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Música amortiguada

La OCG estrena programación con un ciclo de dos conciertos que, bajo la denominación de Conciertos de otoño, nos invita a viajar a dos de los lugares más evocadores de Europa a través de la música. Esta semana, visitamos virtualmente la República Checa, paseando por las misteriosas calles de Praga de la mano de tres autores nacidos en Bohemia. Tres visiones de la composición importadas desde una de las regiones europeas de mayor tradición musical y pertenecientes a tres momentos distintos de la historia. Para dirigir este primer concierto se ha contado con un director checo, Stanislav Bogunia, que demostró más allá de los tópicos conocer muy bien el repertorio y transmitir a la OCG una idea muy clara de lo que para él significaba cada partitura. En general, podríamos decir que fue un buen concierto; o al menos eso intuimos. El cambio al Palacio de Congresos no ha supuesto precisamente un valor añadido a la calidad de nuestra orquesta en términos acústicos, una sala que adolece de una buena acústica para conciertos clásicos sin megafonía. El sonido parecía salir con dificultad de la caja escénica, pese a que la fusión y empaste de los distintos instrumentos no era mala del todo; aún así, lo que llegaba a muchos de los asistentes era una visión amortiguada de lo que estaba ocurriendo en el escenario que mermó la calidad de la escucha, y por tanto hizo más difícil la valoración global del concierto.

Despegando el elemento acústico de la ecuación podríamos asegurar que asistimos a un buen concierto, aunque supongo que deberemos resignarnos a las carencias de la sala. Los músicos brillaron por la calidad de su sonido en todas las obras, y el equilibrio y dinamismo aportados por el director hicieron del programa una oportunidad sugerente y amena para conocer mejor la música checa. La primera obra del programa, la Sinfonía en Re mayor de Vorisek, nos abrió una nueva visión del clasicismo musical europeo con tintes protorrománticos. Estructurada según el esquema clásico de cuatro movimientos, esta sinfonía es una buena muestra de la calidad compositiva de Vorisek, audaz en la invención de sus temas y docto en la estructuración de sus formas. Stanislav Bogunia reconstruyó magníficamente esta pieza de comienzos del siglo XIX, seguro de haber comprendido bien la partitura. De Vorisek saltamos a pleno siglo XX con una obra de Bohuslav Martinú, un autor a caballo entre el nacionalismo y el neoclasicismo contemporáneos, que coqueteó con los avances en la búsqueda de nuevas sonoridades sin renunciar a la tradición. Su sinfonietta La Jolla es, en realidad una sinfonía concertante para piano y orquesta en tres movimientos. Nuevamente hemos de alabar la habilidad de Bogunia para equilibrar las fuerzas entre un brillante piano y una acertadísima orquesta. La segunda parte, más breve que la primera, contó como única obra programada con la Suite checa op. 39 de Antonín Dvorák. Esta obra supone un canto a la tierra que vio nacer al autor, estructurado en cinco números que recogen melodías y ritmos de inspiración folklórica. Por tercera vez en una noche el director hizo vibrar a la OCG con una mezcla entre dulzura y pasión idónea para esta partitura. En resumen, como ya he dicho, intuyo que asistimos a un buen concierto, pese a la sala.

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