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Verano y espejismo

  • La escritora Cristina Gálvez publica un nuevo y estupendo libro de relatos, 'El verano ya no está aquí'

Cristina Gálvez.

Cristina Gálvez. / g. h.

Los veranos de nuestra niñez eran recreos presuntamente interminables que llenábamos de juegos improvisados y fechorías finalmente menos terribles de cuanto habíamos pretendido. Los veranos de nuestra niñez fueron escasos además para quienes nacimos y crecimos en un pueblo; nuestros padres no tardaron en buscarnos ocupaciones más provechosas que darle patadas a una pelota o saltar tapias ajenas, pero aun así el verano siguió siendo el tiempo de la fantasía, la travesura y la aventura: en Los pescadores de hojas -el relato inaugural de El verano ya no está aquí (Editorial Nazarí)-, un niño y una niña, hermanos ellos, construyen un rincón paradisíaco en la minúscula terraza de casa, una ficción desesperada lo suficientemente seductora como para encandilar a los más remisos, incluida la madre, amargada por un divorcio inminente.

En Tardes en Rímini, los adolescentes protagonistas entretienen las horas pergeñando pequeñas maldades contra la dueña de una tienda que tendrán inesperadas consecuencias para uno de ellos. En Un martes cualquiera, una señora mayor se escapa de casa, coge un autocar y viaja hasta una localidad costera que visitó de pequeña, de cuando hicieron una excursión con una tía suya empeñada en enseñarles el mar…

Los veranos de antaño parecían más grandes y luminosos de cuanto eran. Luego crecimos y los veranos se complicaron. Nuestra relación con el mundo se fue transformando a medida que madurábamos y, por ejemplo, en las chicas -y aquí repito las palabras del narrador de Tardes en Rimini- "nos costaba reconocer a las niñas que poco antes solíamos despreciar". A esta edad, muchos de nosotros dejamos de tener vacaciones estivas, pero el verano mantuvo tenaz ese halo de promesa renovada año tras año, reiteradamente pospuesta. La decepción nos esperaba a la vuelta de la esquina y, de repente, verano y espejismo empezaron a ser intercambiables.

En Los destinos soñados, una mujer sigue a un hombre en un itinerario con algo de búsqueda y mucho de huida a través de una Grecia cierta e incierta. (Los fantasmas de la crisis económica se entrevén tras los visillos de los hoteles). No es éste el único personaje que se deja atrapar por las fantasías de su compañero de viaje. En Siracusa, la protagonista acaba compartiendo el miedo y el rencor de su pareja, y la narración nos sumerge en las aguas de la fantasmagoría.

Leyendo El verano ya no está aquí -un libro magnífico, digámoslo ya- se tiene la ingrata sensación de que los sueños están sólo para ver cómo se frustran. Le pregunto a Cristina Gálvez de qué es metáfora el verano para ella: "Para mí -responde-, el verano tiene que ver con lo que se desea, se idealiza o se persigue, pero también con lo que se ha perdido".

En estos nuevos cuentos de Cristina Gálvez hay todo ello: deseos y decepciones, ensueños y engaños, llantos y sonrisas. La autora se empeña levantar la alfombra de la cotidianidad para ver qué hemos barrido debajo, pero también gusta de arrimar una silla al hogar, escanciar en las copas el vino del ayer y brindar por aquel tiempo que llegaba cargado de ofrendas y se iba dejando algún beso fugaz quizás, un destello de luz en la ventana o un salto desde el trampolín que hemos exagerado patéticamente Cosas así.

Los sueños esplenden con idéntico fulgor al de los veranos del recuerdo. Verano y sueño se parecen, pero verano y espejismo son una misma cosa, he dicho. Las promesas de los sueños se desvanecen a medida que avanzas hacia ellos tal como se desvanecieron hace ya mucho las promesas ardientes del verano.

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