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Esencias musicales

Esta temporada la OCG dedica su festival anual a los 'ángeles y demonios' que pueblan las páginas de la historia de la música. En verdad, la música puede contener los sentimientos más sublimes y los más terrenales, elevarnos a un estado celestial o hacernos sentir las experiencias más viscerales. En este sentido, el primer concierto de este festival contenía dos piezas más cercanas a lo divino que a lo humano: el Miserere de Celestino Vila y Forns y el oratorio Cristo en el monte de los olivos de Ludwig van Beethoven.

Para dirigir el primer concierto del Festival OCG se contó con el director de origen finlandés Tuomas Ollila-Hannikainen. De gesto e ideas claras, su dirección dibujó una atractiva imagen de ambas obras. Para ello contó buenas materias primas; en primer lugar, la OCG es una orquesta rica en recursos tímbricos, incluso cuando debe supeditarse a las necesidades de voces solistas y coro. El segundo elemento de calidad fue el cuarteto solista, integrado por cuatro cantantes que ya sorprendieron en la temporada pasada.

Pese a contar con tan buenos ingredientes, sin duda el condimento principal de la noche fue el Coro de la OCG. Esta formación demuestra tener mejor sonido cada día y una cada vez mayor perfección interpretativa, sin importar el estilo ni autor al que se enfrente. El Coro de la OCG es ya una formación indispensable dentro del panorama musical granadino, una realidad sonora muy a tener en cuenta en un futuro próximo. Ninguna capital andaluza tiene un coro de estas características, algo doblemente encomiable si se considera el carácter desinteresado del esfuerzo de sus componentes pese a tratarse de músicos de talla, tal y como demostraron la pasada noche.

La primera obra del programa, el Miserere de Vila y Forns, sorprendió al auditorio al tratarse de una obra inédita desde que se compusiera. Celestino Vila y Forns fue maestro de capilla en la Catedral de Granada a finales del siglo XIX. Gracias a los esfuerzos del musicólogo José López-Calo, que ha transcrito esta obra conservada en el archivo de la Catedral, hemos podido recuperar una porción de nuestra historia musical. Se trata de una partitura bien construida que despliega amables melodías dentro de la estética tardorromántica de la época, si bien no resiste las comparaciones con su compañera de programa.

Con tintes efectistas, solistas, coro y orquesta interpretaron los once números de la partitura brillantemente.

Con Cristo en el monte de los olivos nos transportamos a un mundo sonoro más rico y complejo, en el que nuevamente el Coro de la OCG desplegó potencia y musicalidad; particularmente interesante fueron los coros de hombres, rotundos y de una considerable claridad en la dicción del texto. Igualmente, hay que resaltar el papel de Raquel Lojendio y Gustavo Peña como el Serafín y Jesús, dos voces potentes y bien timbradas que vencieron las adversidades acústicas del Palacio de Congresos y nos regalaron una colosal interpretación de las páginas beethovenianas.

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