Ficcionario

de Llave

  • En los anales de la ficción abundan las llaves y las claves, pues participa en la naturaleza de ambas l Un ejemplo es 'La llave de cristal', una de las novelas más lúcidas de Dashiell Hammett

La palabra latina clavis generó en nuestro idioma dos sustantivos diferentes, aunque íntimamente relacionados; por un lado, llave, un instrumento metálico que se introduce en cerraduras (y afines) para abrirlas o cerrarlas; por otro, clave, una llave abstracta que permite o impide el acceso a un espacio indefinido o resolver ese acertijo (o variantes) que se levanta ante nosotros como un portón mudo. En los anales de la ficción abundan unas y otras, llaves y claves, pues la ficción participa de la naturaleza de ambas. En ocasiones, llave y clave han acabado siendo una misma y enigmática cosa; estoy pensando en La llave de cristal (1931), una de las novelas más lúcidas de Dashiell Hammett, un escritor que toda su vida derrochó lucidez a manos llenas. La acción se sitúa en una ciudad innominada de los Estados Unidos -un modo de sugerir que podría suceder en cualquier parte- y en plena campaña electoral: una noche aparece muerto el hijo de un senador, que se presenta a la reelección, y todo apunta al gangster Paul Madvig, aliado temporal del senador y pretendiente de su hija; Madvig, de hecho, recurrirá a cuantos medios tiene a su alcance para entorpecer la solución del crimen.

Ned Beaumont, amigo de éste, si de amistad puede hablarse en ciertos ambientes, se encontrará desenredando la madeja un poco por casualidad, pues al cobrar una deuda de juego descubre algunas pistas (algunas claves) que destaparían eso que el poder hace lo posible por esconder: intereses a la sombra, maquinaciones, estrategias, pactos, promesas y traiciones que, por ejemplo, Nicolás Maquiavelo habría leído con suma curiosidad. Al igual que el secretario florentino, Hammett está convencido de que hay que retratar el mundo tal como es, no como debería ser, y Beaumont, su protagonista -una suerte de consejero para príncipes modernos-, vive esta historia para ilustrarnos y demostrar que, y aquí me sirvo de unas rotundas reflexiones de Rafael Chirbes, "Por un principio elemental, los ricos nunca pueden ser demasiados, no puede haber una clase dirigente que abarque medio país, una economía que se rija por asamblea. Eso es un guión mal construido. Si muchos tienen mucho dinero, el dinero pierde valor, deja de ser útil. El dinero vale porque hay poco y porque el poco que hay se acumula en pocas manos". A lo que sólo cabe añadir: Amén.

Las bazas de Dashiell Hammett son la desnudez, la concisión y la exactitud. Sus novelas son puro músculo, sin asomo de grasa, pero en ésta se superó a sí mismo. Estamos ante una historia sin apenas agarraderos emocionales: el novelista saca a escena personajes con quienes ni podemos ni queremos identificarnos; sus acciones son en general reprochables; sus palabras molestan. Para colmo, los ornamentos literarios están reducidos a su mínima expresión. Y sin embargo, La llave de cristal es una de esas obras que reservan una nueva brazada de sorpresas en cada nueva lectura. A pesar de todo, ninguna de éstas, ni sorpresas ni relecturas, me han permitido desvelar uno de sus mayores misterios, si no el principal: la llave del título, ¿de qué es metáfora? Podría ser esa verdad que tenemos delante, como la carta robada de Edgar Allan Poe, sin que nadie repare en ella. O quizás se refiera a la frágil solución de la espesa trama de crímenes del relato. Atañe, me temo, al Poder con mayúscula y a sus paladines. Y es que hay llaves imperfectas que se desmenuzan dentro de las cerraduras y puertas ideadas no para franquearnos el paso, sino para cerrarse en nuestras narices.

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