Actual

La aventura no es sólo la aventura

  • El director Michael Curtiz exacerbó los elementos más sórdidos de la historia convirtiendo 'El lobo de mar' en una obra acre y negativa. Y se logra el milagro: al que le guste la novela, le encantará la película

Un transbordador que hace la ruta entre San Francisco y Sausalito es arrollado por un vapor a causa de la densa niebla que cubre la bahía. Los viajeros del transbordador se precipitan en las aguas heladas; unos mueren ahogados, otros son arrastrados por la corriente mar adentro. Humphrey Van Weyden, el narrador de El lobo de mar (Mondadori), se aferra a un salvavidas y aguanta a flote hasta ser rescatado por una embarcación proveniente de San Francisco. Se trata de la goleta Fantasma, rumbo al mar de Bering a la caza de focas. La tripulación está compuesta en su mayor parte por ingleses y escandinavos de la peor estofa. No obstante, el capitán no tiene ningún problema para tenerlos a raya; Lobo Larsen es peor que el peor de ellos. A bordo, lo odia del primer al último marinero. A su vez, él desprecia a todos y cada uno sin excepción.

A un carácter feroz, Larsen suma una mente voraz; para Van Weyden, el capitán ha pensado mucho y hablado poco durante la mayor parte de su existencia. También ha leído las obras filosóficas más influyentes de su época -Charles Darwin, Friedrich Nietzsche, Herbert Spencer- y se ha convencido, y el mundo le da la razón, de que la fuerza ha de entenderse como una forma de "justicia" y que en la debilidad reside un "error" esencial, existencial, que ha de arrancarse de cuajo. En Lobo Larsen tenemos un esbozo turbador del "superhombre" nietzscheano, un espejo en el cual uno obligaría a mirarse a algún que otro jerarca hodierno. Tan temible como su fiereza es su inteligencia; desmonta cualquier convicción con la misma facilidad con que derriba a un tipo de un puñetazo. Pero esta inteligencia no lo hace inmune al malestar -llámenlo melancolía- inherente a toda forma de conocimiento: "Cometí el mayor de mis errores -confiesa en unas líneas memorables- el día en que abrí un libro". Larsen contrarresta la desazón con una absoluta falta de escrúpulos.

Humphrey Van Weyden tendrá una prueba de ello nada más subir a la goleta. El capitán se niega en rotundo a llevarlo a tierra: ha perdido a un marinero y el azar le brinda la posibilidad de cubrir la vacante enrolando al náufrago. Se inicia entonces una doble travesía exterior e interior, física e intelectual. El civilizado Van Weyden -un caballero que hasta entonces había vivido de las rentas paternas- aprenderá qué significa jugarse la vida, día tras día, en la lucha contra los elementos. Esa lección pragmática la completan las apasionantes discusiones con Lobo Larsen, cuya perspicacia le permite encontrar ese punto débil que echa abajo todo credo. La animadversión no excluye la admiración. La suya es una voz inquieta e inquietante que descubre los aspectos ocultos o silenciados de nuestros actos. London clava el aguijón de desasosiego en el ánimo del lector. Al igual que en Las aventuras de Arturo Gordon Pym de Poe, Moby Dick de Melville o El corazón de las tinieblas de Conrad-Larsen no está lejos de Kurtz-, en esta novela la aventura no es sólo la aventura.

El lobo de mar inspiró una muy buena película, de igual título, estrenada en 1941. Lo más llamativo de esta versión son los drásticos cambios de roles en el dramatis personae acometidos por el guionista, Robert Rossen. Humphrey Van Weyden, por no ir más lejos, es relegado a un segundo plano, mientras un personaje más del gusto hollywoodiense ocupa la primera línea de acción: el joven y rebelde George Leach, un personaje secundario en el libro. ¿Consecuencias? Leach se lleva a la chica en la película, aunque en la novela moría, y Van Weyden muere, aunque fuera él quien inicialmente le robaba el corazoncito a la dama. En el apartado interpretativo, sin duda, el principal reto fue hallar un actor "a la altura" de Lobo Larsen. Edward G. Robinson, muy distinto físicamente del personaje, satisface con creces este cometido: su Larsen tiene quizás menos aristas, no menos intensidad. A pesar del bricolaje dramático, el film funciona. El director Michael Curtiz -quien, al parecer, atravesaba una grave depresión durante el rodaje- exacerbó los elementos más sórdidos de la historia convirtiendo El lobo de mar en una obra esencialmente acre, negativa. Y se obra el milagro: al que le guste la novela, le encantará la película.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios