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Heras-Casado supera su primer examen

  • Sin aportar novedades excepcionales, el nuevo director mantiene la calidad de conjuntos e intérpretes

En la mañana de ayer el ministro de Cultura presidía la presentación en Madrid de la 67 edición del Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Por la tarde-noche, los representantes locales asistían a la sesión valorativa que hizo el nuevo director del certamen Pablo Heras-Casado. Hace poco los ministros venían a Granada -a la presentación y, por supuesto a sus sesiones, como hacían los príncipes y con mucha frecuencia, la Reina Sofía-, a la ciudad que le da nombre al evento y donde se celebra. Ahora parece que va a ser al revés en este primer contacto informativo. Aunque sea una anécdota, no me parece muy acertado que priven intereses personales -ni incluso en la necesaria divulgación que exige el certamen- sobre lo que debe ser, como hasta ahora, el faro más importante de la Granada cultural a nivel nacional e internacional.

En cualquier caso, lo importante es el primer programa que ha trazado un granadino que ha alcanzado un puesto importante entre los jóvenes valores internacionales en la dirección orquestal. Su primer examen lo ha aprobado, porque sin aportar novedades excepcionales, sí ha mantenido la calidad de conjuntos e intérpretes que se esperan de la rica historia del Festival. Hay, también ciertas gotas de personalidad que esperamos fructifiquen en futuras ediciones. El guión partía del centenario de la muerte de Claude Debussy y sus relaciones sentimentales, no físicas, con la Granada que le mostraba en tarjetas y cartas Manuel de Falla. Un Debussy que, por cierto, ha estado omnipresente en la historia del Festival, recordando, por lejano, el recital de Walter Gieseking, en 1956, infinidad de intepretaciones pianísticas, desde Alicia de Larrocha al joven asiduo Perianes; orquestales -Karajan nos ofreció una versión "triste y desencantada", escribí el 3 de julio de 1973- de L'aprés midí d'un faune-, escénicas, etc.

Heras-Casado -que se ha reservado la sesión inaugural con Les Siècles, con pinceladas debussianas como el preludio de la Siesta de un fauno, la III imagen de Iberia, La mer y la Primera suite para orquesta-, ha atendido dignamente los cuatros pilares básicos en la historia del certamen; sinfónico, de danza, solistas y flamenco, pese a los recortes realizados en duración y sesiones del Festival. Los dos conciertos del conjunto galo, el segundo con la colaboración del coro de la OCG, y con su director titular, François Xaviert Roth, sitúan la idea del programa, aunque el ciclo se enriquece con la Orquesta del Teatro Mariinsky de San Petersburgo , dirigida por un maestro de la calidad de Valery Gergiev, en los que incrustan dos conocidas oberturas españolas de Glinka -Jota Aragonesa y Noche en Madrid-, la habitual Shehérezade, para buscar en el segundo obras más ambiciosas como la Primera sinfonía, de Prokofieff, y el Concierto para violín y Orquesta y la Sinfonía núm. 12, de Shostakovich,

La OCG, un tanto olvidada en las últimas ediciones, recobra protagonismo con Heras-Casado en el pódium, donde aparte de un estreno de Sánchez-Verdú, Memoria en rojo, se enfrasca en Haynd y Mozart, amén de canciones francesas. Para cerrar un ciclo -que otras ediciones recientes ha sido más robusto y variado, con programaciones no sólo de compromiso- con la prestigiosa Philharmonia Orchestra -presente en 1988 con el mismo director que este año, Esa-Pekka Salonen, y en 2005, con otro director finés, Jukka-Pekka Saraste- que ofrecerá la Tercera Sinfonía, 'Eroica', de Beethoven y fragmentos de El ocaso de los dioses, de Wagner, con la mezzosoprano Michelle DeYoung.

La Danza tiene representaciones llamativas, con la versión de Carmen, por la Compañía Nacional, el Real Ballet de Flandes, con su versión de El Pájaro de fuego -tantas veces representadas en el Festival-, además de Faun, y Chonicle, esta vez coreografía de Martha Graham, mientras más adelante, Estrellas y solistas de la Ópera de París, nos recuerdan, -como se hizo recientemente- el paso de los Ballets Rusos en Granada. La coreógrafa y bailarina granadina Blanca Li -de la que recordamos su versión de El Amor brujo, con Marina Heredia, y la OCG, y su creación Nana y Lila, en 2004, nos ofrecerá su creación Diosas y Demonias.

Recitales, con notables cantantes, pianistas, clavecinista, guitarrista como Patricia Petibon, Pierre-Laurent Aimard, Pierre Hantaï, Pablo Sainz, conjuntos de cámara, etc., enfrascados también en Debussy y la música francesa que, por cierto, en 2007, bajo el título Españoles en París, Enrique Gámez ofreció un recorrido por la vinculación entre los creadores franceses y españoles, con lo más representativo de sus creaciones. Habrá lujo minoritario para invitados selectos que podrán escuchar la debussiana Puerta del Vino, bajo la misma puerta, según referencias.

Y, naturalmente, flamenco, también con presencia granadina, con la familia Habichuela, o el espectáculo que viene representando María Pagés y su Oda al tiempo, Manuel Liñán, Rocío Márquez y el cantautor uruguayo Jorge Drexler. Los pequeños también tendrán su Pájaro de fuego, por el Teatro Giocco Vita.

Se ha olvidado, una vez más la ópera, como gran espectáculo en vivo que ha sido parte fundamental del Festival, pese a las dificultades de espacios. No olvidemos momentos como El rapto en el Serrallo, en los Arrayanes, La flauta mágica, en el Generalife, con Comediants, la propia Atlántida, por la Fura, el oratorio escénico Juana de Arco en la Hoguera, la versión lésbica de Orfeo y Eurídice, también por La Fura, incluso las versiones escénicas de El Retablo, por la compañía de Lanz, La vida breve, entre un largo etcétera. Supongo que, en el futuro, no querrá sustituirse por versiones filmadas porque sería como comentar grabaciones discográficas.

En resumen, un Festival digno, un tanto convencional, recordando directamente su pasado, pero lejos de acercarse a los grandes momentos estelares que el público y los críticos veteranos hemos vivido y comentado. Reducido, respecto a ediciones cercanas -26 espectáculos para 17 días- lo que puede ser positivo al eliminar cierto barullo de coincidencias, pero también peligroso si se recortan posibilidades a sectores de públicos que no pueden acceder a los grandes eventos.

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