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Hastío y delirio suicida

Toda La balada de Ricky y Ronny sucede entre dos en un solo espacio doméstico cerrado; toda la balada que es este espectáculo, a su vez, sucede en el monólogo interior y la conversación con el partenaire. La pareja se canta a lo largo del espectáculo desde el tedio cotidiano, que a duras penas soporta y refiere a lo real, hasta el puro delirio suicida que no distingue entre la catástrofe subjetiva y la realidad. Efectivamente se canta; adoptan el género escénico-musical propio de la evasión para narrar la evasión de la realidad más literal, es un canto de delirio y muerte.

Esta 'ópera de bolsillo u ópera pop', hibrida el melodrama nórdico clásico, la desesperación y la 'tragedia del ser'; en la psicodelia popera las canciones suceden yuxtapuestas con una única base musical: una caja o cuadro de ritmos electrónico, presente en escena y que manipulan los propios intérpretes. De la psicodelia es también propia la rienda suelta al delirio; junto a multitud de recursos brechtianos -el registro poético junto al vulgar, pequeños elementos de distorsión en escenografía y vestuario, reproducción simbólica del lugar dramático, interpretación y dicción planas- que terminan construyendo La balada a modo de parábola.

Símil dramático de la podredumbre de la ideología del individualismo llevada al extremo, el hogar dulce hogar de la clase media, el lugar natural de la felicidad humana en las sociedades del bienestar convertido en lugar de bajada a los infiernos.

La balada es un canto de abismo, algo que guarda relación con mi sensación de aburrimiento, sobrevenida de la mano de un pesimismo absoluto, una falta de esperanza demoledora que desarrolla el libreto, y que escénicamente se plasma en un solo registro, una monocromía tanto semántica como sonora. Al tener la misma base musical electrónica, salvo por la letra, todas las canciones se parecen demasiado unas a otras. Bonnema y Dahl interpretan -ella con más registros y matices que él- en directo un libreto según el cual una pareja de cuarenta y tantos, sin hijos, convive en una perpetua discusión que según avanza el espectáculo va abandonando la cotidianidad -la cordura- precipitándose hacia el delirio y final suicida. Narrativamente algunos delirios están más logrados que otros: preversiones sexuales, nevadas de hombres suicidas, la guerra (todo afuera como catástrofe), la figura fantasmagórica del hijo; trasunto de la esperanza abortada, un sarcasmo al que llaman libertad.

El espectáculo propuesto por la compañía belga formada por Bonnema y Dahl (a los que ya vimos como intérpretes en La habitación de Isabela, de Jan Lauwers) me resulta atractivo y ocasionalmente aburrido, escénica y discursivamente, consigue atraer y repeler mi atención.

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