La Philharmonia Orchestra despidió ayer la 67 edición del Festival y su apartado sinfónico. Lo hizo por todo lo alto con un atractivo programa de música romántica -al igual que hiciera en su concierto del año pasado en Granada, pero esta vez con los alemanes Beethoven y Wagner como protagonistas-, cuya temática principal era el papel de las deidades. El maestro Esa-Pekka Salonen, director titular y artístico de la formación londinense desde 2008, fue el encargado de conducir el recital donde los artistas se convirtieron por momentos en dioses musicales de carne y hueso que, acompañados de la mezzosoprano Michelle DeYoung, emocionaron sobremanera al público.
El director de orquesta finlandés supo estar a la altura en un concierto que cerró el círculo que 30 años había iniciado con la Philharmonia Orchestra en ese mismo lugar. Salonen inauguró entonces "con gran brillantez" la 37ª edición de la cita cultural en compañía de la orquesta londinense, la pianista Alicia de Larrocha y la querida Montserrat Caballé. La soprano, cuentan en las crónicas de aquellos días, suprimió parte del programa por "diferencias irreconciliables" con el director durante los ensayos -incluso el Festival publicó una nota-. El público se quedó sin ver un fragmento del Tristán e Isolda de Wagner, que estaba previsto que cantara la artista catalana. Una anécdota que, ya iniciado el recital y habiendo demostrado sus galones de director de orquesta de primerísimo nivel, ningún espectador recordó.
La formación arrancó su concierto con la Sinfonía número 3, en mi bemol mayor Op. 55, una joya de Beethoven. Conocida como la Heroica, la pieza rompe los moldes de la sinfonía clásica y reflejó la palpitación del nuevo espíritu romántico. En ella se habla de la vida del héroe -la compuso pensando en Napoleón Bonaparte, pero luego tachó su nombre de la partitura- en el primer movimiento, la muerte en el segundo, la resurrección en el tercero y la apoteosis final en el Parnaso. El maestro dirigió con serenidad y elegancia a la orquesta durante 45 minutos en los que, por un momento, se coló un simpático maullido de un gato. La buena impresión que se llevó el público se tradujo en seguida en un largo y rotundo aplauso antes del merecido descanso.
El recital de la Philharmonia Orchestra exploró con gran acierto el poder narrativo de la música -algo que siempre alaba el director finlandés-, sobre cuando se interpretó una acertada selección de El ocaso de los dioses de Wagner, la cuarta y última de las óperas que componen el ciclo de El anillo del nibelungo. Diseños melódicos, rítmicos o armónicos se asocian con personajes, estados emocionales y cualquier otro elemento impulsor de la acción hasta lograr una continuidad instrumental inextinguible, ya puede ser el balanceo ondulante del Rin, que la muerte de Siegfried mientras se consuma la inmolación de Brünnhilde. DeYoung, ataviada con un vestido largo negro y destelleante, se puso en la piel de esta valquiria para interpretar una marcha fúnebre con un vibrato más que entrenado, que dejó a algunos boquiabiertos. La elegante y versátil orquesta, puso así el broche de oro a la noche en la que demostró su dominio absoluto del programa. El largo aplauso retumbo en todo el Carlos V.
El maestro Esa-Pekka volvió al Festival 30 años después de su primera visita
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