Actual

Jerez, capital del flamenco

Justo en el ecuador del XVIII Festival de Jerez, es la obra Los invitados, de la compañía de Belén Maya, la que más comentarios está suscitando entre los aficionados. En ella, la bailaora nacida en Nueva York -pero granadina de adopción- retorna a su mejor versión, después de unos años de experimentación. Dando rienda suelta a su tremendo carisma, una cosa que no se ensaya ni se aprende. Y, sobre todo, desnudándose sobre el escenario. Esa orfandad, subrayada por el homenaje a Carmen Mora, con la que todos los aficionados nos identificamos porque todos somos, o seremos, huérfanos. Carmen Linares ejerce de figura materna en una obra que cuenta con delirios sonoros de la talla de Tomás de Perrate en Cheek to cheek. Si la danza sirve para algo es para cumplir nuestros sueños. Por eso Belén Maya, con la voz del utrerano, se ha permitido ser Ginger Rogers. Aunque en este caso es ella la que conduce a su Fred Astaire, el actor Javier Centeno. Si el arte tuviera algún cometido no sería el de mostrar el virtuosismo del intérprete, fuera de duda en el caso que nos ocupa, sino desgranar emociones con las que cualquier humano se pueda identificar. Eso hace Maya en esta obra: ya he hablado de la orfandad y la alegría infantil por el gozo de la pura danza cheek to cheek. También la melancolía por las ocasiones perdidas, los convidados que no vinieron o se fueron antes de tiempo. En esta obra, cada uno de ellos, de nosotros, tocaba la puerta, se dejaba algo, un hermoso regalo, y se iba, quedando para siempre en nuestra memoria. Así la seguiriya de José Valencia. O las cantiñas de Manuel Liñán, deslumbrantes y provocadoras, si es que hubiera alguien dispuesto a dejarse provocar. José Anillo, que llegó resfriado, cosas de los tiempos, pero que escanció una llorosa malagueña solemne y pétrea, dulce pero rocosa. Y Rafael Rodríguez inventando la solemnidad cotidiana, la dignidad de las minucias sonoras. Pero también los de casa: Gema Caballero, arrolladora toda la noche. Rota y entregada. Y Javier Patiño, el toque más humilde, casi invisible, pero que desnuda y cubre de caricias. De hecho, lo que más me gustó de este espectáculo pleno de momentos sublimes fueron los dúos entre el guitarrista jerezano y la bailaora. Intimidad y solipsismo. Pero manifestados sobre la escena, compartidos, dispuestos para encontrarse con el patio de butacas. Hubo bromas, hubo risas. Como en todas las fiestas. A cargo, especialmente, de Centeno y Liñán. Pero hubo sobre todo memoria por los ausentes, soledad y extrañeza ante esa cosa rara llamada existencia.

Como digo, una vuelta a la mejor Belén Maya sin excesos dramáticos ni intentos de ser otra cosa distinta de lo que uno es: la bata de cola como liberación y cadena. Lo femenino como fatalidad y deseo. Ha sido uno de los espectáculos más brillante de esta primera semana del Festival de Jerez que tenía, no obstante, muchos días marcados en rojo. Por ejemplo Ay, el más oscuro y triste espectáculo de Eva Yerbabuena. En la misma línea, por tanto, de Fatum o lo categórico del destino, el espectáculo inaugural de este año. Lo bailó Kojima y lo coreografió y bailó Latorre. Ha sido una de las pocas obras con argumento de esta edición, basada, según el programa de mano, en La forza del destino de Verdi. Lo cierto es que este argumento procede del Duque de Rivas, en cuyo Don Álvaro se basa Verdi para componer el suyo. A veces tenemos que mirar allá lejos para ver lo propio. Dos formas de ver el destino, Yerbabuena y Kojima, ésta argumental y la primera abstracta. Quizá sea cosa del plan de adelgazamiento de los presupuestos, pero si el Festival de Jerez es un muestrario de la realidad actual de la danza flamenca, tenemos que decir que ésta vuelve con fuerza a lo abstracto. El flamenco quiere contar emociones, no historias. Fue éste el impulso del que nació y el que se impuso a lo largo de su desarrollo. Lo vimos también con otro de los exitosos estrenos de este año, Pisadas, de Olga Pericet, fresca y brillante en los tangos y en el paso a dos con Juan Carlos Lérida. En la Gala flamenca en la que un genio llamado Antonio Canales escanció unas gotas de su arte, y en donde Karime Amaya estuvo tan contundente como elegante, a una velocidad inverosímil. Y lo vimos en los recitales de los jerezanos Soraya Clavijo y Domingo Ortega o del gaditano Alberto Sellés, este último otro de los grandes triunfadores de la edición de este año con una propuesta tan sencilla como natural. Sellés tiene el don de la comunicación y de alegrar el alma del que lo contempla. Tiene la sal de su tierra, pero con un envoltorio tan lozano que en ocasiones parece ingenuo. Y es que es un niño. Un niño que baila como los ángeles. Y aunque En memoria del cante, que el Ballet Flamenco de Andalucía presentó en el día de la Comunidad, se inspira en el Concurso de Granada de 1922, su desarrollo tampoco pretende narrar este hecho histórico sino glosar las emociones que el mismo suscita, en 2014, a la coreógrafa Rafaela Carrasco. La mal llamada danza española también ocupó sus espacios este año en Jerez. En este sentido, la propuesta más destacada ha sido A pie de Daniel Doña, una obra austera, de brillante puesta en escena y pulcra y matemática coreografía.

En el Festival de Jerez el cante es el protagonista de los espacios alternativos. En la sala Paúl presentó La Tremendita su propio Fatum, un universo absolutamente personal en el que la sevillana se presenta como cantautora flamenca. Acompañada de un brillante elenco y de su propia guitarra flamenca, escanció composiciones inspiradas en el entorno rural en que vive o en el folclore más reivindicativo. Los Conciertos de Palacio de Jeromo Segura y El Londro transcurrieron por ámbitos más tradicionales: el primero, flamante Lámpara Minera, emocionó con los cantes trianeros y los estilos que le valieron el preciado galardón. El Londro, con un hilillo de voz ensimismada, recorrió la baraja de los sentimientos jondos entre la pena de la malagueña y la felicidad de los trabalenguas por bulerías. David Lagos presentó su personal visión del cante de Jerez, en la que, a la impresionante belleza tímbrica de su voz, unió su conocimiento del flamenco de su tierra: Torre, Mojama, El Gloria... pero también Medina, El Garrido y, por supuesto, Chacón. Porque no sólo de seguiriya y bulería vive el cante de Jerez: la primera noticia histórica de la guajira flamenca la sitúa en la ciudad del vino en 1860.

La cita más esperada este año en Jerez por los aficionados a la guitarra era Soy flamenco, de Tomatito, que suspendió su concierto, previsto para el sábado, por un ataque de ansiedad motivado por la muerte inesperada de Paco de Lucía. Antonio Rey ofreció el viernes una versión de pequeño formato de su Camino del alma, deslumbrante tercer disco de un tocaor sorprendente y en evolución que, asimismo, homenajeó al llorado maestro con una soleá titulada Cuando canta el gallo, composición del algecireño.

Todavía queda una semana de emociones intensas con citas de enorme interés como la que protagonizará mañana Andrés Peña en el estreno de su nuevo espectáculo o los sevillanos Alicia Márquez y Ramón Martínez, el martes próximo. Joaquín Grilo cerrará la décimo octava edición del Festival de Jerez el próximo sábado con su propuesta Cositas mías, un estreno especialmente diseñado para esta cita. Si todavía no han podido ir, no se lo pierdan.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios