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Ridley Scott se pasa a la televisión

  • El director ha decidido producir una nueva mini serie, 'Labyrinth'

Después de 45 años de trayectoria en cine, publicidad y televisión, el británico Ridley Scott asume que no puede separar el arte de la industria y que su eficacia como profesional depende de "sentar a la gente en la butaca", algo a lo que aspira con la serie que produce, Labyrinth.

El tres veces nominado al Oscar, afronta ahora su tercera serie de televisión en poco tiempo -tras The good wife y Los pilares de la Tierra- y se traslada a la Francia de los extintos cátaros para seguir las apasionantes páginas del best seller Labyrinth, de Kate Mosse, en una miniserie que continuará su rodaje en Sudáfrica y cuyos derechos en España han sido adquiridos por Mediaset.

"Me sentí muy atraído por este material, por la densidad de Laberinto, que es un puzzle maravilloso. Aunque la gente piensa que mi trabajo es muy glamouroso, en realidad paso la mayor parte de mi maldito tiempo leyendo. Y en una página ya sé dónde me quieren llevar", asegura este viejo zorro del espectáculo en los primeros días de rodaje en la ciudad medieval francesa de Carcasona.

Como en El reino de los cielos, que rodó en el castillo aragonés de Loarre (Huesca), las Cruzadas medievales vuelven a ser el objeto de su inspiración, aunque esta vez se reserve las labores de producción y busque heroínas femeninas para esta aventura entre la arqueología y la barbarie histórica.

Y como en Las horas, de Stephen Daldry, o en W.E., de Madonna, dos mujeres separadas en el tiempo encuentran una mágica conexión: Alais Pelletier du Mas, que luchó por preservar el secreto del Santo Grial, y la contemporánea Alice Tanner.

Después de Thelma y Louise, asegura que no tiene "ningún problema con las mujeres" y menos aún "con estas dos mujeres", en referencia a sus dos jóvenes apuestas británicas del descubridor de Sigourney Weaver o Brad Pitt: Jessica Brown Findlay, conocida por la serie Downton Abbey, y Vanessa Kirby, curtida en las tablas del West End.

Aunque tradicionalmente se le ha considerado más fino en el género de la ciencia ficción, reconoce que gran pasión son las piezas de época, por la vigencia que mantienen. "No hemos cambiado nada. En situaciones extremas, como agresiones políticas o, sobre todo, las guerra, no importa una mierda en qué siglo estás. No me importa si tienes una espada o una pistola. La muerte es la muerte", dice.

Pero el tiempo, en cambio, sí ha jugado a favor de una de sus películas ahora más veneradas: Blade Runner. "Yo tenía razón en primer lugar y vosotros os equivocasteis en primer lugar. Estaba convencido de que era una gran película y yo sabía lo que había hecho, pero la gente la odió. No te puedes preocupar por eso. El único crítico tienes que ser tú mismo. Punto. De otra manera, te traicionas a ti mismo", desafía. Scott, acostumbrado a hacer funambulismo entre las obras maestras como Alien y títulos vapuleados como La teniente O'Neil, ha acabado adoptando una visión muy pragmática de un negocio en el que todo vale si es bueno y en el que cuanto más dinero invertido haya más responsabilidad. "Una gran cantidad de dinero es algo que nunca, nunca es seguro. Si no funciona te matarán a ti primero y luego se matarán a sí mismos", explica. Y por eso delega ahora en el realizador Christopher Smith.

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