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Pregón de la feria del libromayo 1991

Una vez más en mi vida debo hacer el elogio del libro y salir en su defensa. La feria que inauguramos hoy me ofrece nueva ocasión de razonar esa defensa, con la particular -y para mí íntima- alegría de que ello sea en Granada, mi ciudad natal. Para un escritor que -si las matemáticas no mienten y mis cálculos están bien hechos- lleva ya 68 años largos entregando a la imprenta sus originales, nada más natural, ni por supuesto más gustoso, que discurrir sobre un objeto tan apreciado como es el libro. Al libro, y al noble vicio de la lectura, muchas veces he debido dedicar mis reflexiones y públicos comentarios en maneras varias durante esos prolongados años: con artículos de periódico, en debates universitarios, o aún mediante algún estudio de mayor alcance relacionado con los modernos medios de comunicación, es decir, con las técnicas audiovisuales que han entrado a hacerle temible competencia a la letra de molde.

No siendo yo persona que retroceda frente a cualquier innovación, jamás he dudado en reconocer las ventajas, como también los inconvenientes, de los actuales adelantos tecnológicos en ese o en cualquier otro terreno. Ventajas tales resultan obvias; en cuanto a las desventajas, baste señalar que los medios de comunicación audiovisual, al desplazar en considerable medida a la lectura impresa, van en detrimento del hábito de la lectura, dando lugar al lamentable fenómeno actual de los llamados "analfabetos funcionales": el mensaje recibido pasivamente a través de la revista y el oído rebaja el nivel de atención hacia las artes alfabéticas, favorece al pereza mental y disuade de la lectura con la secuela de descuido y consiguiente deterioro del lenguaje, incluso pérdida de la capacidad misma de entender lo escrito.

Al aparecer e introducirse esos medios electrónicos, se apresuraron los noveleros a declarar cerrado el período que en la historia de la cultura va desde el descubrimiento de los tipos móviles para la imprenta hasta los últimos adelantos de nuestro tiempo; pero hay en ello una falacia. De ninguna manera la utilización de la más recientes técnicas implica que haya de renunciarse a los libros. ¿Se calcula bien lo que supondría el prescindir de éstos? Aún en su aspecto externo, el libro es un objeto bello, logrado a los largo de un proceso muy ligado al desenvolvimiento de la civilización. Los bibliófilos dirigen sus apasionados afanes a la adquisición y colección de ejemplares altamente cotizados; y sin llegarse a tales extremos, un hermoso ejemplar puede constituir sin duda la delicia de toda persona con gustos refinados. Por esto, la entidad física y material del libro, con ser tan importante, no es sin embargo lo principal. Lo que lo hace insustituible es, a juicio mío algo que está más allá de las modalidades técnicas de su fabricación; algo que radica en su fondo; algo que es esencial a la práctica misma de la escritura y de la lectura.

Antes he aludido al deterioro que está sufriendo el lenguaje común por efecto del abandono de la letra impresa para la comunicación de masas. La mayoría de las gentes recibe hoy su información general y cotidiana por el oído y por la vista, a través de trasmisiones noticias cuya urgencia conduce a una elocución precipitada, torpe, imprecisa, primaria y frecuentemente confusa, con abuso de formas verbales y giros expresivos de la más elemental pobreza. En esta sociedad de masas, tal es, sin embargo, el modelo idiomático que al público se le propone, y que desde luego el público acepta y sigue. Pero ¿con qué consecuencias? ¿A qué coste?

Bien sabido es que el pensamiento depende en mucho del lenguaje; que si palabras no puede haber ideas; en fin, que el pensamiento está, no sólo expresado, sino contenido en el sistema idiomático. Reducir el ámbito de éste equivale, pues, a reducir el espacio mental. Que ello está ocurriendo en la actualidad, parece cosa indiscutible. Es un efecto pernicioso producido por el abandono del ejercicio de la lectura. La pérdida del hábito de leer atrofia las capacidades imaginativas y las capacidades racionales. Las nociones absorbidas por la vista y el oído tienen un carácter sensorial directo, y tienden a provocar en el sujeto una reacción inmediata, quizá irreflexiva, en contraste con las nociones adquiridas a través de la letra impresa, que tienen en cambio sobre el lector el efecto de activar las potencias intelectuales y de estimular su conciencia crítica. La obra de pensamiento, tanto como la obra de imaginación poética, sólo mediante la escritura puede concretarse; y solo mediante la lectura (esto es, a través del libro, cualquiera sea la materialidad en que éste aparezca) alcanzará a causar el fecundo efecto innovador que toda auténtica creación cultural promete. Los medios audiovisuales sirven, no hay duda, a la finalidad de propagar y popularizar los frutos nacidos de las labores del espíritu, y con esto cumplen una función digna de general reconocimiento. Pero nadie espere que, en lo fundamental, puedan sustituir a la escritura. Mucho madrugaron, pues, quienes dieron por acabada la vigencia de la letra impresa y concluso el imperio del libro.

El libro es, no solamente un objeto bello, hermosa joya de la vieja artesanía o de las más avanzada industria, cuya presencia en un hogar atestigua el espiritual refinamiento de sus moradores, sino que, sobre todo, nos procura la compañía amistosa, al conversación solitaria, el trato íntimo con los grandes ingenieros de todos los tiempos. Seamos, pues, señores míos, fieles siempre a esa noble amistad.

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