arte

¡Va a dar que hablar!

  • La artista granadina Irene González se consolida como una de las grandes promesas del panorama actual con una exposición en Cádiz

Una vez más el maestro Carmelo Trenado tenía toda la razón. Claro que, en esta ocasión, era muy difícil equivocarse y muy fácil rendirse a la evidencia. Irene González es una autora granadina que deja de ser buena para alcanzar una mayor cota: espectacular. Su espléndido dibujo, su manejo, casi alucinante, del lápiz, su preclara posición para desentrañar la emoción interna que caracteriza al modelo, la visión precia del encuadre paisajístico que quiere eternizar y la estructura compositiva que imprime al mismo, hacen de la obra de esta joven artista una muy seria aspirante a tener en ella a un próximo valor segurísimo de nuestra pintura. Estoy casi absolutamente convencido de lo que digo; lo mismo que lo están aquellos que han seguido su carrera, recién terminada y, ya, puesta en valor.

La exposición que nos presenta el galerista gaditano Rafael Benot, seguro conocedor de lo que se cuece en la capital granadina desde hace tiempo, nos ofrece la obra de Irene González en sus dos versiones, la que representa la impactante y expectante humanidad silente y la que nos pone ante un paisaje enigmático que levanta, asimismo, toda la máxima inquietud.

En los Iconos del silencio la autora hace gala de toda su magnitud ilustrativa, no sólo ya de lo que concierne a la interpretación del retrato, con gestos sobrios, definitivos, exactos y sin renuncio alguno, sino en la aplastante determinación de lo que supone eternizar el silencio, dejar en suspenso la atmósfera envolvente que actúa sobre lo representado y potenciar, hasta extremos insospechados, el valor de una expresión, de un sentimiento, en este caso, ese silencio que la autora desarrolla con trazos puros, sobre todo, en el pozo sin fondo de una mirada que, ella, hace eterna con la profundidad de unos ojos que atrapan y hacen callar lo que se escucha.

Junto a la serie de retratos, de absoluta sobriedad creativa, Irene González nos ofrece, también, una galería de paisajes, asimismo, llenos de aplastante pulcritud compositiva. Representaciones de zonas enigmáticas, pobladas de densas nieblas que contrastan con el propio desarrollo representativo del elemento natural, aquí, sutilmente ejecutado con mayor economía de medios pictóricos.

En toda la muestra gaditana nos encontramos con un pausado ejercicio plástico, con una contención formal, rota sólo cuando la artista necesita estructurar un mayor episodio expresivo, con unos desenlaces materiales que desentrañan la fortaleza de la autora en el manejo de los recursos dibujísticos.

Estamos, en definitiva, ante una joven artista granadina que viene a continuar el apasionante proceso artístico que va saliendo, sin solución de continuidad, de las aulas de la Facultad de Bellas Artes de Granada, allí donde se han cocido las hornadas de artistas que han llenado de grandeza el arte español más cercano en el tiempo.

Irene González es una artista que ya está demostrando sus infinitas posibilidades. Por eso, debemos quedarnos con su nombre. Dará que hablar.

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