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Festiva iconografía veraniega

  • El Thyssen de Málaga presenta una muestra del periodo que transcurre desde finales del siglo XIX hasta las primeras décadas del siglo XX

He sido bastante duro, a veces, con las muestras temporales que recalan en el Museo Carmen Thyssen de Málaga y que conforma, junto a la colección de pintura española del siglo XIX, la oferta expositiva del bello espacio museístico que se encuentra en el antiguo palacio de Villalón. Sin embargo, en honor a la verdad, la exposición que ahora tiene lugar en la tercera planta del antiguo caserón del siglo XVI que se levanta en la malagueña calle Compañía, es todo un proyecto expositivo de lo más juicioso, acertado, sabiamente estructurado y con unas obras perfectamente seleccionadas, además, de programado en un momento muy adecuado de cara al verano de la capital de la Costa del Sol.

La exposición responde al sugestivo nombre Días de verano y se configura con un conjunto de piezas muy bien escogidas que comprende el periodo de que transcurre desde finales del siglo XIX hasta las primeras décadas del siglo XX y que tiene dos magníficos artistas como válidas referencias cronológicas, Joaquín Sorolla y Edward Hopper.

El hilo conductor de la muestra es la playa, sus felices circunstancias existenciales, los múltiples episodios que se suceden a la orilla de la misma, la moda del veraneo que las clases pudientes emprendieron en los finales años decimonónicos y que fueron conquistaron parcelas populares hasta nuestros días. En la exposición, el espectador, además de una muy acertada selección de pinturas provenientes casi todas de la propia Colección de Doña Carmen Thyssen, así como de otras colecciones públicas y privadas, puede tomar el pulso a una época en la que la sociedad empezaba a sacudirse los estragos de la cotidianidad, escapándose allí donde la realidad existencial era más propicia y está se encontraba, casi siempre, a las orillas del mar, en las costas francesas de Trouville-sur-mer Villerville o Biarritz, pioneras del veraneo burgués, en las playas cántabras, asturianas y guipuzcoanas y en algunas del sur de España, Málaga y Sanlúcar de Barrameda, sobre todo.

En el aspecto puramente artístico, la muestra se estructura mediante una serie de piezas muy características de Joaquín Sorolla, en la que se observa la genialidad del pintor valenciano, sobre todo, a la hora de componer las variadas calidades de ropajes y esa humanidad desnuda de la que era un sobresaliente hacedor. Asimismo nos encontramos con obras de los mejores pintores españoles del momento, desde Mariano Fortuny -la pequeñita pieza que se presenta es toda una gigantesca joya artística- hasta Ignacio de Zuloaga, pasando por Cecilio Pla, Carlos de Haes, Aureliano de Beruete, Ramón Casas, Francisco Iturrino, José Jiménez Aranda, Ignacio Pinazo, Darío de Regoyos y Pablo Ruiz Picasso que, comparte magnífico escenario con los todopoderosos Claude Monet, Paul Cezanne, Winslow Homer o Edward Hopper, todo un catálogo de primerísimos artistas que, además, nos ofrecen obras, también, muy significativas que inmortalizan nuevas costumbres, nuevos modos de vestir, nuevos actos sociales y, en definitiva aquella realidad iniciática por la que los ciudadanos descubrían un universo hedonista que, en aquellos momentos, nadie podía suponer lo que llegaría a trascender con el transcurrir de los años.

Paisajes, actividades y juegos a la orilla del mar, retratos, bañistas y practicas deportivas acuáticas eran plasmadas por aquellos grandes artistas que encontraron en la suprema plasticidad marítima infinitas posibilidades plásticas y estéticas.

La exposición es una acertada manifestación de lo que debe ser una muestra temporal, perfectamente acondicionada en tiempo y lugar. Ese es el camino de un museo que forma parte de la gran oferta artística que posee Málaga y que es, sin duda, una de las más importantes que se pueda soñar.

Museo Picasso Málaga, Palacio de Buenavista,

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