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Dramaturgia sin bridas

Compañía: Seydou Boro/ Saila Nï Seydou. Bailarines: Bienvenue Bazié, Nadia Beugré, Seydou Boro, Lauriane Madelaine, Marjorie Moy, Ousséni Sako, Boukson Séré. Músicos: Sylvain Dando Paré, Dramane Diabaté, Tom Diakité. Iluminación: Anne Dutoya. Vestuario: Suan Czepczynski. Coreografía: Seydou Boro. Teatro Alhambra. Fecha: 9 de noviembre de 2011.

Si Le tango du cheval es un espectáculo de danza contemporánea que sube a escena el caballo sin bridas, la manada, -símbolo recurrente donde los haya en las artes plásticas, el cine, la literatura, el teatro- como metáfora para apuntar hacia el ser humano, narrativamente conforme avanza la pieza deviene algo reiterativa, plana.

En este corpus, de empaque sofisticado y elegante, teñido de suaves aires africanos (tanto en la música, interpretada en directo que en ocasiones suena a canción tradicional, popular, de atmósfera melancólica, como en el vestuario de mallas en tonos ocres, donde asoma el animal pero también la sabana) echamos en falta una dramaturgia más compleja, que justifique el recurso a ese símbolo -que desarrolle la metáfora-, más allá de la recreación de cierta estampa bella.

En este tango llega un momento en el que discursivamente deseamos más, al margen ya de esa suavidad sonora o del virtuosismo de intérpretes y coreografías reproduciendo la gestualidad y atributos del animal. Pongamos por caso, que el coreógrafo Seydou Boro, originario de Burkina Faso, en esta pieza para siete bailarines/caballos no termina de concretar la metáfora humana; lo que sí logra es recrear su fascinación personal con el animal a través de coreografías más virtuosas en la mimesis del equino que en su potencial trascendencia poética, simbólica.

Con todo, el espectáculo no está exento de momentos puntuales donde impera el vuelo poético y narrativo. Como el inicio, un solo casi estático de movimientos mínimos en el que se logra tal extrañamiento en la figura que asoma híbrida entre animal y sujeto; aquí también, las coreografías de estampidas de la manada, o las que danzan el desconcierto del cuerpo exhausto incapaz de cesar en el movimiento alerta, vigilante. Son momentos en que la dramaturgia toma con fuerza las bridas del espectáculo, pero que suelta bien avanzada la pieza y no vuelve a retomar.

Decía Lacan, en su Seminario 10, que la angustia era "el caballo del pensamiento". Metáfora concisa y preciosa que Vicente Palomera -en su conferencia publicada recientemente por la Universidad de Granada bajo ese mismo título- brillantemente rastrea, por ejemplo y entre otras disciplinas, en la poesía de Lorca. Busco también a ese caballo en escena, lástima que en la pieza, entre la manada de Seydou Boro no asome entre otros y al galope... ese caballo humano, tan humano, a veces, demasiado.

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