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Al compás de la liberación femenina

  • La bailaora Patricia Guerrero lo borda en el estreno de su 'Catedral' en la Plaza de los Aljibes

  • El impactante espectáculo-relato reflexiona sobre el poder opresivo de la religión sobre las mujeres

Una demostración de la opresión del sexo femenino en la historia.

Una demostración de la opresión del sexo femenino en la historia. / reportaje fotográfico: carlos gil.

María Magdalena era una puta; la Virgen María una santa. La tradición judeocristiana lleva siglos diciéndole a la mujer cómo tiene que ser y comportarse; y el lugar que ha de ocupar en una sociedad configurada para satisfacer las necesidades del hombre y el patriarcado. Las cadenas, ya sean mentales o físicas, con las que se ha oprimido al sexo femenino durante la historia han sido infinitas. La religión ha jugado -y juega- su papel, pero no ha sido la única institución que ha acallado la voz de miles de mujeres. Anoche, la bailaora granadina Patricia Guerrero vino a demostrar con su Catedral que esas cadenas, invisibles a ojos del espectador, aunque intuidas por muchos en las coreografías, la evocadora música, las luces y el -simbólico e importante- vestuario, se pueden romper al compás de unas seguiriyas e, incluso, del solemne canto gregoriano.

La joven artista aterrizaba en el Festival de Música y Danza con un espectáculo que es "fundamentalmente una liturgia sobre el dolor y la liberación de la mujer en un ámbito desunido y de luz", en palabras del director escénico Juan Dolores Caballero, un portento del teatro nacido en Granada también. "Esta Catedral no es un sitio de retiro y reflexión. Es la estructura ideológica que hace que la mujer cumpla su función en una sociedad patriarcal", advertía Caballero, que afirmó no haberse inspirado en ningún clásico aunque la premisa podría vincularse a ficciones como La Regenta, de Clarín. A Guerrero le apetecía mucho hacer algo sobre "la religión y desde el punto de vista de la mujer, siempre en un segundo plano". "Me considero creyente. En mis noches y en mis días me gusta reflexionar, creer, tener algo en qué creer. Es algo raro en los jóvenes. Es compatible ser creyente, liberal y abierta", reflexionaba la granadina en una entrevista reciente.

Media hora antes del comienzo, el público ya pululaba por las inmediaciones de la Alhambra algo inquieto. A la redactora no le extrañaba. Desde su estreno en 2016, a Catedral le han llovido los halagos, tanto por parte de la crítica como del público. Apenas diez minutos después de que se anunciara por megafonía que iba a arrancar, se escuchaban unas campanas, en un impecable trabajo de percusión a manos de Agustín Diassera y David Chupete, acompañadas de un rezo en off. La bailaora pisaba las tablas de una Plaza de los Aljibes a rebosar vestida con un traje barroco de color azul, de beata suponíamos algunos, peineta de procesión, en lo que parecía un acto de expiación de sus culpas. En el siguiente cuadro, el cantaor José Anillo pillaba por sorpresa a la Guerrero sola y vestida de negro fúnebre mientras éste se arrancaba por versos de Santa Teresa de Jesús: "Esta divina prisión, del amor en que yo vivo, ha hecho a dios mi cautivo, […] y causa en mí tal pasión ver a dios mi prisionero, que muero porque no muero". Los primeros olés se sucedían. No serían los últimos.

Para el complejo proyecto, ganador del Giraldillo al Mejor Espectáculo de la Bienal de Flamenco 2016, la granadina se acompañó de las que fueran sus compañeras en el Ballet Flamenco de Andalucía Maise Márquez, Ana Agraz y Mónica Iglesias como cuerpo de baile, perfectamente adaptado a las necesidades técnicas e interpretativas de los nueve cuadros que configuran el montaje. En el equipo también destacaron el tenor Diego Pérez y el contratenor Daniel Pérez, que contribuyeron a la particular sonoridad de carácter litúrgico del espectáculo, en el que las campanas, las cadenas y las oraciones apoyan la dramaturgia y simbolizan la represión que se ejerce sobre la mujer. Sin olvidar a Anillo y la guitarra de Juan Requena -autor de la música junto a Diassera-.

Poco a poco, Guerrero se va despojando de sus miedos, grilletes, cadenas -llámenlo como quieran- y eso se fue reflejando en los atuendos literalmente, la luz -que fue de menos a más-, la música. Uno de los momentos más bellos llegó de la mano de unos tangos, Los tangos del deseo, donde el cuerpo de baile danza con la expresividad, la sensualidad y la libertad característica del flamenco hasta que termina por incoporarse la protagonista. Los olés le llovían como panes.

Blanca Li, Rocío Molina, Rubén Olmo. No son pocos los intérpretes andaluces capaces de articular un discurso bien armado, de contar una buena historia, a través de la danza. Patricia Guerrero es también uno de ellos, y lo demostró anoche de principio a fin durante la hora y media que duró este ajuste de cuentas con el patriarcado, y en definitiva con cualquiera que intente atentar contra la libertad de alguien. La "bailaora contemporánea" se despedía vestida de rojo pasión y el pelo suelto en un cuadro festivo que homenajeaba a la mujer emancipada, libre y alegre de mostrar su lado más terrenal.

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