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Pericet, transformación flamenca

  • Con 'Rosa, Metal, Ceniza', que anoche puso el pie al Teatro Isabel la Católica, la bailaora cordobesa marca un antes y después de una carrera para aunar el peso de la tradición con la innovación más flamenca

Decir que el espectáculo de Olga Pericet, ayer en el teatro Isabel la Católica para el Festival Internacional de Música y Danza, era solo de flamenco sería dejarse fuera buena parte de la propuesta de la gran bailaora y bailarina. Rosa, Metal, Ceniza es un montaje que marca un antes y un después en la carrera de la artista cordobesa, tenido en cuenta como su primera gran producción (si bien antes creó Cámara negra o Chanta la mui), y estrenado con el mayor de los éxitos en el Festival de Jerez de 2011.

Resulta, cuando menos, curioso, que Pericet ganara en 2010 el premio a la Mejor Artista Revelación de dicho festival, cuando su carrera ya prometía glorias años antes. Pero es cierto que entre 2010 y 2012 la bailaora/bailarina ha metido un pie en la élite del flamenco y también de la danza y las artes escénicas en general, gracias sobre todo a este proyecto. En él aúna su faceta más tradicional y flamenca con sus dotes para la vanguardia y la danza contemporánea, donde consigue concretar en un solo espectáculo lo mejor de sí misma con un elenco envidiable, apoyada por las voces brillantes de Miguel Ortega, Lavi y José A. Carmona y las guitarras de Antonia Jiménez (mujer y tocaora fantástica) y Javier Patino.

Empieza Rosa, Metal, Ceniza, con Olga descalza, y con el transcurso de las escenas acaba sobre tacones flamencos. Como ya es sabido, esta idea se desarrolla sobre el concepto de la transformación, y la bailaora se transforma en el transcurso del guión pasando por lo moderno, lo personal y llegando hasta la más profunda de las raíces. Como si de una película se tratara, en la que el personaje no es el mismo al final. Si bien la interpretación puede ser libre, se podría decir que aquí la rosa es la feminidad, el metal la actualidad y la ceniza el legado. Partiendo de una propuesta contemporánea y fresca va tirando del hilo con su baile, para llegar a la tradición que nunca olvida, y sin embargo todo empieza con Córdoba, su ciudad natal, de Albéniz, su origen, en un eterno retorno 'nietzschiano' y bailado... Especialmente evocadoras fueron la bata de cola negra misteriosa y electrizante -en contrapunto con los movimientos contemporáneos de Paco Villalta-, las seguiriyas y ese mantón que en un principio parece gigantesco para el menudo cuerpo de Pericet y que con su baile va haciéndose más y más pequeño, manejable y estelar, hasta convertirse en las alas que la hacen volar.

El público era igual de heterogéneo. Estaban los flamencos entendidos, que admiran a Pericet como bailaora, los amantes de la danza que saben ver el arte multidisciplinar de la cordobesa, y el público general en busca de arte de primer nivel. El aplauso fue un terremoto palmas.

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