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Genio de la televisión, buen artesano del cine

  • Antonio Mercero, uno de los realizadores más populares de España, fallece a los 82 años tras más de una década enfermo de alzhéimer

Desde La cabina y Crónicas de un pueblo en la primera mitad franquista de los 70 hasta Farmacia de guardia en los 90, pasando por Verano azul y Turno de oficio en los 80, Antonio Mercero -que falleció ayer a los 82 años- es un genio de la historia de la televisión en España. Pero también su nombre está inscrito, aunque en caracteres menores que los correspondientes a la televisión, en la historia del cine español. Fue hijo de la Escuela Oficial de Cine en la que se tituló en 1962 para debutar con un cortometraje que obtuvo la Concha de Oro en el festival de San Sebastián (Lección de arte) y con un largometraje (Se necesita chico) en 1963. Estos datos fijan su posición en la historia de nuestro cine. Eran años de transición dentro de un mismo modelo -el de la dictadura- para el país y para su cine. La dictadura pasaba de las apreturas de los años 50 al desarrollismo logrado por el Plan de Estabilización de 1959 y el Plan de Desarrollo de 1964. La enseñanza del cine pasaba del viejo Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas creado en 1947 a la nueva Escuela Oficial de Cine nacida de su renovación en 1961. El cine español pasaba en lo oficial a los años aperturistas de José María García Escudero, apoyado por el reformista Fraga -nombrado ministro de Información y Turismo en 1962-, que le volvió a nombrar Director General de Cinematografía, cargo del que había dimitido una década antes por sus choques con el búnker franquista, el mismo año 62. Y en lo creativo el cine español pasaba de los años 50 de Bardem, Berlanga, Vajda, Pablito Calvo, Joselito y los inicios de los maestros de la comedia desarrollista -Palacios, Masó, Forqué, Lazaga- a los 60 del esplendor de esta comedia y la generación del Nuevo Cine de los Summers (Del rosa al amarillo, 1963), Saura, Picazo y Camus (La caza, La tía Tula y Young Sánchez, todas de 1964) o Patino (Nueve cartas a Berta, 1965).

Tras su debut en el largometraje en 1963 Mercero se dedicó durante doce años a los cortometrajes (destacando Elegía por un circo, muy característico de su talante sentimental y nostálgico aún desde joven) y a la televisión, obteniendo el éxito nacional con la serie Crónicas de un pueblo (1971-1973) y el éxito internacional con La cabina (1973), cuyo guión escribió con un José Luis Garci que aún tardaría cuatro años en iniciarse en el largometraje con Asignatura pendiente. Volvió a la dirección cinematográfica con Manchas de sangre en un coche nuevo (1975) y desde entonces tuvo una presencia regular en las pantallas que alternaba con sus triunfales series televisivas. Así Mercero, nacido en el clima del Nuevo Cine, fue más bien compañero de viaje de los Colomo y Trueba de la Nueva Comedia Madrileña que nació con Tigres de papel en 1977. Aunque en realidad ni con unos, los de los 60, ni con otros, los de los 70, estuvo. Fue Mercero por libre pagando por ello, como Garci, el precio que suele exigirse a quien no se integra en grupos, sectas o movimientos.

Era un creador libre de prejuicios que disfrutaba el cine sin el sectarismo de los pedantes

En cine no fue tan genial como en televisión. Lo suyo fue un pulcro artesanado siempre con excelente dirección de actores -su pasión por los cómicos, dando trabajo a muchos grandes nombres de veteranos, también lo hermana con Garci- que dio sus mejores resultados en La guerra de papá (1977), Tobi (1978), Espérame en el cielo 1988) -tal vez sus dos mejores obras-, La hora de los valientes (1998) o su último gran éxito, Planta 4ª (2003).

Su última película -¿Y tú quién eres? (2007)- trataba del alzhéimer y durante su rodaje se manifestaron los primeros síntomas de su enfermedad. Así de unidos, voluntaria o casualmente, estaban vida y cine en él. Como su gran amigo Garci, Mercero era uno de esos cinéfilos simpáticos y sin prejuicios que aman el cine y sobre todo lo disfrutan sin el sectarismo de los pedantes, tan masoquistamente dados al martirologio que considera la butaca de cine un instrumento de tortura, que los miran por encima del hombro como si fueran puritanas desaprobando a un alegre borrachín. Por eso uno de sus hijos dijo que Antonio Mercero quería morirse rodeado de su familia viendo Cantando bajo la lluvia. Ojalá que allí donde no hay lágrimas ni olvido le recibieran Gene Kelly, Donald O'Connor y Debbie Reynolds cantándole Singin'in the Rain como lo hacen en los títulos de créditos, con sus gabardinas de colores y paraguas. Porque sería justo que cada cual tuviera su propio paraíso.

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