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París era otra fiesta

  • Gonzalo Suárez propone en la novela 'Con el cielo a cuestas' un viaje imprevisible y apasionado por una capital francesa tocada por la leyenda, pero también sacudida por la Guerra de Argelia

El día que nacía su hija Anne-Hélène, Gonzalo Suárez terminó una novela que el propio autor acabaría detestando, un relato "naturalista e ingenuamente autobiográfico" que "por fortuna la censura rechazó". Más de medio siglo después, el escritor y cineasta vuelve a esa obra y al tiempo que se ambienta -el París de 1957- para utilizarlos como "paisaje, como contexto" en Con el cielo a cuestas (Random House), una narración que "no tiene nada que ver" con aquel proyecto temprano y en la que Suárez brinda al lector una aventura imprevisible, salvaje y bienhumorada. Desde el primer capítulo, en el que el protagonista, Lorenzo Massaní, queda turbado por la imagen de Frederica -una mujer que al desnudarse exhibe unos "inequívocos atributos masculinos"- y descubre que su cazadora ha desaparecido, lo que propiciará la búsqueda de este objeto sustraído por la capital francesa, Suárez traza un recorrido imaginativo, gozoso y profundamente personal.

Lejos de ese naturalismo del texto primigenio, la obra apuesta abiertamente por una inventiva generosa sin entrar propiamente en los registros de lo fantástico: se abre con un título que evoca a un cuento, Érase una vez París, y con el propio narrador cuestionándose si lo que vive y cuenta es la realidad o un sueño. "No estoy muy seguro de lo que es la realidad", confiesa Suárez, que esta semana presentó su novela en Málaga y Sevilla con el Centro Andaluz de las Letras. "Ya sé que hay un consenso sobre qué es lo real, pero la Tierra es redonda, por ejemplo, y todos vivimos en ella como si fuera plana", afirma el autor.

El París por el que deambula Massaní no es esa idealizada ciudad de la luz que han cantado otros, aunque en algún pasaje una pareja se ame como si interpretara una canción de Edith Piaf. Suárez, que vivió en las calles parisinas cuando joven, no oculta el aprecio por la urbe -de la que su padre estaba "enamorado", a la que el hijo llegó fascinado por tantas lecturas-, pero también recoge en sus descripciones un escenario sacudido por la Guerra de Argelia, "donde había bombas, y donde se practicaba la tortura. Lo que iba a ser la terrorífica junta militar argentina pasó por Francia para aprender de los métodos que se utilizaron". Una situación política en la que, obviamente, resuenan los ecos de la palabra comprometida y lúcida de Albert Camus.

Con el cielo a cuestas es el viaje de un escritor dispuesto a abandonarse y dejar que en su creación entre la sorpresa -al narrador se le aparecerá uno de los personajes, Arlette, para preguntarle por el destino de una manera pirandelliana-, y que no renuncia, dice, a que "un libro sea una suma de anécdotas. Aquí el hilo de Ariadna sería una búsqueda de objetos perdidos: una cazadora, un cuadro o una pistola". La novela, destacaría Suárez, es, entre muchas otras cosas, "una historia de amor, de amores cruzados", una reflexión sobre los asuntos del corazón. "Hay diferentes formas de amar, ¿no te parece? Unas te hacen volar alto para dejarte caer y otras te atan a tierra para no dejarte volar", observa uno de los personajes. Pero el director de Ditirambo o La reina anónima coquetea con los géneros, y combina escenas de "comedia americana" con tintes de "tragedia, incluso hablo de la experiencia de la muerte. Mi perversión es ésa: mezclar cosas literarias y cinematográficas".

Predomina en el libro una sexualidad desprejuiciada y libre. Unas observaciones de Nora, una de las protagonistas, podría ilustrar la intensa actividad que se da entre los personajes: "Todos estamos llenos de deseos y prejuicios. Frederica no podía admitir que yo me hubiera acostado con un negro, a ti te repugna la idea de que me haya acostado con una mujer, y Jan nunca comprenderá que el matrimonio sea, para mí, la más razonable causa de infidelidad. Si nadie se baña dos veces en el mismo río, ¿por qué habría de acostarse mil veces en la misma cama?". Y en medio de todo este frenesí, Lorenzo aparece como un individuo "vapuleado, manipulado" en el que, "como a todos los hombres, se le escapa el juego".

"Tengo una atracción irresistible por el sexo", reconoce Gonzalo Suárez, "no sólo como origen de la vida, sino como ejercicio que te hace olvidar las vicisitudes. No me ocurre a mí sólo, claro, le pasa a todo el mundo", prosigue. "Me sorprende que haya gente de poder que se derrumba y destruya su vida por un polvo. Hasta el hecho de escribir, o el cine, o la plástica, el arte en general, en el fondo, es una desviación de esas tensiones, el sexo está en el origen. En eso soy freudiano, aunque de Freud no me interesa todo lo que se convierte en símbolo o en dogma".

Random House también ha reeditado Doble dos, una novela que estuvo a punto de llevar al cine Sam Peckinpah, con quien tuvo una amistad "tormentosa. Era un hombre muy conflictivo. Gene Hackman se negó a rodar con él, decía que la vida era muy breve para pasar dos meses con alguien tan problemático. Pero luego había actores como William Holden o Steve McQueen que lo amaban. Cuando murió Holden, Peckinpah estaba en un restaurantey lanzó un cuchillo a una pared, ante el terror de los comensales que estaban allí".

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