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Jean-Michel Basquiat: cauces de una indignación

  • El Guggenheim de Bilbao acoge hasta noviembre una muestra dedicada al artista neoyorquino, en cuyos revolucionarios trabajos se vislumbran su inteligencia y su rebeldía

No era un chico de la calle, más bien se echó a la calle y la consideró su mejor escuela. Jean-Michel Basquiat nació en Nueva York en 1960, hijo de un haitiano, respetado contable, y de una reconocida diseñadora de origen portorriqueño. Asiduo lector, desde niño alternaba textos en inglés, castellano y francés. Esta facilidad surgía, más que del cruce de lenguas que había en la familia, de la capacidad intelectual del muchacho. Gerard Basquiat, su padre -que, tras un tenso divorcio, se había hecho cargo de la custodia de sus tres hijos- decidió llevar a Jean-Michel en un colegio para superdotados. No llegó a graduarse: un año antes, con 17, lo expulsaron del centro. Al año siguiente, dejó la casa familiar.

Comienza entonces a vivir sin domicilio fijo. Muy pronto apareció SAMO©. Con esa sigla (Same Old Shit, "la misma mierda de siempre") firman Basquiat y un amigo de aquel selecto colegio, Al Díaz, sus grafitis. Llaman la atención porque se apartan de las prácticas al uso: en ellos tienen peso especial las palabras (ordenadas en aforismos o aisladas, como si invitaran al transeúnte a hacer su propia lectura), las figuras, muy esquemáticas, son casi grafismos, y unas y otras adquieren mayor protagonismo al resaltar en la pared donde dejan mucho espacio libre.

Este modo de concebir el grafiti (que apenas permite considerar a Basquiat un grafitero) genera textos críticos que destacan el trabajo de ambos jóvenes, aunque la asociación se deshará pronto. Basquiat va a trabajar entonces en soportes variados: lienzo y papel, pero también puertas desechadas o tarimas de tableros separados entre sí (como en Anthony Clarke, 1985). No abandona sin embargo las formas elementales, el fuerte trazo (que remite a Twombly, al que admiraba) o la inclusión de materiales y signos muy diversos en la misma obra (emulando a Rauschenberg, otra de sus referencias).

A la vez promueve la que poco después será la banda Gray: cultivará una fusión de jazz, punk y synth pop y Basquiat tocará en ella el clarinete y el sintetizador. Esta versatilidad (o sensibilidad o ambición) da cuenta del icono que convierte en firma, la corona de tres puntas que simbolizan al poeta, al músico y al campeón de boxeo.

Puede extrañar esto último, pero Basquiat valora el deporte y también el arrojo necesario para medirse con cualquiera y no dejarse dominar. Esto explica la galería de héroes afroamericanos, a los que designa directamente como negros. Campeones de boxeo, jugadores de basket o baseball aparecen en sus obras con rasgos esquemáticos pero expresivos, coronados por halos, que aúnan el nimbo del santo y el laurel del héroe. A veces les añade signos tribales: una lanza que levanta el campeón cuyo rostro recuerda al de un ídolo. Una de las obras más destacadas en esa galería es el homenaje a Jesse Owens, el atleta que ganó cuatro oros en Berlín, 1936. Aquí recurre Basquiat a otra mitología: la figura de Owens se reduce a una pierna alada como la de Hermes.

La obra tiene ecos políticos y sirve por ello de introducción a otras en las que Basquiat muestra su rechazo a la dominación. Así la pieza llena de color dedicada a Moisés, libertador de los hebreos en Egipto, o las decididamente críticas: unas entre el sarcasmo y la amargura (La ironía de un policía negro), otras críticas frente al todo-poder de los monopolios (Falsa economía) o los excesos del consumo, y otras que denuncian la brutalidad policial, como La muerte de Michael Stewart, un grafitero detenido y golpeado por la policía cuya muerte nunca se aclaró. Basquiat sentía vivir en esa permanente amenaza. Tal vez sus autorretratos y en general sus cabezas sinteticen la indignación e incertidumbre en la que se sentía, una fusión de fuerza y fragilidad.

La primera muestra individual de Basquiat la acogió Módena, en 1981, al año siguiente expuso en Estados Unidos con Annina Nosei y con la Gagosian, e intervino en la Documenta de Kassel. En 1985 comienza a trabajar con Bruno Bischofberger, la galería suiza donde también trabajaban Andy Warhol y Francesco Clemente. De aquí surgió una exposición en la que intervinieron los tres autores (pudo verse hace años en el Museo Reina Sofía) y sobre todo el período en el que trabajaron juntos Warhol y Basquiat. Una de las obras parece reiterar lo dicho más arriba: sobre una serigrafía de Warhol, el símbolo del dólar, Basquiat pinta una oruga con un texto: No me pisoteéis. La pieza puede servir de resumen de las demás en las que el cuidado y sensual trabajo de Warhol contrasta con la expresión directa, a veces brutal, de Basquiat.

El Museo Guggenheim Bilbao muestra de modo algo condensado la obra y la figura de este autor (de las pinturas de calle a la colaboración con Warhol) cuya indudable capacidad la interrumpió una sobredosis. Basquiat falleció en agosto de 1988. Tenía 27 años.

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