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Equipaje con camisas y carretes

  • Miguel Molina, fotógrafo de Efe, asegura sentir adicción por llevar la cámara en sus viajes

"¿Qué es lo primero que una persona pone en el equipaje cuando se va de vacaciones?". Casi todas pensarán que la ropa que van a utilizar para cada día, el dinero o los billetes de avión. Para un fotógrafo como Miguel Molina la visión cambia y no puede irse de su casa, en busca de aventuras, sin echar en primer lugar en la maleta a su compañera inseparable, la cámara, y de esa forma poder contar con un simple disparo de flash las peripecias que sus ojos han encontrado en distintos lugares. "A veces los fotógrafos tenemos el poder de predecir lo que va a ocurrir en el lugar y con la gente con quien estamos. Puedo decir que en el callejón más estrecho y escondido del mundo situado en Bangkok (Thailandia) di con una viejísima anciana que deseaba que yo la fotografiara por primera y última vez. Esta anciana nunca antes había sido fotografiada. Al enterarme de ello, al día siguiente le regalé su imagen metida en un marquito como si se tratara de mi abuela. En el transcurso de ese viaje me enteré que había muerto feliz por verse en una fotografía. Después de esto he comprendido el valor incalculable que la gente le puede llegar a dar una imagen", narra Molina.

"En Thailandia, te transportas a la ciudad de la alegría, donde comen dos comen 20, el culto a los animales, dioses budistas y a las comidas con muchas especies", relata el fotógrafo. Desde Thailandia, Molina y su cámara se dirigen a otros destinos con la intención de perderse en sus paisajes, ambientes y calles para retratar el alma que se esconde en ellas. "Otro lugar que recuerdo con especial cariño es Brasil, una auténtica fiebre caribeña. Hay mucha pobreza, pero aun así viven para el carnaval y los combinados de alcohol", comenta con una ligera sonrisa. "Holanda es considerada como un todo a 100. Te encuentras tal diversidad de razas que cada día te gustaría meterte en el pellejo de otro. Es un ejemplo de libertad sin confundirlo con libertinaje. Pero Holanda es un país sano por dentro y hermoso por fuera", añade Molina.

Después de visitar Thailandia, Brasil y Holanda, el reportero vuelve a preparar la maleta volviendo a introducir la cámara como primera preferencia y se dispone a retratar las entrañas de Portugal. "Me gustaría explicar a los lectores la ruta que realicé en Portugal y que puede ser interesante para la gente que quiera conocerlo. Granada-Huelva-Faro-visita a las islas del Algarve en un tren y desplazarse en barco a Olhao, Tavira y Culatra. Desde Faro hay un tren que te lleva en 4 horas a Lisboa, y otro que en 30 minutos lleva a Sintra, donde el paisaje, los castillos y palacios te hacen transportar a un mundo de fantasía. Es un recorrido bonito y se puede hacer en menos de una semana. Recomiendo utilizar medios de locomoción para visitar los lugares. Si viajas en coche, intenta dejarlo en Faro y allí utilizas los medios de transporte. Son seguros, económicos y muy divertidos", relata el fotógrafo.

Molina vuelve de sus aventuras, deshace la maleta, y lo primero que coge es la cámara, contempla las imágenes y reflexiona acerca de los límites de creatividad para un fotoperiodista y los elementos indispensables para disfrutar en ese oficio. "Nuestra libertad acaba cuando otra persona, que no es profesional o está en este mundillo de rebote, no aprecia realmente el sentido de tus fotografías, entonces uno tiene que ceñirse a un patrón que es el resultado final que vende. Pero sí, tengo que decir que en los 15 años que he estado prestando mis servicios a periódicos con ideologías diferentes nunca me han censurado o dado instrucciones sobre como tenía que hacer mi trabajo", agrega.

"Tener un equipo medianamente decente, que de vez en cuando te den una pequeña palmadita en la espalda por tu trabajo, tener la mente abierta a todo lo que puedas encontrarte en cada reportaje,y salir al menos una vez al año de tu hábitat y realizar fotografías a otras culturas y gentes del mundo es lo ideal", expresa Molina con aire de reflexión.

En definitiva, "¿Se desprenderá de su cámara en las próximas vacaciones?" "Está claro que no", dice. "El sólo hecho de ver cómo vas visitando a lugares y no llevarte la cámara es como no poder llevarte un cachito de ese sitio con sus gentes y paisajes ...te falta algo. Es como querer robarle el alma a alguien y no tener el instrumento a mano", sentencia.

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