José Luis Gärt, dramaturgo

“¿Vivíamos peor cuando no llevábamos un móvil en el bolsillo?”

  • José Luis Gärt publica Muérdago y bilis, un libro de relatos sobre el apocalipsis del bienestar social

“¿Vivíamos peor cuando no llevábamos un móvil en el bolsillo?”

“¿Vivíamos peor cuando no llevábamos un móvil en el bolsillo?” / Andrés Cárdenas

El escritor y dramaturgo granadino José Luis Gärtner, más conocido por Gärt, acaba de publicar un libro de relatos al que ha titulado Muérdago y bilis. Se trata de unos textos en los que prima una visión apocalíptica de nuestra civilización, entendiendo dicho Apocalipsis no como un violento cataclismo que acabara con la presencia del ser humano en el planeta tierra, sino como una pandemia ética que afectaría principalmente a la civilización occidental, y que, vendría a significar la debacle de ese estilo de vida (¿o más bien utopía?) que se ha venido en denominar ‘el estado del bienestar’. Gärt pertenece Institutum Pataphysicum Granatensis.

–Dígame antes que nada qué pretendía al reunir una colección de relatos para componer un libro.

–Se trata de un proyecto a largo plazo en el cual he querido reunir un grupo de cuentos que estuvieran creados en torno a la idea del “apocalipsis social”, entendiendo dicho apocalipsis no como un trágico cataclismo que condujera a la extinción de la humanidad sino como una epidemia moral relacionada con un estilo de vida insostenible que ha dado al traste con ese sueño utópico del estado del bienestar.

"He querido reunir una serie de cuentos que estuviesen creados en torno a la idea de apocalipsis social”

–¿Estamos cerca de acabar con el llamado ‘estado del bienestar’?

–Yo diría que estamos utilizando erróneamente ese concepto. Probablemente porque nos hemos convertido en un club de nuevos ricos y nos han vendido que el bienestar consiste en acumular más riquezas materiales. Saber vivir no es cuestión de tener más si no de liberarnos de las necesidades superfluas, de las chucherías que acumulamos en el trastero, de la hiper conexión digital. Tal vez nos hemos olvidado de disfrutar de la familia, de compartir unas cervezas con los amigos, de no estar constantemente disponibles, de sentir el afecto de nuestros semejantes. ¿De verdad vivíamos peor cuando no llevábamos un teléfono móvil en el bolsillo?

–¿Por qué ha dividido los relatos en Muérdago y Bilis?

–Más aún, he querido agrupar los relatos en pequeñas constelaciones. En Muérdago se inscriben aquellos que están relacionados con el abismo que se ha creado entre el individuo y la justicia. Los relatos insertos en Bilis tienen en común una visión poliédrica sobre el concepto del mal. Siguiendo la estela de este declive ético de la condición humana, he añadido otro segmento bajo el título de Cuentos de la Abuela Luna en los que prima la estética de lo fantástico.

–¿No es un poco pesimista su visión del futuro?

–Admito que mis cuentos tienen buenas dosis de mala leche, pero también diré igual que Michael Haneke cuando le hacían la misma pregunta. ¿Se puede llamar pesimista a alguien que, con sus obras intenta despertar la conciencia humana, de invitar a pensar al individuo en relación al mundo que le rodea, de mostrarle otra visión diferente a la oficial, de ponerle un espejo delante y retarle a traspasarlo? Creo que soy optimista desde el momento en que no menosprecio la inteligencia del lector; y eso es algo que no se da todos los días.

–¿Qué cree usted que podría salvar a la humanidad?

–Inicialmente, el derecho a una educación digna, al acceso al conocimiento de la realidad, al reparto justo –y eso sí que es complicado– de los bienes esenciales, cosa que hasta ahora se nos niega en beneficio de la pura banalidad. Nos entretienen con la vida de personajes absolutamente vacuos, con paparruchas –ese es el nombre en español de lo que llaman fake news– utilizadas con fines malévolos, nos niegan el acceso a la Historia, y todo ello con la intención de hacernos más manipulables.

–¿Se puede engañar al destino?

–Schopenhauer escribió que el único destino que tenemos asegurado al nacer es la muerte y el sufrimiento, pero también tenemos la opción de estar a gusto con las cosas sencillas que nos rodean. En ese sentido nosotros disponemos de un mecanismo maravilloso al alcance de todos: nuestra capacidad de escapar de la realidad mediante la imaginación. Podemos y debemos fabular, montarnos nuestras propias historias, y obtenerlas de los libros, porque esa es la manera más asequible de escapar de los pensamientos negativos. Esa, precisamente, es la exégesis de los cuentos de Las mil noches y una noche o El Decamerón.

–El primer cuento, el del nieto que le pregunta a su abuelo qué es un árbol, es estremecedor.

–Con el ritmo de destrucción que llevamos, no descarto que llegue el día en que algo parecido suceda, aunque dudo mucho que la humanidad sobreviva a la estupidez de quienes gestionan nuestro destino, a no ser que nos dé por apreciar la inteligencia y empecemos a pensar en algo más que los beneficios económicos.

–¿Todo lo que se dice en una novela se puede decir en un cuento corto?

–Borges se preguntaba justamente lo contrario. ¿Para qué escribir cientos de páginas si se puede decir lo mismo en unas cuantas líneas? Personalmente soy partidario de todos los formatos posibles, sobre todo si son creativos, si se saltan los cánones de género y son capaces de establecer nuevos territorios más allá de los corsés de los cánones académicos. La diferencia entre el cuento y la novela no radica en una cuestión de tamaño sino más bien en que el relato breve es una forma de eludir los detalles accesorios. En ese aspecto las obras narrativas más cercanas a la perfección formal han sido los cuentos de autores como Chejov, Gógol, Ayala, Maupassant, Mrozek, Olgoso, Kafka, Munro, o el mismo Borges, por citar algunos; ahora bien, yo nunca he pretendido renunciar al vértigo que lleva implícita la novela, a la experiencia de vivir otras vidas y, tal vez, invitar a otro a salir de sí mismo y trascender más allá de las palabras.

–A qué se refiere con ese vértigo de escribir una novela.

–Uno se pasa millones de horas frente al ordenador, escribiendo día tras día, a veces durante años, puliendo una y otra vez cada línea, cada frase, cada palabra, y al final, no encuentra ningún editor que se digne a publicarle, porque lo que uno escribe no es rentable. Eso produce un vértigo que solo se atenúa con la insondable pasión por escribir.

–He visto que algunos relatos se pueden leer como poemas.

–La esencia del microrrelato, aparte de la brevedad intrínseca, está en la emoción poética que pueda transmitir. Hace poco leí un poema de Joan Margarit que, si en lugar de estar en verso se hubiera dispuesto en prosa, pasaría perfectamente por un relato. La belleza emocional, incluso siendo dramática, no es privativa del verso. La emoción poética está unida a los valores eternos y, por tanto, puede encontrarse en los lugares más insospechados.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios