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Las batallas de José Emilio Pacheco

EL poeta mexicano José Emilio Pacheco nació el 30 de junio de 1939, así que este año ha cumplido los 70. Con ese motivo la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México) le ha preparado un sorprendente regalo de cumpleaños al autor de Tarde o temprano (título que recoge todos sus libros de poesía publicados hasta el año 2000): mil muchachos se reunirán con Pacheco en el auditorio Juan Rulfo, en Guadalajara, y leerán hoy, colectivamente, uno por uno, las páginas de Las batallas del desierto, ese espléndido relato de un joven escolar, Carlos, un niño casi, que se enamora perdidamente de la madre de su amigo Jim. Pero Las batallas del desierto (Era-Txalaparta, Navarra, 2001) es algo más que el relato de una iniciación amorosa. Esta diminuta novela (parcialmente autobiográfica) es un relato magistral donde se recogen conflictos y paisajes que van más allá de México: la lenta pérdida de los espacios y costumbres tradicionales o el empuje irresistible de la moderna sociedad mercantil, el devastador empuje del deseo o la ingenua valentía de la primera juventud, el desmoronamiento irreparable de las identidades locales o la tristeza por el tiempo que nunca volverá. Todo eso se hilvana en una prosa llena de sugerencias, poderosa y sencilla, tan ágil que parece surgida de la nada. Pero esta prosa no ha surgido de la nada, ha surgido del esfuerzo y de la sabiduría de un escritor que, sin perder de vista su época o su mundo, ha sabido moverse en otras tradiciones, conocer otras épocas.

Porque José Emilio Pacheco es un escritor cosmopolita, y no sólo porque haya traducido al español los Cuatro cuartetos de T.S. Eliot, Un tranvía llamado deseo de Tennesse Williams o Cómo es de Samuel Beckett; José Emilio Pacheco es cosmopolita porque sus poemas nacen de su mirada atenta sobre el mundo, un mundo global que, sin olvidarse de México, va más allá de México: el relato de Las batallas del desierto recibe su nombre de los juegos que Jim, Carlos y los demás miembros de la pandilla desarrollaban en uno de los desiertos del barrio, "un patio de tierra colorada, polvo de tezontle o ladrillo, sin árboles ni plantas, sólo una caja de cemento"; allí, en aquella tierra de nadie, jugaban a la guerra de Oriente Medio, jugaban a la guerra entre árabes y judíos, y comenzaban las batallas del desierto, esas batallas que convierten a los niños en hombres y que se van borrando con el tiempo o la desidia. Y allí, en medio de un mundo que se desmoronaba, Carlos fue fraguando sus primeras fobias, las que declara ante el sicólogo cuando éste le pregunta qué es lo que más odia: "la crueldad con la gente y con los animales, la violencia, los gritos, la presunción, los abusos de los hermanos mayores, la aritmética, que haya quienes no tienen para comer mientras otros se quedan con todo, encontrar dientes de ajos en el arroz o en los guisados, que poden los árboles o los destruyan, ver que tiren el pan a la basura."

Hace pocas semanas José Emilio Pacheco recibió el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Ayer se le concedió el Premio Cervantes. Y hac e dos o tres años obtuvo el Premio Federico García Lorca Ciudad de Granada. El carácter unitario de su obra y su pesimismo controlado o lúcido, la intensidad de su tono elegíaco o sus constantes indagaciones expresivas, su capacidad meditativa y su riqueza verbal hacen que estos dos últimos premios sean, además de un merecido regalo de cumpleaños, el testimonio de una deuda: la deuda que tenemos con aquellos que escriben sus batallas, batallas que también son las nuestras.

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