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El cantar tiene un sentido

El Festival Internacional de la Canción de Autor, conocido como Abril para Vivir, celebraba su concierto de clausura con la esperada actuación del gran cantante del Bierzo. Curioso que quien aporte nombre, caché y un poco de categoría a un festival de cantautores sea alguien que en sentido estricto no lo es. Porque cuando canta Amancio Prada, cantan por su boca San Juan De La Cruz y Rosalía de Castro, Agustín García Calvo y Chicho Sánchez Ferlosio, y los autores anónimos de algunos de los versos más logrados de la lírica española, desde el Romance del Prisionero a la seguidilla castellana, demostrando, como él mismo sostenía, que el cantar tiene sentido, entendimiento y razón, y que el encuentro de la música y la poesía adquiere carácter sublime cuando se hace con el criterio, la elegancia y la sabiduría que él posee.

Pero después de varias ediciones, no deberían extrañarnos las curiosidades a las que nos someten los programadores de este certamen, empeñados en dar cobertura a todo tipo aspirantes a cantautor, por melifluos que sean, sin atender a lo mucho o lo poco -casi siempre lo poco- que tengan que decir parapetados tras una guitarra de palo. Y si no que alguien me explique qué pintaba Vanesa Martín en el mismo cartel que Amancio Prada. Parecía como querer mezclar en el mismo plato la tarta sacher con la mortadela. La malagueña lo hizo bien. Expuso sus canciones de temática amorosa, siempre en primera persona y huérfanas de versos que merezcan un hueco en la memoria, con deje andaluz y decir perezoso. La sensación fue la de un déjà vu demasiado repetido, y hubiera encajado mejor abriendo para algún cantante ligero de esos que tratan de moldear las abominables academias televisivas que nos han invadido en los últimos tiempos. Prueba de lo chirriante que resultaban juntos los dos nombre fue la desbandada del sector de público que había ido a verla a ella. Su inquietud quedó patente cuando terminada su actuación tomaron las de Villadiego sin concederse a sí mismos la oportunidad de averiguar quién diablos sería el tal Amancio.

Hecha la criba ese tal Amancio apareció sobriamente vestido y acompañado por un violonchelista para desgranar unas cuantas de las más memorables composiciones que a lo largo de más de treinta años ha ido tejiendo para algunos de sus poemas favoritos. Con su pulcro y preciso tocar, su aspecto de San Sebastián antes de ser saeteado, de juglar clásico, de tiempo detenido, interpretó impecablemente adaptaciones de Leo Ferré, pasajes del Cántico Espiritual, Adiós ríos, adiós fontes, en castellano o en gallego para rematar antes de los bises con la maravillosa y largamente esperada por todo el teatro Libre te quiero. Con todo ello hizo olvidar los patinazos de la organización. Nadie esperaba menos.

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