Don Mendo, el eterno, por el que ¿no pasan los años? Me pregunto en esta pieza de repertorio clásico y popular entre todos qué la distingue de otros. Una de las piezas más representadas en este país, una elección que asumen tanto compañías profesionales como aficionadas y que nos sigue haciendo reír.

El fracaso de cualquier montaje de Don Mendo sería aquel que no nos hiciera reír. El montaje que dirige Miguel Serrano asegura la risa, pero podría hilar mucho más fino y volar dramáticamente más alto. La obra tiene un aire de inacabado, de borrador: falta una dirección más exhaustiva de la interpretación, no hay limpieza de movimientos, ocasionalmente hay gestualidades vacuas entre intérpretes acometiendo una escena coral, la escansión del verso es a veces acelerada y falla la proyección. Cuestiones que atañen a mayor puntillismo en la dirección y a ensayos previos.

Ese mismo aire de borrador planea sobre la escenografía. Y es una lástima porque uno de los aciertos de la dirección radica ahí: propone una geografía para la primera y última jornada a base de castillos de naipes. La baraja española sirve muy bien a la representación de este juego de teatro dentro del teatro que se ríe de sí mismo y convida al espectador. El problema es que la realización de la escenografía está descuidada y sigue un trazo grueso sin esmero que desluce la propuesta visual.

Ese aire de inacabado, de trabajo a la vista podría haberse incorporado a la propia dramaturgia. La pieza hubiera aceptado bien dentro del género, por ejemplo, todos los cambios de escena a la vista, el trajín entre bambalinas de los actores, sus prisas, su incomodidad, su estrechez, cambios de vestuario, sus comentarios... le hubiera venido bien. En esta versión de La venganza de Don Mendo sigue habiendo mucha risa garantizada y fácil, que viene de la mano de un trazo un tanto grueso que se confía al gancho del propio texto y al saber hacer del elenco. No ha de faltarles interés y ocasión para pulir el borrador y trabajar a fondo ese trazo grueso.