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Ramo de flores para Ángel González

  • La antología 'La primavera avanza' ofrece la perspectiva más certera del autor

El pasado 12 de enero se cumplió un año del fallecimiento de Ángel González. Con motivo de la efeméride, la editorial Alsa (que hace 25 años editó una primera antología del poeta para difundir su obra internacionalmente) presenta La primavera avanza, amplia selección de poemas al cuidado de su viuda, Susana Rivera (profesora de Literatura Española en la Universidad de Nuevo México y especialista en poesía contemporánea). En el prólogo, explica Rivera los motivos del volumen, en el que conviven los poemas más celebrados del poeta junto a otros no recogidos hasta ahora en ninguna antología, con la intención de ofrecer una perspectiva más certera del autor de Palabra sobre palabra. Así, junto al conocimiento distante de una experta en la materia, los poemas de Ángel González vienen aquí acompañados por el cariño y la intimidad de quien los compartió con él en vida.

Hijo de un republicano, que murió cuando él tenía 18 meses, quedó desde niño "herido por la Historia". Emplearé, para explicarlo, su mismo idioma: visualicemos un vertedero del que lograra alzarse una flor tersa y fragante, orgullosa, reivindicando su derecho a habitar entre el páramo de desperdicios. Traslademos ahora esa imagen a nuestro pasado y lo entenderemos: entre el fratricidio de la guerra civil y a través del oscurantismo del régimen franquista, la poesía de Ángel González se erigió echando raíces en el escombrero del siglo XX. Su voz fue, junto a la de sus compañeros de generación -Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, Brines, Costafreda...-, un soplo de aire limpio en una atmósfera viciada por las represiones sociales.

Y si bien es cierto que las palabras no derriban muros, las suyas sí que al menos encontraron un hueco entre las grietas de esa España negra para escapar hacia adelante. Porque sin ser, a pecho descubierto, un poeta político -eso no era posible entonces: la censura no siempre picaba sus anzuelos-, nada tan subliminalmente combativo, ni tan consolador, como su poderosísima ironía. Sólo así un poema a priori hímnico, Inventario de lugares propicios al amor, puede acabar en desaliento ante el opresor paisaje urbano, "en este tiempo hostil, propicio al odio". Pero no se trata ni de una renuncia ni de una evasión; al contrario, supo siempre convertir el barro en pan, hasta tal punto que suyos -e hijos legítimos de su tiempo- son algunos de los mejores poemas amorosos de nuestra tradición. Quizás porque supo huir de convencionalismos sentimentales y líricos, y se dedicó a hablarle al lector de tú a tú, de individuo a individuo, en confianza, con complicidad verdadera. Prodigándole inteligencia con palabras de la calle sobre asuntos cotidianos, encarnados casi siempre en un yo personal pero a todas luces democrático, humanista: a veces descreído y otras veces emocional, burlón y responsable equitativamente, pues lo contrario de lo divertido no es lo sensato, sino lo tedioso.

En otras palabras: acercó la poesía a la vida, y viceversa. Leyéndolo, el lector confraterniza y entiende -como si asistiese a una sesión psicoanalista- sus propias contradicciones: "Porque se tiene conciencia de la inutilidad de tantas cosas/ a veces uno se sienta tranquilamente a la sombra de un árbol -en verano-/ y se calla.// (¿Dije tranquilamente?: falso, falso.)". Es difícil mantener siempre el tipo, además de sospechoso. Por eso sus debilidades humanas son, a mi entender, la mejor garantía de honestidad. Quiero decir: contagia fragilidad pero al tiempo resistencia. Un ejemplo de esto que digo es su último libro, póstumo, Nada grave (Visor, 2008), donde muestra su inconsolable angustia ante la cercanía de la muerte bajo un título, no obstante, desacralizador. La ironía elevada a su máximo exponente, convirtiendo nuevamente el desasosiego en arte, la literatura en biografía moral.

Oráculo, entonces, tanto de la condición humana como de su metamorfosis en poesía. Gurú sentimental y director de orquesta del poema: prestidigitador de las palabras. Cada una de sus piezas transpiran amor y respeto por la vida y el arte, aun consciente de su artificialidad. E, incluso, más allá de sí mismo, se nos muestra profético: "Pronto lo veréis todo a través de mi tallo/ -susurra un nomeolvides-,/ periscopio final de vuestros sueños". Tanto es así, que vamos ya para tres generaciones reconociéndolo como padre de oficio.

a saber:

cuando nace,

y cuando pierde el uso de sus

[seres queridos.

Luego transcurre el tiempo,

y el olvido acontece,

y ya como si nada,

como si casi nada,

nos sentimos vivir en un lugar

[extraño.

El cuarto es conocido;

lo que pasa es que apenas

[tiene muebles.

ángel gonzález

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