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Regreso al territorio mítico

"Dios bendiga mi tierra". Fueron las únicas palabras que pronunció Paco de Lucía en su último concierto en Algeciras, en el verano de 2006. Era de escuetas palabras y genio infinito. Un genio nacido, para mayor disgusto de los cabales e incluso algunos mediocres con la envidia como motor de vida, en una tierra pobre, alejada de los centros del arte que fueron Jerez y Sevilla. Las ciudades que lo veneraron tanto, aquellas en las que incluso el tocaor se sobrecogía cuando miraba de frente a las primeras butacas de los teatros y todas esas capitales del mundo en las que colocó el nombre del flamenco en las marquesinas más laureadas, no pudieron apropiarse de ese territorio mítico de su niñez. "La niñez es el estado puro del artista", declaró tras recoger el Premio Príncipe de Asturias en 2004. Por eso la obra del algecireño más universal es un mapa de imágenes y rincones de su infancia, de "los años en que con su hermano Pepe eran los Chiquitos de Algeciras": la Almoraima, el río de la Miel, el profundo sur que habita "ese abrazo mineral" que une el Mediterráneo y el Atlántico y que plasmó en Entre dos aguas. El regreso se consumó ayer. Paco de Lucía vino a descansar en aquel territorio mítico que le vio nacer después de tres días de rito fúnebre, prolongado desde México y por Madrid. Y lo hizo con un adiós tan sentido como multitudinario.

Lo recordaba el algecireño Juan José Téllez, periodista y biógrafo del artista encargado ayer, a petición de la familia del tocaor, de dar forma a los recuerdos, a los sentimientos, a los pasajes de una vida intensa siempre atravesada por la memoria del niño que creció en La Bajadilla y que correteaba entre las olas del Rinconcillo. Las palabras del autor de Paco de Lucía. Retrato de familia con guitarra sirvieron de bálsamo para sus familiares, desgarrados por el dolor, a la vasta familia del flamenco, Tomatito, Vicente Amigo, Rancapino, Remedios Amaya, los Farruco, Javier Limón, Estrella Morente, Miguel Ángel Cortés, John MacLaughlin, Raimundo Amador o Rubio de Pruna, que honró al maestro con un toque por seguiriyas... pero sobre todo aliviaron a un pueblo que pierde a su héroe.

Porque la despedida del gigante en su casa, con ese cortejo en los apenas 200 metros que separan la Casa Consistorial de la iglesia de la Palma en la Plaza Alta de Algeciras, sirvió para exhibir buena parte de la idiosincrasia de la ciudad: melancólica entre las brumas y el levante del Estrecho, bulliciosa y jaranera como urbe populosa que es, respetuosa y digna cuando toca serlo, como cuando el silencio se hizo al quedarse el féretro posado a los pies de la patrona en una iglesia alta y majestuosa pero de interior sencillo, humilde, casi un calco del hijo que despedía en una mañana lluviosa. Y agradecida. Algeciras fue ayer inmensamente agradecida a golpe de aplausos espontáneos y oles al cielo a Paco de Lucía, a su embajador más genial, que llevó el nombre de su infancia a los cinco continentes sin sonrojo, sin vergüenza de sentirse hijo de una tierra castigada, sin la necesidad de excusar su urbanismo desastroso o la miopía de sus políticos. A Francisco Sánchez Gómez le bastaba para defender su ciudad la certeza de saber que nacer en una tierra fronteriza y humilde propició que el toque de su guitarra abrazara, de manera natural, sin complejos ni prejuicios, las músicas del mundo que encontró en su camino que ahora -ya sí- se detiene en un camposanto bañado por la brisa de las olas del Rinconcillo.

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