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Lorca: polvo enamorado

  • El Parque de Alfacar conmemora mañana el 77 aniversario del fusilamiento del escritor Las cartas que envió a Eduardo Rodríguez Valdivieso muestran al ser humano que quedó inerte en una cuneta

Mañana se cumplen 77 años del asesinato de Lorca; mataron al poeta, secaron la tinta de todo lo que le quedaba por escribir; pero, sobre todo, dejaron inerte en una cuneta a un ser humano, un hombre tierno y genial a partes iguales. Las seis cartas que el poeta de Fuente Vaqueros envió a Eduardo Rodríguez Valdivieso que acaba de editar el Patronato Federico García Lorca de la Diputación son, pasados los años, un fiel retrato de un hombre al que le daba igual ser leído por una persona o cientos de miles: "¿Cómo me gustaría gozar contigo el aire de la primavera granadina, el olor pagano de los templos, las ráfagas verdes que manda la Vega vestida de novia de los habares", escribe con emoción el poeta a su amigo granadino en una de las misivas. "No leas mis cartas a nadie, pues carta que se lee es intimidad que se rompe", le dijo el escritor en otro renglón de sus vidas. Y Rodríguez Valdivieso mantuvo firme esta premisa durante décadas. Se supo bien entrados los setenta, como explica Juan de Loxa en el prólogo del libro, "únicamente por parte de poquísimas personas, que existía una correspondencia entre los dos, que sospechábamos hermosa y descubridora, donde la espontaneidad no mermaba calidad literaria".

La pacata sociedad granadina hizo, además del respeto, que Rodríguez Valdivieso intentase "desviar de su memoria" la aventura personal con Federico. Pero de 1988 a 1995 el arco iris comenzó a lucir sobre los tejados grises de la ciudad y tomó la firme decisión de donar estos textos a la Casa-Museo de Fuente Vaqueros.

Federico García Lorca y Eduardo Rodríguez Valdivieso se conocieron en 1932, en una fiesta de máscaras. El aspirante a actor y después "triste oficinista" se vistió de Arlequín y, entre el bullicio del Alhambra Palace, conoció a una deslumbrante pieza de dominó amarilla que escondía al escritor granadino más universal. Este encuentro y el champán dio lugar "al nublado en el que todos naufragamos", como rememoró el propio Valdivieso al entregar los documentos a la Casa-Museo que dirigía Juan de Loxa. "Unos meses más tarde, en pleno verano, paseando por la Acera del Casino con algunos amigos, la voz de Federico me llamó por mi nombre. La relación empezó en ese momento, me invitó a acompañarle a su tertulia, lo que acepté expectante, pues tomé conciencia de lo que significaba".

Después llegaron las cartas, las confidencias, algún reproche porque las contestaciones llegaban con demasiado retraso, un inolvidable viaje a Madrid y un encuentro con Alberti, María Teresa León, Ignacio Sánchez Mejías y la Argentinita... Así hasta 1936 y un último encuentro en la calle Puente de Castalleda, esquina a San Antón, cuando Lorca le dijo que se iba a casa de los Rosales e incluso le consultó la posibilidad de una huida a los campos republicanos.

Después llegó el fatídico 17 de agosto que rompió para siempre la unión entre los dos. "Creo que eres sincero y es esta una virtud que junto con la lealtad, forman parte del sentimiento de amistad que yo cuido y aprecio como una joya rara", le escribió premonitoriamente el poeta en otoño de 1932, una carta en la que, de soslayo, mostraba su opinión sobre su ciudad: "Comprendo, querido Eduardito, lo mal que lo pasarás con esa gente absurda que te rodea y por eso pienso más en ti", le escribió permitiéndose usar su diminutivo amparándose en que Valdivieso, por entonces, apenas contaba con 17 años. El flamante escritor fue su íntimo amigo, pero también su cicerone por el mundo de las letras: "Recibí tus poemitas. El romance estaba deshecho y carecía en cierto modo de interés. El poema en prosa era más bonito", le dijo demostrando que la sinceridad y la amistad pueden ir de la mano.

La última carta que recoge el libro está fechada abril de 1933 y el escritor insiste en que no lo ha olvidado "ni un instante". "Tú yo somos distintos de la gente vulgar y anodina que nos rodea y por eso soy tu amigo, porque tienes un alma hermosa que yo he visto muchas veces en la delicadeza de tu profunda mirada", le dice. "Tu carta me ha emocionado mucho y me ha hecho quererte mucho más. Te veo solo lleno de amor y de espíritu y de belleza y siento tu soledad como un hermoso paisaje donde yo dormiría para siempre", escribe para terminar pidiendo que guardase bien la carta, quizás consciente de que había desnudado su corazón en cada renglón. Después se muestra como un enamorado más: "Me asalta la idea de si tú no me querrás como yo a ti".

Y pese a ser uno de los grandes genios de la historia de la literatura, le confiesa a su amigo por último que "por carta no se pueden hablar cosas delicadas de espiritualidad porque la palabra escrita está casi muerta y falta del calor y comunicación". Pero sus cartas tiene el hálito de la vida y terminan de una forma más mundana: "Me gustaría mucho que me mandaras una foto tuya".

Y aunque con grandes dosis literarias se diga que Lorca está más vivo que quienes lo mataron, lo cierto es que le quitaron todo lo que tenía y todo lo que pudo haber tenido.

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