que somos herederos, de ese mundo liberal que estaba empezando en el siglo XIX. Nueva York además era uno de los lugares donde estaba sucediendo todo: estaban a punto de inventar la luz y de iluminar Broadway por primera vez, de llegar los cargamentos en un buque francés de lo que sería la Estatua de la Libertad, de construirse los rascacielos, de abolirse la esclavitud o de conseguirse el sufragio universal. Dickens llega desde una sociedad muy conservadora, que es la sociedad victoriana, tremendamente clasista, y para él, la tierra soñada es ese experimento de democracia liberal que era Estados Unidos. Hay mucha documentación del enfado tremendo que tuvo con ese país y el que ese país tuvo con él. Dickens no sólo escribía novelas, también era periodista y hacía libros de viajes, y no tenía la costumbre de callarse. Todo lo que va observando lo va contando, y eso molesta mucho. A Dickens lo reciben como a una estrella del rock: cuando baja del barco se da cuenta de la cantidad de admiradores que tiene. Los teatros anuncian obras con su nombre, y él al principio está entusiasmado, pero pronto descubre que él no cobra nada por eso ni por todos los lectores que tiene. Le recomiendan que no hable a favor de abolir la esclavitud, que no defienda un copyright internacional... Washington Irving, que aparece en la novela, quería también una ley de propiedad intelectual. Ya lo estaban intentando entonces y aún estamos con eso [ríe]. Dickens se preguntaba lo que nos preguntamos ahora: si vivimos en uno de los mundos más justos posibles, ¿cómo es que estamos creando una generación de esclavos? La estancia en América es tan impactante que decide no volver hasta 25 años después, un regreso que también aparece en la novela.

-En la novela Dickens reconoce que David Copperfield es él, que es el niño que fue.

-Y lo interesante es que él tenía que llevar una doble vida, él nunca habría sido aceptado en la sociedad londinense del momento si hubiera confesado sus orígenes desde el principio. Él, que conoce la explotación infantil, pues tuvo que vivir en la misma celda a la que fue su padre por moroso y por deudas de juego, cuenta cómo pasaba por una casa que luego compró y en la que veía a los niños jugando junto a la chimenea. Decía: Todo el mundo pensará que yo tuve una infancia así, junto a la chimenea en la que ahora juegan mis hijos. Siempre de un modo u otro tuvo conflictos con la alta sociedad: se enamoró de una actriz, llegó a divorciarse por ella y aquello fue un escándalo.

-Aquí acompaña a Dickens Anne Radclife, que es también protagonista del libro.

-Yo tenía la deuda conmigo misma de crear un a heroína romántica. Ella encarna esa luz que quiero inyectar a la novela y a los lectores, y que me quería inyectar a mí misma. Lo que viene a decir ella es que la desilusión por un mundo injusto no nos paralice. Que las crisis no tienen que llevar a la inacción, sino a la acción y al cambio. Que no hay que empeñarse sólo en sobrevivir, sino aspirar a su propia felicidad. Es un personaje idealista, pero no es una demente. Intenta cambiar las cosas dentro de sus posibilidades.

-Y no quiere que nadie le imponga su destino.

-Exacto. Es que Dickens es un ejemplo de eso: de un destino que se reescribe. Pertenecía a la burguesía, pero los líos en los que se metió su padre hacen que acabe siendo muy pobre y viviendo una vida que no le pertenece. Cambiará su destino convirtiéndose en el escritor más importante de su tiempo.

-Marx dijo que Dickens había conseguido por los desfavorecidos con su obra más que muchos filósofos y políticos juntos. Hoy, ¿quién está contando el relato de las víctimas de la actualidad?

-Quizás sea pronto, para escribir a veces necesitas cierta distancia. La diferencia de la crisis de antes con la de ahora es que entonces era más explícita. Ahora es una crisis de la clase media, y ésta esconde su pobreza. Hay mucha más de la que imaginamos. Es muy difícil hablar todavía, aunque quizás el teatro está siendo más rápido a la hora de retratar lo que nos está ocurriendo.

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