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  • El Museo Picasso de Málaga acoge la exposición 'He estado en el infiero y he vuelto', dedicada a la obra de Louise Bourgeois, una de las artistas más influyentes del siglo XX.

Hace casi veinte cinco años en la XLV Bienal de Venecia conocí en persona a Louise Bourgeois. Exponía una importantísima muestra en el Pabellón de Estados Unidos y tuve la suerte de poder asistir a una rueda de prensa que daba en aquellos momentos. Mi nulo dominio del inglés hizo que no me enterara absolutamente de nada de lo que decía ni de lo que le preguntaban. Al final, me atreví a pedirle, con toda la humildad del que siente veneración absoluta por su obra, que me firmara el catálogo de la muestra. La artista, de muy pequeña estatura, se me aparecía gigante por la fuerza que desprendía, por su mirada profundísima, por sus ojos de pupila dilatada -dicen que los grandes artistas plásticos tienen la pupila más dilatada de lo habitual, cosa que debe ser verdad viendo las pupilas de Picasso- y por su poder de artista fuera de serie. Se dio cuenta de mi desastroso francés y me preguntó si era español. Le dije que sí y que era un enamorado de su obra que sólo había visto anteriormente en imágenes. Me dio las gracias y puso una dedicatoria amabilísima en la publicación, que guardo como un tesoro.

Su figura desprendía un halo especial que comunicaba abiertamente sin la necesidad tangible de un idioma, irradiaba artisticidad, transmitía emoción en la forma pausada de moverse, en el escueto juego dramático de sus manos, en la insondable profundidad de aquella mirada curtida en una apasionada y apasionante existencia. Después tuve la oportunidad de ver su obra en varias ocasiones -está en el ánimo de todos los aficionados aquella espléndida exposición en las añoradas Salas del Arenal, que desaparecieron de Sevilla sin saber nadie por qué y para qué- y siempre me emocionó la fuerza, el poder convincente de su escultura única.

Durante su dilatada existencia realizó un trabajo descomunal, que abarcó todos los planteamientos estéticos que han acaecido en esa época tan especial para un arte con muchos registros. Muchos momentos importantes de una obra, sobre todo esculturas, que llegó a su punto más popular con aquella serie Spieder, arañas gigantes que generaban infinitas emociones plásticas y que contaba con la complicidad del espectador que, entre sus patas, se sentía materialmente envuelto por su impaciente grandiosidad. Una de ellas ocupa el patio principal de este Museo que, de nuevo, plantea una gran muestra temporal, esta vez con una de las artistas más significativas del siglo XX.

La exposición nos conduce por la amplia producción de la artista francesa, una gran retrospectiva con más de cien obras, un tercio de las cuales se muestran al público por primera vez. La importancia de Pepe Lebrero en el mundo del arte ha constituido el aval necesario para que esta exposición, organizada por el Museo de Arte Moderno de Estocolmo, llegue a Málaga y centralice, una vez más, el interés del Museo Picasso de Málaga como gran referente del arte internacional. La muestra retrospectiva de Louis Bourgeois en Málaga ha sido comisariada por Iris Müller-Westermann y nos sitúa por todos los importantes estamentos creativos de la artista nacida en París el día de Navidad de 1911 y muerta, casi centenaria, el 31 de mayo de año 2010.

Louise Bourgeois era una artista fascinante de principio a fin. Su vida se nos aparece casi novelesca. Fue guía del Louvre, alumna de Fernand Léger y André Lhote. Regentó una galería de arte. Allí conoció al que fue su marido, el historiador y crítico de arte americano, Robert Goldwater, con quien se trasladó a Estados Unidos en 1938, donde participó activamente en la nueva realidad del arte americano de aquellos momentos tan trascendentes en los que muchos grandes artistas europeos emigraron -casi todos a la fuerza- buscando una libertad creativa y existencial que la Europa de los excesos bolcheviques y la de inicios de la Segunda Guerra Mundial no proporcionaba. Y si su vida fue apasionante, su obra ejemplifica los postulados artísticos que se han desarrollado en el siglo XX y que ocuparon los primeros años de la nueva centuria.

La muestra, dividida en varias series, nos enseña la variada concepción creativa de una artista que fue grande en el dibujo, un dibujo esquemático pero esclarecedor y al que yuxtapone unos textos que potencia la estructura formal y da infinita contundencia expresiva a la idea representada. Quien esto les escribe, considera que donde más se aprecia la fuerza desmedida de su obra es en la escultura, donde se evidencia un poderío formal aplastante, llevando a la materia plástica a desentrañar formas de increíble potencialidad. En este aspecto, sus Celdas nos parecen inquietantes, enigmáticas, misteriosas y hasta, en muchas ocasiones, terroríficas; mientras que sus Arañas, piezas gigantescas que están presentes en el paisaje de muchas ciudades, dejan entrever una realidad distinta a la que pudiera parecer ya que para Louise Bourgeois, tales animales son portadores de connotaciones positivas, son pacientes, ordenadas, trabajadoras; la artista las asociada a su madre y a ella misma, como mujer que trabaja y crea.

También son muy significativos sus Personajes, que son una especie de tótems, de un gran primitivismo, realizados con materiales diversos que, aun en grupo, configuran un espacio lleno de esquemas plásticos inestables pero patrocinando una gran inquietud y un ambiente de extrema soledad. Toda la obra escultórica de esta artista manifiesta un apreciable sentido de la materialidad.

Bourgeois utiliza todo tipo de materiales, desde los más maleables como las telas que iba acumulando a lo largo de los años o el látex hasta los más complejos de trabajar como la madera o el bronce. Pero sobre este importante postulado matérico, subyace un compromiso conceptual que, desde un primer momento, manifiesta un trasfondo significativo tan complejo y apasionante como su propia vida.

En la muestra del antiguo Palacio de Buenavista, rigurosamente estructurada con un sentido museográfico pulcramente llevado a cabo como es normal en las exposiciones que presenta el museo malagueño, nos encontramos piezas que han constituido páginas de culto en la historia del arte contemporáneo. Así, además de las ya citadas, podemos admirar el bellísimo y ambiguo Arco de la histeria; la enigmática instalación que se presenta sin título en la que aparecen colgadas una serie de vestidos con un juego de presencias y ausencias; Eldesafío, ese carrito en forma de estantería cargado de tarros de cristal que hacen referencia a la fragilidad; Pareja, dos figuras sin cabeza, elegantemente vestidas, aparecen en un apasionado abrazo; Jano en flor, dos miembros masculinos apuntando a direcciones opuestas y unidos por una especie de poderosa vagina aludiendo a la doble personalidad, como la figura del Jano Bifronte clásico. Muchas obras que tienen que ver con el cuerpo humano y que la artista configura con elementos de la más diversa naturaleza plástica y, de esta manera, un apasionante y apasionado recorrido por la obra poderosísima de una de las más insignes artistas del siglo XX, historia de una creación moderna a la que concedió el mayor de los sentidos.

Una exposición, en todo el esplendor museográfico con el que hace habitualmente gala el Picasso de Málaga para bien de un arte que, en él y desde él, siempre nos parecerá absolutamente eterno.

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