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Oliver Twist en Bombay

Para quienes Trainspotting fue una obra relevante -"una de las películas clave de la sensibilidad del cambio de milenio", la definía un crítico este fin de semana-, Slumdog Millionaire será un pastelón étnico-chillout, una caída en convenciones mejor o peor disimuladas con recursos de imagen posmodernos y un juego con la miseria extrema que roza el cinismo.

Para quienes Trainspotting fue una impostura que aplicaba todo lo negativo anteriormente dicho al sórdido universo de las drogas, en cambio, Slumdog Millionaire será un paso adelante en la carrera del curioso e irregular realizador Danny Boyle (además de Traisnpotting, autor de las muy distintas La playa, Millones, Sunshine o 28 días después) que estabilizaría su cine de ida y vuelta que salta de lo comercial a lo marginal o de la crudeza a la idealización.

Como este crítico está entre los segundos, y su valoración de Trainspotting coincide con lo que sus detractores achacan a Slumdog Millionaire (a saber: impostura tremendista, falsa dureza, juego superficial con terribles realidades), esta película le parece una inteligente -a la vez que astuta- unificación de las diversas miradas de Boyle sobre realidades hirientes; y un ejercicio de sinceridad que juega abiertamente las cartas del cine de género (melodrama extremo, realismo sentimental, nuevo cine negro y hasta comedia musical en su colofón) para crear una curiosa historia en la que caben, sin estorbarse, el realismo y la idealización, la verdad y la mentira, la crónica y el cuento de hadas. Esto desactiva las críticas de pornografía de la pobreza que se le han dirigido, al reorientarla hacia los relatos sentimentales idealizados; y la distancia de lo que para quien les habla es la verdadera exhibición pornográfica de la miseria: la que, como Ciudad de Dios, simula el compromiso y finge realismo extremo para encubrir videoclips.

En realidad no se trata de nada nuevo. Lo que hace Slumdog Millionaire es lo que hizo el anónimo autor de las aventuras del Lazarillo de Tormes en el siglo XVI, Charles Dickens con Oliver Twist (a la que recuerda extraordinariamente, hasta en el episodio de los niños secuestrados para convertirlos en ladrones) en el XIX o Vittorio de Sica con El limpiabotas o Ladrón de bicletas en el XX (ya en su día Dickens y De Sica fueron acusados de excesos sentimentales que explotaban la miseria para lograr la lágrima fácil). Esta película carece del genio del Lazarillo, la monumentalidad dramática y riqueza de personajes de Dickens y la emoción de De Sica. Pero los tiempos que vivimos dan para lo que dan. También en la India. La maravillosa trilogía de Apu (1955-1960) de Satyajit Ray nació de la admiración de su director hacia Ford, Renoir y De Sica: eran otros tiempos.

La ingeniosa estructura del guión, basado en la novela del diplomático hindú Vikas Swarup, se basa en la participación de un chico de los suburbios en el concurso ¿Quieres ser millonario?, en el que está a punto de establecer un récord. ¿Cómo es posible? Debe hacer trampas. Antes del último programa, que lo convertirá en multimillonario, es entregado a la policía, interrogado, torturado. Desde este punto de partida la película se ordena en tres tiempos paralelos: el presente (la comisaría), el pasado inmediato (el concurso) y el pasado lejano (la vida del joven concursante). Conectados entre sí porque la respuesta a cada pregunta del concurso está relacionada con un episodio de su vida de Oliver Twist hindú nacido en la miseria, pronto huérfano, pícaro superviviente junto a su hermano y la que será el amor de su vida, secuestrado por mafiosos que explotan a los niños como mendigos y cantores cegados, adolescente en el límite de la más atroz delincuencia; y, siempre, enamorado de la bella Latika que perderá y reencontrará, para volverla a perder y reencontrar, según las reglas del melodrama. Humor y horror, violencia y ternura, denuncia y ensueño se trenzan con una habilidad que hipnotiza. Las portentosas interpretaciones de un extenso reparto magistralmente escogido hace creíbles a todos los personajes. No se pierdan la sorpresa final tras los títulos de crédito.

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