Crítica de Cine

Leo Harlem contra el cine

La comedia española de éxito es como un choque de trenes, como un Frankenstein de saldo y costuras gigantes entre la fórmula de importación (aquí italiana: Sole a cantinelle) y su remedo nacional en clave cuñadista y con los dos ojos puestos en la televisión y sus audiencias embrutecidas.

El mejor verano de mi vida da carrete corto al conocido monologuista Leo Harlem y lo suelta en medio de un producto prefabricado en el que cada uno de sus chistes, réplicas, ocurrencias, parrafadas y salidas controladas de tono terminan literalmente encapsulados y anestesiados en el formato blanco, blando, viscoso y plano de una trama vergonzante y unas formas adocenadas que hacen literalmente imposible cualquier complicidad con la propuesta.

Si al despropósito vacacional de padre viejo e hijo postizo le añadimos el habitual desfile de rostros y secundarios de sitcom (cautivos de sus estereotipos rancios en aras de una profesionalidad mal entendida), una historia de terapia infantil y unos apuntes de actualidad de juzgado de guardia a costa del desempleo, los sindicatos y la crisis económica, el tipo entrañable, verborreico y mezquino que intenta sacar a flote el cómico leonés bien pudiera servir en un futuro no tan lejano como muestra y síntoma de uno de los periodos más nefastos de la comedia popular de este país.

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