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Sherezade y el sultán en coma

Un país cualquiera de Oriente Próximo sometido a las leyes del islam y sumido en una de tantas guerras allí habituales. Un combatiente heroico que ha caído en coma tras ser herido en una bronca sin importancia. Su mujer, que lo cuida a la vez que atiende a sus hijas, se ocupa de las faenas de la casa y se agota intentando sobrevivir sin recursos. Ni tan siquiera agua hay. La comida escasea. Las bombas caen. Los milicianos irrumpen de vez en cuando matando a cuantos encuentran. La protagonista fue una hija maltratada por un padre jugador y es una esposa que jamás ha conocido el amor, sometida a la invisibilidad y la sumisión a las que todas las mujeres están condenadas en las sociedades fundamentalistas. Una tía, todo lo independiente que allí pueda ser una mujer, y un miliciano irán abriendo horizontes en su vida. Mientras ella le va contando al marido en coma los secretos de su vida, ya sean hechos o anhelos.

Toda la película descansa sobre dos pilares. Uno es Atiq Rahimi, autor de la novela en la que se inspira el guión escrito por él mismo y por Jean-Claude Carrière, además de director de esta obra que se propone así como cine de autor en el más riguroso sentido del escurridizo (por gastado) término. El otro pilar es Golshifteh Farahani y su asombrosa, portentosa y emocionante (agoten los adjetivos: se los merece todos) interpretación. La calidad, seriedad y sobria belleza de la realización son sorprendentes para tratarse de una segunda película. Como escritor no le conozco, pero como cineasta Rahimi es un creador seguro. Los apuntes del horror cotidiano de la guerra nunca son tremendistas, lo que les hace aún más sobrecogedores. La descripción de los diarios apuros de la protagonista eluden las complacencias melodramáticas, con una gran contención incluso en algunos momentos de reprochables excesos argumentales.

Golshifteh Farahani es una portentosa Sherezade contándole el cuento de su propia vida a este sultán en coma. O una admirable Carmen Sotillo hablando durante más de cinco horas con este Mario no muerto. Sus extraordinarios monólogos frente al cuerpo inerte pero tal vez oyente del marido, los diálogos con su tía, los saltos atrás que rescatan duros recuerdos de las vidas de las dos mujeres y el diario combate para sobrevivir en medio de una guerra se trenzan en esta buena película que da voz y pone rostro a las víctimas. Esta mujer sometida al fanatismo patriarcal y sus hijas podrían ser cualquiera de esos cadáveres anónimos que todos los días vemos en los informativos. O cualquiera de esas mujeres que en este mismo momento padecen el rigor fundamentalista. El cine también puede servir para comprometer a través de la emoción, es decir, para crear conciencia.

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