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Jazz, año 28

Con la actuación el sábado por la noche de algunas figuras del panorama actual del blues de la capital de Illinois, un concierto programado en colaboración con el Chicago Blues Festival, echó el telón hasta la próxima temporada el Festival Internacional de Jazz.

Viene siendo habitual en las últimas ediciones que el cierre se lleve a cabo a ritmo de blues con el patrocinio de Cervezas Alhambra. En esto la 28ª edición ha cumplido con la tradición. También ha diversificado su oferta paralela. Un acierto de cara a fomentar la participación de los músicos locales y de las salas que, muchas veces jugándosela contra una administración y una regulación excesivamente inflexible, les dan cobertura. En otros aspectos ha resultado un poco más atípica. Ya el concierto de inauguración a cargo de la Orquesta Ciudad de Granada y la Big Band anunciaba que la de este año sería una edición diferente. Diferente y algo irregular.

Al experimento orquestal en el auditorio Manuel de Falla, que devolvió al festival al que fuera su espacio natural en los inicios, allá por los años 80, le siguieron algunas propuestas originales. La lectura académica que supuso el ejercicio de estilo de la Vienna Art Orchestra constituyó otro rodeo para acercarse al jazz. Las de Medeski, Martin & Wood con su vanguardismo antiguo, si se permite la expresión, y de Oregon y sus cadencias new age, fueron del gusto de ciertos sectores no estrictamente jazzistas, y evidenciaron la intención de los programadores de atraerse a nuevos segmentos de público interesado en otros géneros 'adultos'.

Si en anteriores ocasiones era referencia obligada la inclusión de artistas de ascendente latino, y más tarde el espectro se amplió a otras músicas calientes de origen negroide emparentadas con el jazz, actualmente el paraguas del festival trata de dar cobijo bajo la denominación jazz a un buen número de géneros que, afines o no, comparten con él seguramente no más que el interés de un público abierto a cualquier propuesta vestida de seria y trascendente que lleve el sello de calidad con el que darse lustre.

Al igual que ocurre con otros productos y su mercadotecnia, como la moda o los automóviles, el consumidor trata de retratarse con la música que elige escuchar. En este sentido la apuesta de la organización es inteligente. La actuación de Galliano y Burton es otro buen ejemplo. Una propuesta más deudora del tango y la tradición francesa que del jazz mismo. La aportación latina, inevitable y siempre una garantía de éxito pues suele ser de las preferidas por la afición, estuvo estupendamente cubierta por los nombre de Michel Camilo y, sobre todo, por el gigantón Chucho Valdés. Ambos estuvieron a la altura de lo esperado y levantaron al teatro de sus asientos dejándose literalmente los dedos sobre las teclas de sus pianos.

Pero sin duda el jazz con denominación de origen tuvo en esta edición un nombre. El del exquisito Ron Carter, para muchos el más elegante contrabajista de la historia del jazz. De todos los que han pasado por el escenario del Isabel la Católica en la actual edición, fue precisamente el que más nombre tiene el que hizo el solo más corto y comedido. Todos los demás se exhibieron más que él. Un hecho sintomático del que alguno debería tomar nota. Los grandes siempre serán los grandes. Esperemos que para ocasiones futuras no dejemos escapar algunas de las últimas figuras vivas que aún podrían venir al festival como son los casos de Ornette Coleman o Sonny Rollins. Ambos son ejemplo de artistas que siendo historia viva del género, se mantienen en espléndida forma, como demuestran sus últimos trabajos en 2006, y han girado por otras ciudades españolas durante el mes de noviembre.

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