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Nueva mecánica del mundo

  • Los físicos británicos Brian Cox y Jeff Forshaw explican y desarrollan con lenguaje coloquial, de hermosa sencillez, conceptos y teorías científicas

Uno de los fenómenos cruciales del siglo XIX, que explica en cierto modo la naturaleza del Romanticismo, fue el portentoso avance de las ciencias y el nuevo concepto del mundo que ofrecían. Como entonces advirtió Goethe, y los autores de este libro señalan con insistencia, el sentido común y las verdades científicas parecían diferir de un modo paradójico. El mundo visible, su lógica aparente, entraba en contradicción con los hallazgos traídos por la investigación química y electro-magnética. Las leyes del universo y su estructura convencional parecían distanciarse, irreversiblemente, sumiéndolo todo en el misterio. Esto explica que Villiers novelara a Graham Bell como un genio benéfico, como una suerte de hechicero, capaz de crear un humanoide, La Eva Futura, que luego veremos duplicada en la Metrópolis de Lang. Esto explica, de igual modo, el escalofrío que llevó a Mary Shelley a imaginar su criatura, el desdichado Frankenstein, mezcla de nuevo Adán y pila de Volta.

Pero si el Romanticismo encontró ante sí un mundo enigmático y en brumas, transido por el rayo de la electricidad y el brillo de las máquinas, el XX se abre con una perplejidad mayor, suscitada por las teorías de Einstein. Según sus conclusiones, el espacio y el tiempo son relativos, y el espacio-tiempo, nueva estructura de lo real, se curva por el peso de la masa. Esta apreciación del tiempo como cuarta dimensión es, en rigor, inimaginable -irrepresentable- para el cerebro humano. Lo cual supone una dificultad añadida, y no menor, para hacer comprensibles sus descubrimientos, derivados, como aquí se explica, de las investigaciones de Maxwell. Einstein, en su famoso libro, escrito en colaboración con Leopold Infeld, llamó a este proceso, quizá con un exceso de modestia, La evolución de la Física, donde revoca el viejo concepto mecanicista del cosmos y lo sustituye por esta misteriosa ondulación de unas magnitudes que antes creímos fijas. Bertrand Russell, con su A, b, c de la Relatividad, o el matemático Martin Gardner y La explosión de la Relatividad, serán otras de las destacadas inteligencias que traten de abordar y elucidar, de un modo divulgativo, una cuestión tan compleja.

La novedad de ¿Por qué E=mc2? radica, no tanto en su declarada ambición pedagógica, como en la inclusión de campos en apariencia contradictorios, como la física cuántica. Es sabido que Einstein fue contrario a los postulados de Bohr, y los propios autores de este ensayo no ocultan los problemas o desacuerdos existentes entre ambas teorías, que decantarán o depurarán, en un futuro, el modelo actual de universo. Curiosamente, este ensayo está escrito con antelación al descubrimiento del bosón de Higgs en las instalaciones del CERN; a pesar de lo cual, sus autores ya dan por hecho su futuro hallazgo, dada la extraordinaria potencia del actual acelerador europeo. Por otra parte, si bien es cierto que Brian Cox y Jeff Forshaw, ambos físicos británicos, acuden al lenguaje coloquial y a una matemática sencilla para explicar tales conceptos, no lo es menos que la complejidad del mundo que tratan de revelarnos exige un esfuerzo por parte del lector no especializado. Hay un buen número de gráficos y ejemplos aclaratorios que vienen a paliar semejante dificultad. No obstante, es la claridad con la que explican la utilidad inmediata de tales teorías, desde el GPS a la informática de vanguardia, aquello que quizá merezca destacarse. También la hermosa sencillez, el componente estético que ambos físicos encuentran en la formulación matemática de un universo, en perpetua expansión, cuya luz nos llega desde lugares que ya no existen. Esta vindicación del trabajo humano, la insistencia del hombre en comprender cuanto le atañe, es otra de las cualidades que distinguen las presentes páginas.

Brian Cox y Jeff Forshaw. Trad. Marcos Pérez Sánchez. Debate. Barcelona, 2013. 236 páginas. 18,90 euros

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