Literatura

Los que murieron por la patria

  • Alianza Editorial publica ‘El general del ejército muerto’, la primera novela del gran escritor albanés Ismaíl Kadaré, premio Príncipe de Asturias de las Letras 2009

Ismaíl Kadaré

Ismaíl Kadaré

El general del ejército muerto (Alianza) parte de una sugerente premisa: un oficial de alta graduación del ejército italiano acepta el encargo de trasladarse a Albania para recuperar y repatriar los cadáveres de los miles de compatriotas que murieron allí durante la II Guerra Mundial.

Tras la ruptura con la Unión Soviética en 1961, Albania, deseosa de congraciarse con sus vecinos, ha dado los permisos pertinentes y todas las facilidades al gobierno italiano para llevar a cabo una labor que el protagonista asume como un acto de justicia: “otros generales habían conducido aquellas columnas interminables de soldados al fracaso y el aniquilamiento –escribe Ismaíl Kadaré–, pero él venía a rescatar del olvido y la muerte lo que hubiera quedado de ellos”. Le acompaña un sacerdote con grado de coronel y talante taciturno.

El libro parte con un oficial de alta graduación que llega a Albania para repatriar miles de cuerpos de compatriotas que murieron en la II Guerra Mundial

Las metas de cada uno, al igual que sus caracteres, son contrapuestos. El general anhela una gloria tardía –le habría gustado participar en la campaña de Albania–; el capellán acepta el servicio con resignación: lo hará lo mejor que pueda, nada más.Hay una historia común, la de los hombres movilizados “en defensa de la patria” y enviados a tierras extranjeras en donde dejarían la vida sin tener demasiado claro por qué mataban o morían.

En esta turba anónima, no obstante, no tarda en despuntar el drama individual y la reivindicación de la unicidad de la persona: ningún hombre es intercambiable por otro. El general y el capellán encuentran varios testimonios de los caídos –diarios, principalmente– y en ellos escuchan las voces fantasmales de la gente que yace bajo tierra, los pensamientos postreros de quienes la retórica patriotera querría convertir en héroes y mártires, y sólo fueron hombres desesperados, confusos, con una única idea clara: sobrevivir.

Los protagonistas descubren que, cuando la guerra estuvo perdida, hubo deserciones en masa; los soldados buscaron refugio entre los albaneses o cambiaron sus armas por comida: “Parece ser que los revólveres se cambiaban por un pedazo de pan y un trago de vino, pues los albaneses aprecian mucho menos las pistolas que los fusiles. Éstos eran más cotizados, su precio podía elevarse hasta un saco de pan”, explica Kadaré.

La misión no tarda en revelarse como lo que es: una empresa dantesca, un desatino, un ulterior acto de crueldad. Aquel general deseoso de fama acaba al mando de un ejército de cadáveres que no necesitan ningún monumento, sino que honren su memoria como personas, no como soldados, pues, como tales, aún mantienen intacta su capacidad de sembrar el mal: un mal físico en forma de infección, que acabará con la vida de uno de los obreros locales contratados como desenterradores, y un mal existencial en forma de recuerdos no menos virulentos. No hay donde aferrarse.

Al general le dieron la orden expresa de hallar el paradero del coronel Z., ungido con el óleo del heroísmo en los anales patrios, pero las acciones suyas que descubre tienen poco de heroico: linchamientos sumarios, violaciones y ultrajes de todo tipo. Al remover la tierra y las tumbas de los invasores, se avivan viejos rencores nunca del todo resueltos, se abren heridas no cicatrizadas del pueblo invadido.

Al lector de Ismaíl Kadaré le sorprenderá ver cómo ya en su primera novela el escritor había fijado las líneas de reflexión que ha ahondado en su obra narrativa posterior: el estudio de la violencia a través de una manifestación que parece legitimarla, la guerra, y el empeño de comprender el pasado, el presente y el futuro de Albania. Una vez más, la mirada a su país es oblicua. Si en El cerco (1994), Kadaré narraba la invasión turca del siglo XV situando el punto de vista narrativo en el bando de la potencia agresora, en El general del ejército muerto, para marcar distancias, hace suya la extrañeza de ese oficial extranjero sobrepasado por los acontecimientos. Los acordes, quizás de manera inevitable, vuelven a ser amargos.

A propósito de Albania, una tierra permanentemente expoliada, Kadaré escribe: “No existe pueblo que a lo largo de los siglos haya conocido una suerte más triste”.

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