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Posos de encuentros

  • El artista Antonio Barbero recorre a través de sus obras los interiores de las cafeterías de Granada concebidas como lugares mágicos para la intimidad

El pintor Antonio Barbero busca un rincón en una de sus cafeterías preferidas de Granada, un lugar silencioso y algo alejado. Allí permanece inmóvil, desapercibido, abstraído en sus pensamientos hasta que algo le llama la atención y le saca de su ensimismamiento. Una persona, un grupo, una pareja tal vez... En esta ocasión, dos jóvenes adolescentes preparan un trabajo de clase mientras flirtean tímidamente, entre una porción de bizcocho, dos infusiones y una media tostada. Cuando se marchan, Barbero saca su cámara de fotos e inmortaliza el lugar que ocupaban tal y como lo han dejado: las sillas -aún calientes- descolocadas, las servilletas arrugadas. El artista cree que estas personas han impregnado el ambiente de un color especial y mientras toma sus bocetos sonríe al evocar aquel momento que refleja una historia: dos jóvenes que se gustan, pero aún no se lo han dicho, quizá no se atrevan nunca, o puede que protagonicen una vida juntos en el futuro. En cualquier caso, esa entrañable sensación que han dejado en el pintor de la inocencia y la frescura de la juventud de esos personajes anónimos quedará impregnada en uno de sus cuadros, inspirado en ese recuerdo, con el "hueco en negativo que dejaron cuando se marcharon de la cafetería", según explica el profesor de la Universidad de Granada.

A Antonio Barbero le gusta pintar a la gente. En sus obras siempre está presente el ser humano, unas veces de manera directa, otras como un rastro que ha dejado cuando se marchó. Este último es el caso de una colección de cuadros sobre interiores de algunas cafeterías de Granada, en las que se encuentra especialmente a gusto, puesto que allí es donde disfruta de unos momentos de relax y de intimidad. Estos lugares son propuestos por el artista granadino para realizar una ruta original por la capital, totalmente compatible con las que tienen como finalidad disfrutar de sus principales monumentos. Están ahí al lado, de una manera tan discreta, como su presencia en ellas. Y ofrecen el contrapunto a una ciudad de ritmo vertiginoso, habitada por granadinos que han aprendido a vivir con naturalidad rodeados de belleza. Los monumentos están silenciosamente integrados y mientras los turistas admiran su belleza, el vecino de toda la vida compra las especies bajo los aleros de la catedral o afila sus cuchillos a los pies de "la torre", o se refresca en un pilarón del siglo XVIII, como siempre.

Las cafeterías preferidas por la mirada atenta de Barbero están situadas en los centros neurálgicos de Granada, tanto desde el punto de vista del arte, como de la vida de la ciudad. En estos lugares se encuentran la catedral, las gitanas que ofrecen una ramita de romero, los turistas o los vecinos que salen a hacer la compra para preparar la comida del mediodía, como sucede en el trayecto desde La Romanilla a la Plaza de las Pasiegas. Pero en este itinerario por estas cafeterías en las que en algún momento los granadinos y visitantes hacen una parada, también está la Torre de la Vela, que se asoma sobre la iglesia de Santa Ana y por allí andan los repartidores de bebidas o de bombonas de gas, junto a los abogados trajeados que se dirigen a los juzgados y los mayores que desocupados están tomando el sol, todos ellos mezclados con los turistas que se quedan con la boca abierta mientras desenfundan sus cada vez más potentes cámaras de fotos, como ocurre en la desembocadura de la calle Elvira con Plaza Nueva.

Por la mañana en este escenario irrumpen los niños que se apresuran a ir al colegio y los padres y madres que desayunan después de las prisas de la primera mañana y dibujan en su caras unas muecas de alivio, pero antes estuvieron los barrenderos y los jardineros junto al quiosco de música, los jardines románticos y el río Genil, que discurre sereno bajo el puente del Sagrado Corazón, junto a la terraza de Las Titas.

Precisamente la ruta propuesta por Antonio Barbero por sus cafeterías comienza temprano aquí, en Las Titas (Paseo del Salón), donde se puede disfrutar contemplando el trasiego de los niños yendo al colegio. Después hay que dirigirse por la Carrera de la Virgen hacia la plaza Mariana Pineda, al Café Fútbol. Este último lugar es uno de los que cuenta con más tradición en Granada y casi a cualquier hora está abierto. Allí suelen terminar los jóvenes que vienen de 'marcha' y acaban por la mañana 'entonando' el cuerpo con un chocolate caliente. Por allí pasan también hombres mayores antes de irse a trabajar, y conviven con los anteriores. Luego, estos dan paso a los desayunos de jóvenes, adultos y mayores que en su mayoría acuden a la llamada del sabor de sus churros, tostadas y dulces. Y continúan merendando o tomando simplemente un café rápido, en un enclave privilegiado en el centro de la capital.

La siguiente parada del recorrido es en el Café Central de la calle Elvira, un local con solera y una excusa para disfrutar del entorno de Plaza Nueva. Allí Barbero recomienda incluso almorzar para reponer fuerzas. A primera vista, parece un local pequeño, pero arriba dispone de mucho más espacio, estancia donde se puede acceder por la escalera que hay junto a la entrada. En las salitas de la planta superior hay a todas horas grupos de amigos disfrutando de un café o de unos deliciosos batidos.

La merienda la propone Barbero en la Cafetería La Romanilla (plaza del mismo nombre), a base de unas tartas exquisitas.

Estos son algunos de sus lugares preferidos, donde tiene estudiado cada palmo de su ambiente. Sabe dónde está situada la mejor mesa, que espera pacientemente a que esté desocupada, la hora a la que entra la luz dorada de la tarde por el ventanal, cuándo son los momentos de mayor afluencia de público y de una atmósfera íntima. Estos últimos le gustan especialmente mientras degusta un café o un brandy con un vaso de agua, que alarga hasta la saciedad.

Según su estado de ánimo, acude a éstas y a otras diseminadas por Granada (como en el Realejo), pero casi siempre tienen en común que están situadas en puntos clave de la ciudad y que su iluminación natural se mezcla con la de lámparas y apliques aportando una luz especial. Por último, no suelen gozar de una ornamentación excesiva que le distraiga de esa visión intimista y sosegada que tiene de ellas.

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