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Españolas en París 'remix'

Comedia, Francia, 2012, 104 min. Dirección: Philippe Le Guay. Guión: Philippe Le Guay, Jérôme Tonnerre. Fotografía: Jean-Claude Larrieu. Música: Jorge Arriagada. Montaje: Monica Coleman. Intérpretes: Fabrice Luchini, Sandrine Kiberlain, Natalia Verbeke, Carmen Maura, Lola Dueñas, Berta Ojea, Nuria Solé, Concha Galán, Marie-Armelle Deguy, Muriel Solvay. Cine: Cinema 2000, Kinépolis.

Hubo una vez una película que se llamó Españolas en París, muestra de la tercera vía a través de la que el productor José Luis Dibildos intentó darle dignidad al cine comercial español, situando sus producciones entre la pedantería del cine de autor y la vulgaridad del comercial. La dirigió Roberto Bodegas en 1971 y la interpretaron Laura Valenzuela, Máximo Valverde, Emma Cohen, José Sacristán, Ana Belén, Simón Andreu y Tina Sainz. 41 años después Las chicas de la sexta planta trata de lo mismo, emigrantes españolas en París dedicadas al servicio doméstico, con una curiosa involución que tal vez anticipa lo que será de nosotros si caemos en el abismo griego: españolas más bien verrugosas, poco favorecidas y con pañuelo -como si fueran hijas de Doña Rogelia- siguen empleadas como criadas en París. Y además son más castizas, más beatas, más cortadas y más catetas que las intrépidas chicas de Dibildos y Bodegas (que también eran rogelias, pero no en el sentido Mari Carmen y sus muñecos, sino en el que daban a la palabra los fachas: Tina, Emma y Ana estaban por los alrededores del PC, si no en él). Porque Philippe Le Guay ha situado la acción de la película en 1962, cuando España apenas acababa de salir de la hambruna y los Pirineos eran mucho más altos e infranqueables. Algo había que hacer para dejar claro que España es diferente.

Los primeros planos de las españolas hablando a cámara ya dan mala espina. La música de guitarra -castagnettes, olé, Carmen y Luis Mariano en el Chatelet- va confirmando el mal pálpito. Y lo que sigue no lo desmiente. Es tan tópico el retrato de las españolas como el de las señoras que las explotan y sus maridos derechones que compran Le Figaro para que quede claro de qué pie cojean. Y si es tópico el retrato de las españolas serviciales y sumisas, más aún lo es el de la criada comunista que les pone las cosas claras a los señores. Y si es tópico el retrato de las cursis burguesas, más aún es el de la viuda cocotte millonaria cazamaridos. La sutileza no es una de las virtudes de esta película. Curiosamente las mayores son menos agraciadas y las jóvenes más guapas. Será cosa del Plan de Estabilización de 1959.

No está mal la idea del señor que va descubriendo las condiciones de vida de las criadas. Pero está mal contada. Demasiado tarde: ¿no conocía el edificio en el que nació, ni sabía lo poco que se puede hacer con lo que les pagaban? Demasiado rápido: es difícil que de un día para otro le nazca la conciencia social a un burgués acomodado y más bien memo, sometido primero a una madre tiránica y después a una esposa mandona. Demasiado intenso: es aún más difícil que traslade los problemas de las criadas españolas a las reuniones profesionales de su lujoso bufete. Demasiado tonto: la crisis matrimonial -ni aún en un comedia- no puede empujar al patrón a mudarse al sexto piso de las criadas para vivir en el trastero; y menos aún hacerle descubrir allí la felicidad de la vida sencilla. Allí acaba rezando el rosario con las criadas españolas y -aunque les cueste trabajo creerlo- cantando lo de "con las bombas que tiran los fanfarrones". Mientras su señora descubre que, comparada con la de las criadas españolas, su vida está vacía. Fallido remix galo de Españolas en París que intenta hacer bailable la vieja canción de las explotadas.

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