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Un poco de arena

Ya le comenté a Juan Ángel a la salida del concierto, "si hubiera durado dos horas más lo mismo triunfas". El caso es que cada vez estaba más templado y seguro. Cada vez conectaba más con el público, curiosamente por olvidarse de ellos.

El cantaor granadino Juan Ángel Tirado, con un eco muy gitano y un carraspeo heredado, comienza la noche por martinetes. Entra inseguro. El respeto impide mirar a los ojos de los asistentes. Con todo y con esto, arranca algún ole que afianza su entrega. Continúa por levante.

Muy sabrosa la cartagenera clásica. El tocaor de Motril Emilio Maya a la guitarra suena limpio, creativo y granadino. En la soleá por bulerías, arropado ya por todo el cuadro, El Cheyenne a la percusión y Primo Rana y el Niño de la Luisa a las palmas, se siente más seguro, pero no acaba de cuajar.

Las seguiriyas aceleradas son para baile, demostrando que es un buen cantaor de atrás, que no está preparado para saltar al escenario en solitario. ¿Le falta ensayo? ¿Le faltan estudios? ¿Necesita estímulos? Su mejor aportación son las bulerías finales, aunque el mérito, me temo, es de todos los músicos.

El Galli o Moi de Morón, dos de los cantaores que salieron con el bailaor Pepe Torres en la segunda parte, puede que hubieran hecho mejor papel que Juan Ángel. El sentimiento y la jondura de uno y otro son encomiables. El Canastero, el tercer cantaor, fuerza la voz innecesariamente, afeando su cante. Un falso mito impele a los cantaores a la ronquera voluntaria, pensando que una voz rota es más apreciada.

Rafael Rodríguez a la guitarra es preciso y certero, prfundo, de sabor añejo y toque moruno. Parece que a veces tañera un laúd. En cuanto al bailaor sevillano le sobraba algo o le faltaba algo, que no termina de redondear en su actuación en el Corral del Carbón. En sus propuestas se espera un remate, un estallido que no llega.

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