Divertido e irritante, chabacano y brillante, famoso e inexistente, Juan Mal-herido ejerce la crítica literaria como el arte de repartir tortazos a manos llenas. Cinco años después de su irrupción en la red berreando su indignación ante prácticamente todo, ha alcanzado tal popularidad que recientemente la editorial Melusina ha publicado algunos de sus posts sulfúricos seleccionados por Alberto Olmos, escritor incluido en la lista de Granta de grandes promesas de la próxima década e individuo al que todos señalan como autor en la sombra de las burradas con las que el blog (www.lector-malherido.blogspot.com) se ríe de la solemnidad (a nivel general).

Lo que propone Mal-herido no es más que un juego, pero el juego es más serio y antiguo de lo que él mismo se esfuerza en aparentar. Consiste en decir que el emperador va desnudo, ya está bien de pamplinas; en pisotear los argumentos que apelan más a la autoridad que al placer, en desmontar "la publicidad sin discurso", dicho en sus palabras; en cuestionar mediante sus molestos exabruptos el a veces perverso mecanismo de funcionamiento de las opiniones mayoritarias y la cuota de arbitrariedad e hipocresía que contiene -al menos en parte- toda jerarquía.

Claro que el juego es también, simple y llanamente, juego, como esas veces en que uno se sabe con chispa y rápido de reflejos y alarga el chiste por mera diversión. Al de Mal-herido no le falta un perejil: provocaciones gratuitas, humor escatológico y politoxicómano, gracietas genitales, pose misógina, cinismo de joven repelente, egocentrismo enfermizo, puyazos de barra de bar a catalanes y andaluces y a los autores de prólogos, propinados con éxtasis de Santa Teresa si se trata del argentino Rodrigo Fresán.

A la postre, por encima de sus dudosas cualidades prácticas, el blog funciona prácticamente, fundamentalmente, como género literario en sí mismo, como espejo del talento gamberro de un escritor que sabe que la risa inteligente es formidable y cualquier otra, también.