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Stewart, el bueno de la película

  • Héroe, padre, asesino o cowboy. Hoy habría cumplido 100 años uno de los emblemas del Hollywood dorado

Se cuenta que James Stewart -nacido el 20 de mayo de 1908, en Indiana (Pensilvania)- llegó a la interpretación por casualidad, cuando un amigo lo convenció de que abandonara los estudios de arquitectura para dedicarse al teatro; curiosamente, ese amigo, Joshua Logan, llegaría a ser un reputado director de cine, pero Stewart y él nunca trabajaron juntos. En los años 30, respondiendo a la llamada de las sirenas hollywoodienses, el actor puso rumbo hacia la costa Oeste y allí desembarcó en 1935. Su rostro simpático, una manera singular de mirar hacia arriba con la cabeza gacha, su condición de larguirucho, además de una peculiar caída de hombros y unos andares un tanto desastrados, lo llevaron a especializarse en tipos corrientes, más buenos que el pan, cercanos. En su libro Las estrellas de Hollywood, Peter Bogdanovich hizo una atinada descripción del personaje que incorporó en buena parte de su carrera: "Su honesta naturaleza campechana no afectaba de ninguna manera a su talla como protagonista; mostraba una vulnerabilidad con la que cualquiera podía identificarse en circunstancias similares. Su habilidad para superar el miedo y el dolor lo convertían en un héroe aún más real".

El meritoriaje no fue demasiado largo pues, apenas dos años y diez películas después, lo encontramos encabezando el reparto de El séptimo cielo (1937), remake de un filme mudo de Frank Borzage, un director hoy un tanto olvidado con quien Stewart tendría la oportunidad de trabajar en una película extraordinaria: The Mortal Storm (1940), nunca estrenada en España, aunque ha podido verse en televisión. En El séptimo cielo, el tipo característico de Stewart -hogareño, humilde e íntegro- ya está completamente perfilado; sin embargo, Frank Capra, un cineasta al que le encantaba colgarse medallas, acabaría atribuyéndose la conversión del actor en modelo de ciudadano medio. No fue así, pero no cabe duda de que los tres filmes en que Capra lo tuvo como protagonista contribuyeron decisivamente a la consolidación de dicha imagen: ahí está la deliciosamente ingenua Vive como quieras (1938), la esforzada Caballero sin espada (1939) o la fascinante fábula navideña ¡Qué bello es vivir! (1946), en las que la honradez de Stewart ondea cual bandera cruzada de barras y rociada de estrellas. Capra no sería el único cineasta de relieve que reclamó sus servicios con asiduidad, atraído por su naturaleza dúctil y por su extrema profesionalidad. De hecho, Stewart trabajaría con bastantes de los mejores directores de todos los tiempos: Ernst Lubitsch, Billy Wilder, Otto Preminger, Cecil B. De Mille o George Cukor, y otros que invocaremos a continuación.

La II Guerra Mundial actuó como cortafuegos en su filmografía. Stewart se alistó en las fuerzas aéreas en respuesta a la llamada a filas (algo que, por ejemplo, no hizo John Wayne, otro gran héroe norteamericano), y en los cinco años siguientes participó en más de veinte misiones de vuelo sobre Alemania, recibiendo un buen puñado de condecoraciones (lo que tuvo que hinchar su de por sí ancho corazón republicano). La experiencia lo marcaría de por vida; se dice que nunca hablaba en público de sus experiencias en el frente y que, incluso, al final de la contienda barajó la posibilidad de abandonar el cine. Lo que acabó abandonando, no obstante, fue la imagen inocua de sus primeros años. Alfred Hitchcock lo entendió de inmediato y le dio un papel inesperado en La soga (1948), el de un profesor universitario cuyas radicales ideas llevan a un par de alumnos suyos a asesinar a otro, a modo de desafío social. Stewart estuvo sencillamente extraordinario. Con Hitchcock haría tres películas más, dos magníficas: La ventana indiscreta (1954) y El hombre que sabía demasiado (1956), la tercera magistral: Vértigo (1958).

La relación profesional más fructífera y decisiva en esta nueva etapa, sin embargo, fue la estrechada con Anthony Mann: siete filmes en apenas seis años. En primer lugar, Mann le abrió las puertas del western, el género en el que Stewart se especializaría en las décadas siguientes; y en segundo lugar, sin traicionar su rango de 'bueno de la película', Mann supo exteriorizar los aspectos más sombríos de sus personajes. En Winchester 73 (1950), Stewart interpretó a una especie de Abel sediento de sangre tras los pasos de un Caín asesino del padre. Mann y Stewart colaborarían en cuatro westerns más que conforman uno de los ciclos más innovadores del género; a Horizontes lejanos (1952) seguiría Colorado Jim (1953), y tras Tierras lejanas (1954) vino El hombre de Laramie (1955), un puñado de relatos vigorosos, recorridos por un intenso aliento trágico. En los años 60 sería el maestro John Ford quien pondría sus ojos en él; Ford lo llamó para sus tres últimos grandes westerns, a saber: Dos cabalgan juntos (1961), El hombre que mató a Liberty Valance (1962) y El gran combate (1964), el segundo de los cuales es una de las obras magnas de la Historia del Cine.

Stewart llegó a la edad tardía coincidiendo con la crisis del sistema en donde él se había forjado. Los grandes estudios o bien se vinieron abajo, o bien cayeron en manos de multinacionales, o bien se transformaron en multinacionales ellos mismos, y el cine norteamericano ya no ha vuelto a ser lo que fue. Stewart vivió en primera fila aquel momento dorado y, quién osa dudarlo, colaboró en su dignificación. Aunque los días de vino y rosas se quedaran atrás, el actor siguió en activo sin ver mermada su popularidad. Su filmografía sí se resintió; a partir de los 70, Stewart no hizo realmente ninguna película importante. He leído en alguna parte que además escribió un libro de poemas que se convirtió en un superventas en Estados Unidos; quizás no estuviera mal echarle una ojeada. James Stewart murió el 2 de julio de 1997, pero, en esa arcadia del cine, seguirá vivo en un número nada despreciable de excelentes películas.

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