103 años de lucidez

Francisco Ayala, más allá del purgatorio

  • Seguramente nadie dudaría de una figura que comenzó su carrera literaria a los años veinte

Francisco Ayala, en una de sus últimas imágenes.

Francisco Ayala, en una de sus últimas imágenes. / Juanjo Martín / Efe

Suele decirse que los creadores atraviesan una especie de purgatorio después de su muerte: si, al cabo de diez años, no han sido relegados por los especialistas y olvidados por el público, normalmente su obra pasará a la posteridad. Pero seguramente nadie dudaría de la permanencia de una figura como la de Francisco Ayala, que comenzó su carrera literaria en el Madrid de los años veinte, donde publicaba habitualmente en Revista de Occidente, en La Gaceta Literaria y en las mejores revistas de la vanguardia; que, en el exilio tras la guerra civil, publicó ensayos políticos y sociológicos fundamentales en los que daba razón del mundo en crisis que surgió de la Segunda Guerra Mundial; que retomó la escritura de invención para dar a las prensas, en 1949, dos de los mejores libros de relatos del siglo XX, como son La cabeza del cordero y Los usurpadores; que fue autor de algunos de los más agudos estudios sobre los clásicos de la literatura española; que fue también traductor y editor y nunca dejó de colaborar en la prensa diaria; que supo, tras el fin de la dictadura, reintegrarse a la vida cultural española, participar en ella y obtener el justo reconocimiento a una trayectoria literaria e intelectual sin parangón en las letras españolas de su tiempo.

En todo caso, por muy excelente que sea un autor, por muy relevante que sea su figura, la actualidad que pueda mantener su obra después de su muerte dependerá básicamente de que esté accesible para su público y se la dé a conocer a otros nuevos. Por eso Francisco Ayala, diez años después de su desaparición, nos sigue hablando desde el presente: porque, además de ser un autor excelente y una figura relevante como pocos en los tiempos recientes, ha tenido también, en estos diez años, la fortuna editorial y académica necesarias para mantenerse al alcance de los lectores.

A ello ha contribuido en gran medida la labor de la Fundación que lleva su nombre, con sede en el palacete de Alcázar Genil, que, tras su creación en 1998 por los profesores Antonio Sánchez Trigueros y Manuel Ángel Vázquez Medel, entusiastas ayalianos, se encontró, en la fecha del fallecimiento del autor, dirigida por Rafael Juárez, quien la situó, con pasos serenos pero firmes, como una de las instituciones literarias de referencia en España. Y, sobre todo, ha sido decisiva la labor de Carolyn Richmond, compañera sentimental e intelectual de Francisco Ayala durante más de treinta años, que tras la muerte de su marido ha seguido dedicando sin desmayo su tiempo, su patrimonio y su conocimiento a sostener su legado y acrecentar su difusión.

Así, en los diez años transcurridos desde que Ayala nos dejó, se ha consolidado su aportación patrimonial a la sociedad: en Alcázar Genil se custodian más de 4.000 volúmenes de su biblioteca personal, con primeras ediciones, libros antiguos, raros, etcétera, más de un tercio de los cuales contienen dedicatorias autógrafas; más de 6.000 documentos de toda índole (originales, cartas, contratos de edición, fotografías, etcétera) que forman el fondo documental del escritor, fundamental para el estudio de la literatura del siglo XX; y más de cien cuadros, grabados, estatuillas, diplomas y otras piezas artísticas, entre ellos seis cuadros pintados por Luz García-Duarte, madre de Francisco Ayala, así como otros objetos personales. Todo ello está catalogado y digitalizado, y se encuentra permanentemente a disposición de lectores, investigadores, estudiantes, curiosos y público en general.

Igualmente, se han sucedido en estos años hitos tan destacables como la culminación de la edición de las Obras completas del autor, publicadas por Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores con la colaboración de la Fundación Francisco Ayala, en siete volúmenes, entre 2007 y 2014; o la publicación de un Epistolario digitalizado, proyecto abierto verdaderamente extraordinario cuyas dos entregas, publicadas en 2015 y 2018, suman ya casi 1.000 cartas de 74 corresponsales diferentes, escritas o recibidas por Ayala a lo largo de ocho décadas, entre 1924 y 1992.

Estas y otras iniciativas, y la atención permanente a los lectores, desde el más especializado investigador al estudiante de bachillerato que se aproxima por primera vez a la obra del autor, han contribuido a que Francisco Ayala suba en volandas por la montaña del purgatorio de los diez años para quedarse en la cima que le corresponde, la de un clásico contemporáneo.

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