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Todavía en el bando bueno

De entrada, un hecho incuestionable: Franz Ferdinand son muy buenos. Tienen cultura musical, beben de buenas fuentes -Talking Heads, Gang of Four, los primeros XTC- derrochan estilo, no pierden de vista el hecho fundamental de que el sonido es lo primero, le sacan el mejor partido a sus canciones, que en muchos casos mejoran frente al disco, son carismáticos y atractivos... Eso, por enumerar varias de sus virtudes, que tienen más.

Después, los matices: su concierto en el coliseo de Atarfe entusiasmó más por el envoltorio que por el contenido. A estas alturas, Franz Ferdinand no es ya una banda de culto, un producto arty para minorías, sino un grupo vendedor, popular, que se puede permitir el lujo de recurrir a esos típicos trucos que en directo nunca fallan: poner al público a mover los brazos, hacerles cantar o callar, tirar de pose, chapurrear el idioma nativo... Eso, por ahora, todavía les sirve para dar un plus a sus notables canciones, pero no deja de ser un arma de doble filo. La línea que separa esa actitud de la de los grandes dinosaurios del género, esos que todavía llenan los estadios, tipo U2, puede ser más delgada de lo que se imaginan.

Quede claro que a Franz Ferdinand sólo se le pueden achacar pecados veniales, y eso los más tiquismiquis, porque la mayoría de los asistentes salieron realmente maravillados. Es un grupo convincente porque aporta contundencia, actitud, ritmo, pellizco y -todavía- frescura. Gente a la que cualquiera se puede enganchar, de la que el fan se puede sentir orgulloso.

Mención aparte merece Alex Kapranos, un auténtico animal de escenario y un cantante de categoría que demostró de sobras que si en su día el grupo pudo ser una democracia, ahora desde luego no lo es: arriba manda él y es capaz de sostener el concierto casi por sí solo, de salir más que airoso tras atacar un repertorio en el que probablemente falló la selección -¿por qué concentraron tantos temazos en la primera media hora en lugar de intercalarlos? ¿Por qué una primera andanada de sólo 55 minutos y un bis de 35?- pero del que supo extraer momentos auténticamente memorables.

Mando Diao, sus teloneros de lujo, dejaron una sensación agridulce. Da la impresión de que los suecos están en una pugna estilística interna: seguir con su rocanrolera apuesta inicial o darle una capa de betún, hacerla más negroide. Parecen unos mods puestos al día que no se dan cuenta de que esas guitarras machaconas, que tanto les ayudaron, a lo mejor les están lastrando.

Defectos extra: el sonido de Mando Diao fue muy deficiente, la disposición de las barras en los tendidos, una vergüenza; la escasez de servicios, de juzgado de guardia. Y por los 38-42 euros que costó el bolo, no habría estado de más una pantallita tras el escenario. Mejor arriesgarse a algún gritito histérico ante la visión del superfashion flequillo de Kapranos que verlo como un soldado de plomo en la lejanía.

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