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Dramaturgia irregular, fachada pulcra

Se mueve algo en determinadas producciones de danza contemporánea europea que ya no conmueve. Se mueve una repetición, una suerte de asepsia que impregna la sala, un alarde de perfección técnica en la que todo parece bajo control, Habitación blanca, de la coreógrafa belga Michèle Noiret se parece al vacío camuflado detrás de una fachada elegante y sofisticada.

Habitación gigante, acotada en el plano de fondo y laterales por largas cortinas blancas, un limpio contenedor doméstico y abierto. Puede ser metafóricamente la habitación del creador, la página en blanco sobre la que escribir, dudar, o balbucear una voz pretendidamente propia, femenina, singular.

Noiret, se mueve allí junto a otras tres bailarinas, una habitación destinada a cuatro mujeres que bailan la misma frase, vale decir que se repiten, tal vez, se reconocen en un mismo gesto o decir. Se reúnen alrededor de una mesa blanca y cuatro taburetes negros, mobiliario sencillo que contrasta con la sofisticación vaporosa de las paredes y la elegancia del peinado y vestido de las intérpretes, caracterización que incorpora variaciones mínimas de una a otra. Conforme avanza el espectáculo la mesa articula tantas coreografías que termina siendo un comodín, una anécdota que no llama a la narratividad ni a la multiplicación de sentidos. Me pregunto si con tanta vuelta, sobre y alrededor de la mesa, lo que termine por subir a escena sea la misma dificultad del creador.

El espacio sonoro crea una atmósfera más cercana al ruido que a la música, un espacio casi metálico que lleva a veces a la estridencia y funde en negro escénico como separata entre los distintos cuadros coreográficos.

Salvo momentos puntuales, las mujeres de la habitación no hacen sino adormecer al espectador en una estilización más elitista que cercana, toda una serie de coreografías que bajo una ejecución precisa no transparentan sin embargo fuerza narrativa.

La dramaturgia traslada a distintos lugares: la habitación doméstica, el lugar del ensueño, se corresponde con un solo de Noiret en el que recorre todo el escenario empujando la mesa en una suerte de despegue, vuelo raso en el que pareciera que la que se deja llevar es ella. También onírica es la segmentación del cuerpo propuesta en una coreografía para tres espaldas. En una atmósfera de la calle, un atractivo último cuadro: dos mujeres caminan en dos pasillos imaginarios cerrados. Rescato estos tres momentos de un espectáculo irregular con fachada pulcra y elegante.

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