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Sinfonía del nuevo mundo

  • 'Superman: Tierra Uno', la novela gráfica superventas de Straczynski y Davis, aporta una nueva interpretación sobre el origen del personaje

Aprovechando que está en cines la película de Superman, me he regalado un atracón de lecturas del superhéroe de la S en el pecho, este al que tanto se parecía Christopher Reeve. Tan ocupado he estado pasando páginas que no he tenido ni tiempo de ver la peli, y entretanto me dicen unos que les ha molado mucho y otros que no se me ocurra ir a verla. (Veamos qué puntuación tiene en el IMDb… ¡Siete con ocho! ¿A qué hora la echan esta noche?)

Empecé el atracón -que no empacho, soy de los que no se cansan nunca jamás de leer tebeos- por el primer número de Superman: Tierra Uno, la novela gráfica superventas de Straczynski y Davis (Shane, no se me confundan), nueva interpretación del origen del personaje, esto es: ¿Quién soy? ¿Cómo acabé en Kansas? ¿Por qué vuelo? ¿Por dónde se va a Metrópolis? ¿A qué dedico el tiempo libre? Y lo cierto es que tenía bastantes ganas de hincarle el diente a este reboot que dejé escapar en su momento y que ahora recupera ECC para el mercado hispanohablante. Por si alguien no lo sabe, la gracia de la línea editorial denominada Tierra Uno consiste en proponer variaciones libres sobre los personajes de DC, fuera de la continuidad tradicional -si es que sigue existiendo tal cosa, más aún después de lo de los Nuevos 52-, en un entorno realista, fresco y moderno, algo a lo que nos tienen más que acostumbrados los mil y un superhéroes de la pantalla grande. Un poco al estilo Ultimate de Marvel, pero en plan tomo en lugar de grapa.

Se coge el personaje en cuestión, se destila su esencia, se remoza lo superfluo y se nos devuelve adaptado al gusto actual. Por ejemplo: en lugar de traje, Clark Kent lleva una chupa con capucha, y en lugar de ser un grandullón simpático e inocentón es un chavalillo solitario y melancólico que no sabe qué hacer con su vida. Personalmente, y ya puestos a pintar un Kent del siglo XXI, yo le habría puesto iPod y pantalones cagados, porque eso de la capucha me parece muy de hace 20 años, pero ya me entienden. Lo que permanece inalterado es el heroísmo sin tacha, la fetén educación de pueblerino del Medio Oeste, los poderes superlativos, la doble identidad y la S en el pecho. Bueno, y Lois Lane, Jimmy Olsen, etc. Aunque Straczynski se la juega y cambia aquí todo lo relativo al apocalipsis y destrucción de Krypton, inventándose por el camino un supervillano raro, raro, que responde al nombre de Tyrell y que se lleva medio tebeo con sus maquinaciones para matar a Superman.

En el fondo es lo del Gatopardo: cambiar algo para que todo siga igual. O hablando en puridad, cambiar algo para vender más tebeos. A mí, mientras funcione, me da lo mismo. Lo he dicho antes, todo tebeo me parece poco, y con este he disfrutado. Claro está que no es el Superman de Geoff Johns, ni ese era el de Byrne, ni aquel el de Cary Bates. Ya puestos, ninguno de ellos es el de Finger, Woolfolk o Hamilton, o, mejor aún, el de Siegel, que todavía en los 60 firmaba las virguerías de las que sigue, y seguirá, bebiendo el género de superhéroes. Straczynski y Shane tienen mojo, y este tebeo no hay que ponerlo encima, sino al lado de los anteriores. Es un mundo nuevo, bienvenido sea.

J. Michael Straczynski, Shane Davis. ECC. 224 páginas. 15,50 euros.

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