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Recuerdos secundarios a Granados

CANCIONES, ÁRIAS Y DÚOS DE ÓPERA Y ZARZUELA

Cantantes: Elías Benito-Arranz (barítono), Marifé Nogales, mezzosoprano. Piano: Rubén Fernández Aguirre. Programa: (Ciclo Música en Palacio) Canciones de Granados en el centenario de su muerte; Arias de Donizetti; Duo de Rosina y Figaro, de 'Il Barbieri de Siviglia', de Rossini; Romanza de Socorro, de 'El barquillero', de Ruperto Chapí; Romanza de Vidal, de 'Luisa Fernanda', de Moreno Torroba; Duó de Mari Pepa y Felipe, de 'La revoltosa', de Ruperto Chapí. Lugar y fecha: Centro Federico Garcia Lorca, 4 julio 2016. Aforo: Lleno.

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Estoy de acuerdo con los compañeros que se han lamentado del olvido que ha sufrido Enrique Granados, en el centenario de su muerte, cuando regresaba de asistir a la presentación de Goyescas, en el Metropolitan de Nueva York, al ser torpedeado el barco que lo trasladaba a España por un submarino alemán. Homenaje frustrado a nivel nacional, mientras en lugares que han trazado algunas líneas recordatorias, como el Festival de Granada, esos acercamientos han sido secundarios y, casi nunca, en la programación 'estrella' -salvo la Pequeña Romanza, que ofreció el Cuarteto Casals en el Hospital Real-, sino en actos coincidentes con el programa principal. Ocurrió con el Trío Arriaga, en el Corral del Carbón, y el lunes con el recital que hoy comento, dentro, ambos, del ciclo 'Música en Palacio'.

Para aplacar mi mala conciencia de no haberme acercado a los breves homenajes al músico catalán, por la coincidencia comentada con otros actos 'estelares' -en el caso del lunes me perdí la audición de la querida OCG y las pianistas Katia y Marie Labèque- me acerqué al fúnebre auditorio del Centro García Lorca que, por cierto, no conocía y me pareció digno del pueblucho más escondido de nuestra geografía, con unos asientos de auténtica tortura que, además, se cerraban al revés, es decir el respaldo y no el asiento, para que la gente pueda levantarse y dejar paso a los rezagados. Quizá soportable para una breve lectura poética o conferencia, pero intolerable bajo el más amplio concepto de auditorio. Espero que el Centro se llene del contenido que lo justifica y no en base de veladas circunstanciales. Si Federico, repetimos todos, está vivo, el color negro de escenario y sala nos inclina a pensar que asistimos a un funeral de tercera. ¡Demasiados años de espera para tan pobre resultado y, al día de hoy, con tan incierto futuro!

Pido perdón al lector por la introducción que sin ella no cumpliría mi misión crítica. Porque el recital, en sí mismo, por el esfuerzo de los protagonistas, sí mereció el acercamiento, aunque fuese de refilón, al homenaje a Granados. Los tres protagonistas tienen calidad suficiente para abordar la música vocal, íntima, recatada, también festiva y alegre, en ese mosaico en que se desenvuelven sus canciones y tonadillas -siempre que hablo de Granados pongo el vinilo que me regaló Conchita Badía, con su interpretación de las Tonadillas amatorias- que escuchamos en voces jóvenes, pero de la máxima dignidad, como las del barítono Elías Benito-Arranz -poderosa, repleta de musicalidad en las zonas medias- y la de Marifé Nogales, cálida, expresiva, con la brillantez que se requiere cuando, en la segunda parte, se acerca a las dificultades del bel canto de Donizetti o a las cuidados dúos de Rossini, sin olvidar las romanzas y dúos de algunas piezas populares de la zarzuela española.

Tanto Benito-Arranz como Marifé Nogales expresaron con respeto, ternura, unción o alegría las muestras del Granados más emotivo, desde canciones catalanas como No m'enterreu al cementeri, al conocido Tralalá y punteado o el retablo goyesco que apasionaba a Granados -en la memoria de todos está su suite pianística Goyescas, convertida en ópera-, reflejado en muchas de estas canciones (El majo olvidado, La maja de Goya, el Majo discreto), pasando por la afrancesada Mignon, la bellísima Balada, Yo no tengo quién me llore o el Canto gitano. Los dos protagonistas vocales tuvieron el apoyo de un excelente pianista como Rubén Fernández Aguirre, en la línea de los grandes acompañantes de los mejores cantantes, caso del no olvidado Miguel Zanetti, sabiendo muy bien que el papel del pianista no es el de mero acompañante, sino el que dialoga con las voces y, en momentos claves, es capaz de protagonizar el espíritu de la partitura, tal como la pensó al autor.

La segunda parte del recital se acercó a momentos más difíciles técnicamente, incluyendo los rigores y contrastes que el bel canto exige a las voces. Así escuchamos dos irreprochables arias de Gaetano Donizetti, la de Giovanna, del Anna Bolena, para la voz con recursos virtuosistas de Maria Nogales, y la de Malatesta, de Don Pasquale, con el timbre justo de Benito-Arranz. Ambos cantantes fueron superando la frialdad enlutada que propiciaba el recinto y así fue posible escuchar, en la voz femenina, la bellísima romanza de Socorro, de El Barquillero, de Chapí, repleta de matices, y la romanza de Vidal de Luisa Fernanda, de Moreno Torroba, en la necesaria potencia del barítono, para enfrascarse, no por el orden reseñado, en el difícil y encantador dúo de Rosina y Fígaro, de Il Barbiero di Siviglia, de Rossini y el siempre efectista dúo de Mari Pepa y Felipe, de La Revoltosa, de Ruperto Chapí. No es ocasión de hablar de la zarzuela, sino de mencionar la interpretación, graciosa y con un gran sentido de los efectos vocales y escénicos que todos admiran, en esta órbita popular de los géneros chicos. Ovacionados justamente regalaron otro dúo de Luisa Fernanda. Y los tres, cantantes y pianista, nos hicieron salir felices de un recinto tan sombrío, aunque volviésemos a lamentar un nuevo recuerdo secundario a Enrique Granados, cuya presencia en la música española merece mucha más atención.

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