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Vicios privados, públicas virtudes

  • Anagrama publica 'Un adúltero americano', una biografía novelada del presidente de EEUU John F. Kennedy que descubre un historial clínico y sexual sorprendente

El resplandor del cometa JFK no deslumbró a todos por igual cuando surcó el cielo de los mortales hace cosa de medio siglo. Nada más ganar las primarias que lo convirtieron en el as del partido demócrata, entre nosotros, Manuel Vázquez Montalbán hizo un agudísimo examen del futuro presidente y mártir de los Estados Unidos: "Kennedy es el clásico hombre perfecto dentro de la civilización norteamericana. Rico, bien parecido, joven y equilibrado -escribió en clave socarrona en un artículo fechado el 24 de julio de 1960. Y añadía-: La juventud de su esposa, su belleza, el hecho de tener un hijo por las mismas fechas de las elecciones presidenciales, son armas que Kennedy y su equipo de consejeros utilizarán de cara a la propaganda". Vázquez Montalbán mantuvo intacto el recelo incluso después del asesinato del político. En la novela Yo maté a Kennedy (1972), Pepe Carvalho era presentado, en un gesto de sana insolencia, como el hombre en la sombra que tantos quebraderos de cabeza ha causado entre quienes investigan el magnicidio de Dallas.

En Un adúltero americano, la memoria del héroe ha recibido una nueva andanada con maneras no por inesperadas, menos nocivas: Jed Mercurio se ha servido del historial clínico y el currículum sexual del presidente para apearlo del pedestal. La verdad es que el inventario de sus afecciones le hace sentirse a uno un toro: JFK padeció "la enfermedad de Addison, deficiencia tiroidea, reflujo gástrico, gastritis, úlcera péptica, colitis ulcerativa, prostatitis, uretritis, infecciones crónicas del tracto urinario, infecciones dérmicas, fiebres de origen desconocido, colapso vertebral lumbar, osteoporosis de la columna lumbar, osteoartritis del cuello y del hombro, colesterol alto, rinitis y sinusitis alérgicas y asma", entre otras lindezas, además de una satiriasis de padre y muy señor mío. Sí, han leído bien. No es que a JFK le gustara el fornicio como a todo aquél, no; el señor presidente sufría/gozaba de "una libido compulsivamente activa", escribe Mercurio; una libido salaz, voraz, procaz, silvestre que, con la excusa de evitar que se le agriaran los fluidos vitales en el organismo, ¡glup!, debía echar un polvo cada pocos días, de ser posible, con una mujer distinta cada vez.

Jed Mercurio se muestra razonablemente comprensivo con el hombre -allá cada cual con sus pecadillos-, pero implacable con el político y con la doblez que impone el ejercicio de esta profesión (ante las cámaras, se es uno; tras ellas, otro). Para colmo, JFK vivió una coyuntura histórica que hace buena su mala salud. Las crisis se sucedieron una tras otra y no siempre tuvo las palabras más sensatas ni adoptó las medidas más acertadas. El intento de invasión de Cuba, antes de que Fidel Castro deviniera un monstruo antediluviano, fue un grueso borrón en su expediente, aunque condujo con acierto la crisis de los misiles. Durante su mandato, las negociaciones con Nikita Jruschov no evitaron el levantamiento del Muro de Berlín ni el recrudecimiento de la Guerra Fría y JFK no pudo (o no supo) frenar dos carreras disparatadas, estrechamente relacionadas, la espacial, para ver quién ponía antes una bandera en la luna, y la armamentística, para ver quién reunía más cabezas nucleares en sombríos silos subterráneos. En semejante mapa político, no deja de ser peliagudo que lo que le quitara el sueño al buen hombre fuera obtener, sirviéndose de las dispensas del cargo, la dosis diaria de fármacos y esos favores sexuales que le permitieran salir carialegre en las fotos.

Para Jed Mercurio, el paraíso norteamericano, como todo paraíso, está infectado de serpientes, y bajo su guadaña (hablar de bisturí sería reduccionista) caen otras testas aureoladas del imaginario popular. Entre ellas, destaca la rubia platino de Marilyn Monroe, una de las muchísimas amantes del presidente; parece que la primera dama de Hollywood ambicionaba serlo de la Casa Blanca y supuso, erróneamente, que bastarían su presencia y prestancia físicas para que él se divorciara de Jacqueline. De haber conocido el refranero español, Marilyn habría sabido que unas cuentas hace el borracho y otras el tabernero. Pues bien, quizás el rechazo presidencial esté tras el suicidio de la actriz. En el reparto estelar de Un adúltero americano también despunta Frank Sinatra, en un papel también ingrato, el del tipo a quien no se le puede negar nada nunca. Por lo visto, por sus devaneos con la mafia, Sinatra acabó viéndose a sí mismo como un padrino y ejerciendo de tal... No queda sino descubrirse ante la irreverencia y el humor negrísimo de esta brillante exposición de las regalías y las servidumbres del poder.

Habrá que seguirle la pista a Jed Mercurio.

Jed Mercurio. Anagrama, Barcelona, 2010.

Jean Echenoz, Anagrama, Barcelona, 2010.

Nick Hornby, Anagrama, Barcelona, 2010.

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