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El biógrafo de seresimposibles

  • La colección Signo e Imagen / Cineastas (Cátedra) suma a su catálogo dos monografías dedicadas a sendos clásicos, Joseph Losey y Jerry Lewis, y reedita otra sobre uno de los realizadores más originales de la actualidad

En cierta ocasión, Tim Burton confesó haber soñado de niño con ser actor, no para ejercer de héroe y darle una tunda al malvado de turno o llevarse a la heroína consigo, sino para interpretar a Godzilla ¡Como lo oyen! A Burton le habría gustado enfundarse el traje del monstruo antediluviano de aquellas películas rudimentarias de los años 50 y pasearse por maquetas rompiendo edificios de cartón piedra y trenes de juguete. La anécdota ilustra rotundamente el carácter de uno de los cineastas más originales aparecidos en la recta final del siglo XX. Aquel sueño infantil no se hizo realidad, pero el susodicho bichejo recibiría varios tributos en su filmografía: en Mars Attacks!, durante un descanso en la invasión, los marcianos mataban el tiempo viendo una película suya en televisión.

No es el único monstruo del repertorio. El cine de Burton está plagado de ellos: un fantasma que se dedica a exorcizar casas habitadas por seres vivos, un adolescente con tijeras en vez de dedos, un hombre vestido de murciélago, una mujer vestida de gato, un tipo que se identifica con los pingüinos, un esqueleto que usurpa la personalidad del rechoncho Santa Claus, un jinete sin cabeza que galopa cortando otras durante la noche, una novia cadáver desposada con un jovencito apocado, un barbero que desbarba y degüella a sus clientes… Incluso un personaje histórico como Ed Wood, en el filme homónimo, responde a una firme militancia freak. El monstruo es la musa por antonomasia en la poética burtoniana; un monstruo que no personifica el Mal, sino la diferencia, la inadaptación social, el paria. En la monografía recién reeditada por Cátedra, Marcos Arza acuña una afortunada etiqueta: Tim Burton sería "el biógrafo de seres imposibles".

Los escenarios habitados por tales seres también se salen de lo común: reinos de ultratumba similares a circos de tres pistas, ciudades góticas erigidas sobre los quebradizos cimientos de la paranoia, paisajes de chocolate amargo arrancados a la geografía del ensueño, territorios donde campa a sus anchas los caballeros de lo imposible, etc. Mundos turbulentos que exteriorizan el tumultuoso mundo interior de sus criaturas. En su obra, como advierte Marcos Arza, "el diseño de escenarios responde a una autoconsciente y obsesiva voluntad del director por reflejar, visual y externamente, el estado mental del personaje". Tampoco faltan sociedades burguesas de colores pastel, familiares para cualquier espectador, y acaso más atroces que esas otras escenografías supuestamente "de pesadilla". Y es que, con el mismo ahínco con que ha aligerado al monstruo de su monstruosidad, Burton ha desenmascarado la aberración oculta en nuestra cotidianidad.

El estilo de Burton es asimismo monstruoso: responde a una amalgama de referentes favorecida por el eclecticismo y la celebración del mestizaje de la llamada posmodernidad. Burton ha recuperado para nuestra época el imaginario gótico que él conoce no por las lecturas de clásicos como Edgar Allan Poe, sino por sus adaptaciones cinematográficas; la reverencia confesa por el actor Vincent Price surgió, precisamente, del ciclo de filmes de Roger Corman inspirados en relatos del de Boston. Asimismo decisivas han sido las improntas dejadas por el expresionismo germánico -filtrado por el cine de terror norteamericano de los años 30-, el colorismo de las comedias de Frank Tashlin y las fantasías festivas de Federico Fellini, todo ello pasado por el ancho cedazo de los Cartoons Warner (de hecho, Burton empezó su carrera como dibujante en la Factoría Disney). Con quince largometrajes en su haber, refulgentes, retorcidos, Burton ha firmado una obra única; aunque no rodara una sola película más, ya tiene asegurado un capítulo en la Historia del Cine.

No pretendemos decir que sea un cineasta sin tacha. Tim Burton ha errado el tiro en alguna que otra ocasión, pero incluso entonces, para bien o para mal, jamás ha abandonado posiciones acusadamente personales. El problema de Mars Attacks! (1996) residía en la incapacidad de Burton para encauzar el turbión de ocurrencias que quiso poner en la pantalla, pero el de El planeta de los simios (2001), posiblemente, fuera el querer hacer una obra personal a toda costa con un relato que exigía un registro distinto al suyo. A propósito de Alicia en el País de las Maravillas (2010), la opinión ha sido unánime: Burton se ha contentado con ofrecer lo que esperábamos de él sin ahondar en la propuesta. A pesar de todo, incluso en sus filmes fallidos, acaba imponiéndose una mirada paradójica y un cuestionamiento del orden establecido ciertamente sugerentes. Burton se desvive por mostrar el otro lado de la luna; o sea, luz y ternura en la noche y entre los hijos de ésta, obscuridad e insania en el día y sus habitantes. Y al cuestionar el establishment, si no heridas de gravedad, alguna úlcera fastidiosa habrá provocado en los paladines del pensamiento único. Y es que quienes dicen representarla y salvaguardarla, no les gusta que le toquen la sacrosanta normalidad.

En un libro de entrevistas, Mark Salisbury recogía otra de esas declaraciones que retratan inmejorablemente al cineasta: "A veces, la gente dice: ¿Vas a hacer una película de verdad con gente real? Pero para mí las palabras normal y real tienen mil interpretaciones diferentes. ¿Qué es real? ¿Qué es normal?".

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